Por la mañana siguiente Malexa se había levantado temprano para preparar el desayuno, raramente Zabdiel aún se encontraba en su habitación. Así que lo que hizo la rubia fue preparar brownies ella misma con una receta que encontró en internet.
Todo sea para disculparse con Zabdiel.
La cocina estaba en orden, puesto que la rubia sabía que hacer a la hora de cocinar, organizaba todo apenas conseguía un avance.
Se recostó contra la pared, cerrando los ojos y mordiendo sus labios con nervios. Sus pensamientos de vez en cuando eran desviados hacia cierto chico que había dejado en la biblioteca.
Nathaniel, por supuesto que no quería ser dura con él, pero no tenía de otra, era eso o tenerlo de cargoso todo el día.
Aunque le había tomado cariño, el ya estaba malinterpretando todo, malinterpretando la amabilidad de Malexa y contemplandola como si fuese que le gustase a ella, cosa que no podía pasar, porque la rubia no estaba interesada en nadie.
La cocina fue irrumpida por cierto boricua que venía entrando con el cabello despeinado, los ojos semi-abiertos, y pijama.
—¿Malexa? ¿Que haces a estas horas de la noche aquí? —pregunto Zabdiel bostezando.
—Es de madrugada, Zabdi—menciono la rubia sonriente por el hecho de que el rubio le había hablado.
—Con más razón, ¿qué haces despierta? —cuestionó.
Ella se acercó a él, parándose enfrente suyo, Zabdiel no se movió ni un centímetro, quedando muy cerca de ella, mirándole atento.
—Queria disculparme contigo, entiendo que le has faltado el respeto a tu religión; sé que no compensa lo que hemos hecho, y que estuvo mal el haber tenido sexo contigo, entonces hice brownies en forma de disculpa—murmuro la rubia mirando al suelo.
Zabdiel esbozo una media sonrisa y con su mano, levanto el mentón de Malexa, haciendo que ella le mire a los ojos. Por primera vez la rubia apartaba la mirada de él, y le sorprendía.
El boricua acaricio la mejilla de Malexa con su pulgar, mientras que ella sentía cosquilleos por dónde Zabdiel pasaba la mano.
—Male, no hace falta que me hagas brownies, te perdone en el momento que me di cuenta de que yo también he fallado; y soy yo quien te debe una disculpa, por haberte tratado tan mal, tu no has hecho nada malo—dijo el rubio.
—¿Entonces...? ¿Somos amigos? —pregunto la rubia, Zabdiel dejo de acariciarle el rostro para rascarse la nuca.
¿Podrían ser amigos?
—Hemos hecho el amor, Malexa, ¿crees que podríamos? —pregunto el rubio.
Por supuesto, a la rubia le causaba gracia lo que dijo "hacer el amor", ya nadie decía eso, pero es entendible teniendo en cuenta que venía de un cristiano.
—Supongo, amigos de esos, que se dan besos—ofreció ella.
—¿Por qué no? Simples besos que no faltan el respeto a mi religión, me encantaría.
Y sin más que decir, ella se paró de puntillas para poder besar a Zabdiel, quien sin negarse, la tomo por la cintura para besarla, ella coloco sus brazos sobre los hombros de él, profundizando el beso.
Ella se pegó a él por voluntad propia y sintio el miembro de Zabdiel contra su vientre, antes de que pudiera pasar más allá, ella se alejo, no quería que Zabdiel volviese a aplicar la ley del hielo.
—¿Pasa algo? —pregunto el rubio confundido.
—No, solamente… estoy horneando los brownies, se me pueden quemar —susurro la rubia, alternando sus ojos de la boca de Zabdiel a sus ojos.
El boricua sabía besar sin experiencia.
—¿Quieres que te ayude con eso?
—Solo si quieres, pero no hace falta, puedo hacerlo sola—las manos de Zabdiel no se despegaron de la cintura de Malexa.
Y antes de que ella pueda decir algo más, Zabdiel volvió a besarla, a besarla como si la necesitará, ella se dejó llevar por el boricua inexperto que raramente había amanecido de buen humor.
Luego de un par de minutos, el que se alejo está vez, fue Zabdiel.
—Iré a misa hoy por la tarde, luego de salir de la universidad, ¿quieres acompañarme?
—Zabdisus... sabes que yo no soy religiosa—murmuro la rubia.
—Por favor, solo una vez, Male, ya luego no te molesto más.
Malexa resopló, le debía una de todos modos.
—Bien, iré a misa contigo, pero si me aburro voy a entablar conversación con cualquiera.
—Bien, bien, no me molesta, solo quiero que me acompañes.
Malexa asintió con la cabeza, accediendo acompañar a Zabdiel en la misa, por supuesto que la idea no le agradaba, pero era lo menos que podía hacer.
—Ve a ducharte, Zabdisus, luego ven a desayunar —dijo la rubia acariciando el pecho de Zabdiel con su dedo índice, él sonrió. —, ¿podrías hummm... soltarme? —pregunto ella viendo al boricua, quien seguía abrazándole.
—Un beso más y te dejare libre —propuso él.
Malexa sonrió y relamio sus labios, Zabdiel estaba haciendo todo lo contrario a lo que ella pensaba, no se estaba alejando, estaba buscando formas de estar con ella.
—¿Dónde quieres el beso? —pregunto la rubia, el boricua frunció las cejas. —, en la mejilla o en los labios Zabdisus, no te voy a besar en otros lugares.
El boricua rió, por supuesto que Malexa iba a respetar su religión al fin. Bueno, eso le costó la virginidad, pero al menos ya iba a respetar su religión.
—Labios, Male, labios —susurro Zabdiel.
Malexa, sin perder tiempo, sé aferró al cuello de Zabdiel y volvió a unir sus labios con los del boricua, sonriente ahora por el beso que le estaba dando la rubia.
Podría perderse en los labios de Malexa y quedarse ahí estancado, por supuesto que sí, estaría encantado de hacer eso.
Y ella, pensaba que había algo en los labios inexpertos de Zabdiel, algo que le hacia querer besarle a cada rato. Malexa estaría encantada de vivir su vida besando a Zabdiel...
—Ya... debes ducharte —musito la rubia.
—Quiero hacerte el amor otra vez, Malexa, por favor, déjame pecar una vez más contigo...

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Zabdisus
Hayran KurguÉl odiaba el pecado. Ella era un pecado. Él odiaba el fuego. Ella era el fuego. Él amaba la tranquilidad. Ella era descontrol. Él la amaba. Ella sólo lo tomaba como un juego. Él odiaba pecar; sin embargo, lo hizo gracias a ella.