Capítulo 9

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Zabdiel al día siguiente faltó a clases para asistir corriendo a la iglesia, lo primero que oyó fue al padre Cristiano hablar sobre el pecado, a estas alturas, Zabdiel creía que su nombre y todo lo que tuviera que ver con él era un pecado imperdonable.

La gente oía las palabras que decía el padre, mientras otros permanecían hablando de cualquier cosa que no fuera religiosa.

El chico resoplo al no poder olvidar los labios de Malexa sobre los suyos, la forma en la que ella comenzó a besar su cuerpo de una forma descarada. No debió dejar que aquello pasará a mayores, pero mentiría si dijera que no le había agradado ese breve momento lleno de pecado.

Los ojos de Malexa al lamer su longitud, los labios de ella recorriendo su cuerpo, no podía olvidar nada de lo que había pasado la noche anterior.

Dios dice; arrodillate frente a mi y cuando vea que estas arrepentido, te perdonaré hijo mío...—las palabras del padre llegan momentáneamente a los oídos de Zabdiel.

Quien por desgracia seguía pensando en la rubia de labios suaves. Zabdiel dejo ir un suspiro, hasta que sintió que alguien sobaba su hombro, rezo internamente deseando que no fuera Malexa. Entonces observo a la persona dueña de esa mano.

Encontrándose con Hayes.

—¿Estás bien? —pregunto el antes nombrado para sentarse al lado de Zabdiel.

—Sí...—fue lo que pudo murmurar el rubio.

—¿Seguro?

—Sí, Hayes.

—Realmente estás mal, hermano—dijo Hayes resoplando, Zabdiel le miro con el ceño fruncido.

—¿Ah?

—No me has regalado por venir a joderte a la hora de misa y me estás prestando más atención a mi que a dios. Estás realmente mal. ¿Qué sucede? —pregunto el rubio viendo al boricua.

—¿Te importaría dejarme rezar en tranquilidad? —cuestiono Zabdiel viendo a su amigo con cansancio.

Ya tenía mucho con la ardiente rubia que le hacía perder la cabeza con cada cosa que hacia o decía, no estaba de humor para lidiar también con su amigo.

—Ni siquiera estás rezando, ¿no necesitas desahogarte? —pregunto Hayes.

—Silencio, niños desubicados—dijo una anciana que estaba al lado de Hayes, para tirar del cabello del antes mencionado.

—¡Auuuuu!—dijo Hayes adolorido dejándose llevar por la mano de la mujer que estaba aferrada a su cabello.

—Dejen de hablar y oigan al padre—dijo la mujer con molestia soltando el cabello del rubio, quien se volvió a acomodar al lado de su amigo.

Hayes acaricio su cabeza adolorida y resoplo viendo al frente. Zabdiel no quería hablar con Hayes acerca de nada de lo que había pasado en su casa, pero tampoco quería confesar tremendo pecado en la iglesia.

Al finalizar la misa, Zabdiel se levantó del asiento, observando a su mejor amigo que, por obra del señor, permaneció callado lo que quedaba de la misa; o tal vez porque la señora de al lado lo tenía amenazado de esta vez golpearlo con su bastón por la cabeza.

El boricua miro a su amigo por varios segundos para resoplar, mejor sería contarle a Hayes lo que estaba pasando y no a un padre que estaba seguro solamente le haría rezar (cosa que él hace todos los días).

—¿Irás al confesionario? —pregunto Hayes en voz baja, puesto que la anciana seguía sentada a un lado de ellos.

—Lo haré la próxima semana, ya lo habia hecho el otro día—murmuro Zabdiel comenzando a caminar hacia la puerta con Hayes a su lado.

ZabdisusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora