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Con el corazón en la boca y el cerebro entre mis manos, corrí apresurado al baño intentando hacer el menor ruido posible en mi huida.

Sin pantalones, mucho menos interiores, quedé apresado entre las blancas paredes de mosaico intentando no causar un estrépito al cerrar la puerta.

Contuve la respiración, llevé una mano a mi pecho y aguardé silencio escuchando atentamente como la bisagra del portal de Alicia rechinaba.

— ¿Isa? — Con una voz de sorpresa adormecida, bastante bien actuada, Alicia habló.

— ¿Qué te hiciste en el cabello? — Su expresión sorprendida resonó en todo el departamento, para luego cambiar de manera rotunda a un tono serio. — ¿Por qué no me abrías?

—Yo... Yo estaba ocupada.

Desde el interior del piso un fuerte ruido se escuchó, para luego ser acompañado por un abismal silencio que pareció durar una eternidad.

—Oh, ya veo con qué estabas ocupada. — Aquel tono, ese que tan bien conocía, solo era una clara muestra de la indignación de mi hija.

—El es Ramiro...

Sintiendo unas fuertes pisadas pasar por delante de donde yo me encontraba y conducirse donde Alicia se hallaba, pronto una voz masculina se escuchó. —Hola, mucho gusto...

—¿Tu eres una compañero de la academia o algo? — Podía imaginármela, una ceja levantada, la boca torcida y su sin fin de pecas incriminando a quien la oyera. —Como sea... Mi papá no me abre la puerta, déjame pasar, no quiero esperarlo en el pasillo.

—Que raro... —Murmuró Alicia casi en un tono de súplica. —Aunque, ahora que lo recuerdo, ayer empezamos un cuadro y dijo que se daría una vuelta por el museo para buscar algunos materiales.

—Puede ser eso o también puede estar tirado en el piso de la cocina con la peor borrachera de su vida, ayer fue su cumpleaños. Déjame pasar, invítame un té.

—Isa, espérame a que me cambie, ¿Si? Iremos juntas al museo a buscar a tu padre.

— ¿Por qué no me quieres dejar pasar, Alicia? — Con una risa hostil, Isabella prácticamente se burlaba de la situación. — ¿Tienes miedo de que te robe?

Ambas se quedaron calladas, yo ya estaba pensando en meterme dentro de la bañera y quedarme allí por horas, quieto, casi sin respirar, pero una voz masculina cortó ese silencio sofocante.

— ¿Amor, no viste mi abrigo?

—Yo... Yo... en la silla. — Respondió de manera titubeante Alicia.

—Oh, ya entiendo... — Mencionó Isabella con una bien conocida entonación desaprobatoria. — ¿Él es tu novio?

—El es...

—Sí, lo soy. — Interrumpiéndolas, Ramiro con su timbre de voz grave hizo que todos los presentes nos estremezcamos con aquella afirmación.

Aquello se había salido de las manos, esa simple frase creo en mi cabeza diversos escenarios de catástrofes futuras. Solo pude pegar mi frente en contra de uno de los azulejos suplicando que aquello no escalase a algo terrible.

—Oh, en ese caso me iré a esperar a mi padre en el pasillo. Los dejo solos en su momento "íntimo" — Tiñendo de sarcasmo cada una de sus palabras, Isabella contestó.

—Cállate, no digas idioteces. Déjame que me ponga un abrigo y voy a acompañarte al museo, de paso te invito a desayunar. ¿Qué dices?

—Está bien... ¿Él nos acompañará?

Antes que ella llegue (PRÓXIMAMENTE EN LIBRERÍAS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora