17

4.1K 291 117
                                    



Despegándose de mi boca, Alicia me mostró una óptica completamente distinta de la vida. Era como sí sus labios ahora hubieran teñido de rosa palo el ambiente y que todo lo que me rodease tuviera un agradable aroma a pastelería. ¿Eso era el verdadero amor o era el alcohol ya haciendo que mis neuronas colapsen? No me interesaba la respuesta, no había tiempo para explicaciones. Solo podía concentrarme en el ligero temblor de mis manos y como mi corazón luchaba por escaparse de su prisión de carne. Después de tanto tiempo de nuevo me emocionaba el romance. ¿Quién lo diría?

Me encontraba inhalando como un ahogado el perfume de su cabello, aquel que yo mismo le había regalado y que ya casi se convertía en una firma propia, como sí Alicia fuera una obra, mi más grande creación y yo su fanático. De repente el leve carraspeo de una garganta me sacó de mi trance, parado delante nuestro el mesero nos miraba ansioso preguntándonos sobre el consumo de algún postre.

El tipo ya me conocía y su mirada de "¡Quién pudiera estar en tu lugar!" me provocó una leve carcajada, mientras tanto la pobre Alicia simulaba limpiar su boca con una servilleta y mirar con recato a un costado. Ambos desistimos de llenarnos más de azúcar, en esa mesa ya teníamos más miel que ningún otro panal, pero ella me sorprendió al verter la última gota de su botella en la copa. Su segunda ronda y mi cuarta botella había empezado.

Reíamos, éramos dos borrachos completamente enamorados (por lo menos por mi lado) que habían tenido el infortunio de cruzarse. Varias cabezas se voltearon cuando tuve el descaro de tomar el broche que sujetaba el cabello de Alicia y sacarlo en un rápido movimiento, ella, haciendo gala de una cabellera salvaje, se puso de pie para sacudir cada hebra. De repente noté como varias damas se mostraron indignadas y como algunos desafortunados eran regañados por sus esposas por quizás mirar demasiado.

—Creo que estamos llamando demasiado la atención...

—Es nuestra naturaleza, Ali.— Recibiendo nuestras botellas, solo pude comparar nuestra existencia con la mundana gente que nos rodeaba. —Estamos hechos para llamar la atención, sí no fuera así yo quizás hubiera sido un aburrido banquero y tu una enfermera... Nuestra vida es interesante, no reniegues de ello—Tomando su champaña, tuve una idea descarada.—¿Quieres ver algo realmente curioso?

Ella asintió ansiosa mientras que notaba como agitaba la botella, ya preparándose para lo que vendría tomó una segura distancia. El corcho voló de manera estrepitosa y la champaña surgió como una catara blanca entre mis manos, como sí aquello fuera una advertencia de lo que luego sucedería. Ella rio mientras que rellanaba su copa ante la indignación de todos por el repentino susto que mi descorche había provocado, tapando su boca con su mano como sí eso sofocara su aguda risa. Me fue imposible no fotografiarla así, con su bebida entre los dedos y ocultando su sonrisa con su vestido levemente levantado por la silla. Llena de vida y alegría.

Hablamos de cuanta estupidez cruzara por nuestra cabeza; De su fobia a las polillas y de mis mareos ocasionales cuando me apresuraba a subir las escaleras, de la tira de pinturas y como parecía que ya tenía albergada en mi cámara la próxima obra. —¿Cómo va el instituto, Ali?

—Intentando sobresalir... Hay mucha competencia, ¿Sabes?—Con sus palabras mucho más lentas que lo de costumbre, ella se mostraba en perfecta sincronía con las burbujas de su bebida. —Además el director parece bastante empeñado en explotarme los tobillos.

—¿Qué sucede con él?—Curioso ante su formación, cuestioné.

—Es un francés idiota que está obsesionado con la buena postura y los pechos apretados. Juraría que tiene un pequeño problema con las mujeres.

Antes que ella llegue (PRÓXIMAMENTE EN LIBRERÍAS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora