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El camino a casa fue inusualmente rápido, a pesar de que las calles aledañas al teatro tenían sus espacios cortamente definidos, quizás por la avalancha de padres y amigos que intentábamos salir de allí, el manejar por la carretera fue un serenante narcótico qué pronto se apoderó de mi. Cuando por fin llegamos a nuestro destino, mi hogar nos tragó de manera rápida cuando notamos qué los incipientes nubarrones del cielo nocturno pronto vomitarían. Sabe la vida que tener dos bailarinas enfundadas en sus trabajados trajes de danzas me convirtió en enemigo del agua en ese momento. Cuando ingresamos mi hija rápidamente entró encaminada a la nevera, mientras que con algo de timidez Alicia esperaba a ser invitada a cruzar el portal.

—Pasa, por favor.— Intentando parecer hogareño en ese hogar que debido a mis prolongadas ausencias ya no sentía como propio, hablé. —Siéntete como en tu casa.—

La joven entró de manera veloz, no sin antes limpiar con ayuda del tapete de bienvenida sus zapatos de danza, colocando su pie en un ángulo extraño y dejando ver a mis ojos curiosos como las cintas de este se elevaban formando un entramado hasta sus pantorrillas, me pareció encantador.

Mi querida Isabella no tardó en comandar una orden, al ser la primera vez qué tenía a esa invitada en casa, cosa que luego supe, estaba realmente interesada en que Alicia viera su colección de zapatos y su closet. Al ver qué el tiempo no jugaba de mi lado, recordé el único pedido que había hecho en esa velada, intentando no sonar autoritario, mencioné aclarando mi garganta. —Señoritas, por favor no se olviden de las fotografías, solo será un momento. Así ambas me salvan de tener que volver a hacer un aburrido paisaje.

Mientras que Isabella se encaminaba por el pasillo, casi gritando para que todos la escucháramos (Bendita falta de pudor qué me ha provocado demasiadas sonrisas) exclamó. —Yo iré al baño, ustedes adelántense.

Y así fue que Alicia, mirando a la señora Nanini que también había salido de la escena sin mencionar palabra alguna, asintió con su cabeza mientras que abría sus pálidos labios. —En ese caso lo sigo, señor— Concluyendo su única frase hasta el momento con una recatada sonrisa.

Yo asentí mientras qué empecé a guiarla por la casa, cuando por fin estuve frente a la puerta de mi estudio saqué la llave de mi bolsillo y le permití a esa intrusa el ingreso a mi mundo. No les voy a mentir, detesto el protocolo que una cerradura encierra, pero debido a unos cuantos altercados con Vanesa, me ví en la obligación de cerrar esa puerta para impedirle el paso. Ella, casi de manera psicópata, había apuñalado varias de mis obras con una tijera luego de un altercado del que, por suerte, Isabella era ignorante. Así que una vez que por fin el olor a penetrante diluyente me dio la bienvenida, encendí la luz y corriéndome a un costado dejé que Alicia explore mi único aposento personal en esa casa.

Curiosa ella empezó a ver alguna de las pinturas que allí tenía colgada, lanzándome los halagos propios que se expresan ante una obra bien plasmada, pero ella detuvo su paso cuando quedó enfrentada al gran óleo que estaba haciendo de mi hija. Imponente, en un lienzo de casi un metro sesenta, la bella Isabella se encontraba inmortalizada en colores cálidos con su pose de bailarina de caja musical, amaba esa pintura.

Mientras que ella se quedó estática observando, aproveché el momento para encender mi cámara y prender las luces qué comúnmente usaba para fotografiar objetos inanimados, hasta que de pronto su risa cortó el silencio.

Esforzando en no parecer agresivo, dado a qué nunca nadie se había reído de mi obra, cuestioné ameno. —¿Qué te dio gracia?

Ella, tocando uno de sus hombros con su mano, sacó su cabeza del resguardo de la capucha de esa sudadera y con abismal sinceridad, sentenció. —Isa... Creo que puso una cara bastante tonta cuando la pinto, señor— Terminando aquella frase con otra carcajada.

Antes que ella llegue (PRÓXIMAMENTE EN LIBRERÍAS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora