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Luego de haber sobrevivido al duro ajetreo de un lunes en letargo, ambos caímos rendidos. Isabella quizás por su danza inquieta, la cual amenazaba con hacer muescas en el piso a causa de sus incesantes puntas y yo, bueno... Mi cabeza estaba agotada, la espera me desesperaba y la ansiedad de no tener noticias empezaba a atolondrar mi corazón en una sutil estela borgoña.

Disfrutaba de sobremanera la compañía de mi hija, no me malentiendan, pero luego de haber escuchado todo el día la misma canción de manera consecutiva y sin descanso tuve que correr casi aliviado hacia el trabajo clamando algo de silencio.

Uno, dos, tres, uno, dos, tres...—Aquel ritmo acompañado por la voz aguda de una bailarina demasiado sanguínea se había grabado en mi cabeza y podría jurar que me hacía compañía desde mi auto.

Sabe la vida que admiro demasiado las sinfonías, fuente de inspiración eterna para cualquier delirio colorido que quiera nacer de mis manos y sulfurar mi cabeza, pero había un gran problema. No podía ver danzar a la propia Isabella sin pensar en ella, en Alicia. Era bastante obvio que la rutina que mi precoz amante había generado era una oda completa a su personalidad, sus movimientos y hasta el carácter felino que a veces tenía cuando se deslizaba en sus puntillas casi imperceptible sobre unas tablas. Alicia podía desarrollar perfectamente ese papel y deslumbrarme, ocasionando que quisiera ovacionarla de pie y hasta rendirle culto, pero ver a Isabella, mi Isabella, intentando imitarla... Por favor, era hasta macabro.

Respiré aliviado cuando por fin pude escaparme del ritmo y este se marchó de mi cabeza siendo tapado por la radio. La ciudad me abrigó con su timidez matutina, a veces tan serena y otras tantas tan penitente, el poco brillo que me regalaban las nubes rotas a través de la tormenta era un aliciente de esperanza que necesitaba.

¿Las huellas de la señora Bonaterra estarán llegando al cielo? ¿O las llamas de mi mirada, aquellas que quemaban con flama viva a su hija, también habían calcinado sus alas? Allí estaba de nuevo, naufragando en mis pensamientos, apenas sujeto con vida a la cordura, ahogándome en la humedad de mis propias palabras.

El museo hoy parecía mucho más iluminado que lo habitual, a pesar de que el cielo no había brillado en toda su inmensidad desde el viernes, su aura callada y de por demás conciliadora, me regaló una débil lumbre que aclaró mi mirada.

Los saludos necesarios aparecieron y los cuestionamientos cotidianos no se hicieron esperar. Ellos sabían de mi visita a la provincia y creo que intuían que el accidente de mi auto no había sido ejecutado por un anónimo vándalo. Despejando dudas y obviando el detalle de haber sido acompañado, relaté algunos hechos grises. No tan negros como para ser funestos ni tan blancos como para ser gloriosos, grises, insulsos y hasta desabridos.

Retomar el lugar en mi oficina fue un narcótico embrujo que me obligó a dormir las horas en vela de manera atrasada. Por suerte nadie molestó mi descanso más que mi conciencia, dos horas más tarde, por fin tuve el valor suficiente como para adentrarme en el taller y contemplar la estampa de la musa ausente que ahora me miraba con sus estáticos ojos.

Quizás notando mis trabajos como un simple espectador pude entender realmente lo que mis pinceladas transmitían. A veces rudezas, demasiado tosco y enérgico en su cuerpo, apenas delimitando vagamente su contorno y otras tantas suave, demasiado perfeccionista, casi cayendo en una aburrida fotografía, justo en su rostro.

¿En qué momento había cambiado tanto mi técnica? Supuse que aquella pregunta tenía una clara respuesta que me negaba a aceptar, sin duda alguna Alicia había sacado lo peor y lo mejor de mí en súbitas explosiones de mis propios caprichos y pasiones, pero no podía darle el crédito. Había renacido, sí, todo gracias a su sacudida que había arrancado a mis huesos de su letargo, pero yo, yo mismo, con mis ánimos de abrir los ojos y confrontar la sosa monotonía, fui el artífice elemental para mi cambio. Yo había cambiado, volviendo una vez más a mis orígenes y abrazando una pasión que nuevamente tenía el descaro de vivir.

Antes que ella llegue (PRÓXIMAMENTE EN LIBRERÍAS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora