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Luego de haber saturado mi cuerpo en una necesaria dosis de melaza, por fin un poco de la vida que había perdido en su suave boca se recuperaba. Desayunamos en una inaudita paz, quizás demasiado tranquila, algo en mi intuía que poco a poco el brillo rosa de mis gafas se estaba perdiendo y que por fin la veía sin ningún filtro. La queridísima Alicia no tenía una flama roja de deseo en medio de su pecho, ella sin duda alguna era fuego, pero me estaba equivocando de tonalidad. Ella era una llamarada azul.

Poco comprendía de la combustión, pero los escasos recuerdos que poseía de la preparatoria me gritaban desde mi cabeza que su llama era perfecta, sin desechos, con una consumición completa que creaba calidad, precisión y potencia. Impoluta. Con un fuego mucho más caliente que el resto y, por Dios, yo sabía que su calor era intenso, pero aquello no quitaba que su azul me deprimiese.

¿Sí ella ardía dejaría cenizas o se consumiría por completo al punto de desintegrarse con el universo entero? No lo sabía y detestaba mi ignorancia, pero en parte me alegraba saber que quizás jamás encontraría esa respuesta porque anhelaba un fuego eterno.

Azul cobalto, controlado y de por demás ardiente, contrarrestando mis llamas insulsamente amarillas normales y explosivas.

Notando como a veces su mirada se perdía en esa segunda taza de café que ambos tomábamos en la soledad de mi piso, me fui inaudito el silencio.—¿Sucede algo?

—No, ¿Por qué lo preguntas?

—Porque se te nota en la cara—Estirando mi mano, logré hacer que alzara su mirada, regalándome el brillo gris de sus ojos.—hermosamente nostálgica.

—Me gustaría ser tu muñeca de cuerda, ¿Sabes?—Trayendo a mi mente una caja musical, Alicia rio sin realmente estar contenta.—Así podría tener siempre una sola expresión para ti.

—Eso sería aburrido...—Sincerándome, solo pude pronunciar mi verdad—Si te quisiera siempre igual te sacaría una fotografía y ya no te necesitaría, pero tú eres carne, eres sentimiento... No quiero que me mientas en eso, porque sí hay algo en este mundo que ame, sin duda alguna serían los matices y tú tienes demasiados.—logrando que una tímida sonrisa se avecinara por sus labios, supe que había logrado que bajara su dura guardia de encaje.—Ahora dime la verdad, ¿Qué te pasa?

—Solo digamos que todos somos prisioneros de algunas pasiones, en tu caso, bueno... Me sorprende que no estés bebiendo, pero yo estoy presa en mi propia cabeza—Volteando a ver la ventana abierta del balcón, ella negó en un solo movimiento.—¿Sueles tener ideas locas, Leo?

—Si... Demasiadas y lo peor es que las estoy cumpliendo contigo—Acabando de un solo sorbo mi humeante bebida, me pareció de por demás interesante indagar en su azul manto mental.—¿Tú en qué piensas?

—En qué pose haría al saltar de tu balcón—Elevando su mirada al techo, ella sonrió en una bizarra mezcla de dulzura y anhelo.—Ser Odette, usar ese lindo traje blanco que jamás me quedó y caer al vacío... Seguramente te dejaría con la boca abierta y hasta me aplaudirías.

Aquello, en lugar de darme una bella estampa artística, me dejó helado. Haciendo que me preocupase un poco ante las afirmaciones vagas que me daba y que generaban demasiadas preguntas.—¿Sueles tener esos pensamientos muy seguido?

—No, solo cuando pienso en mi baile final, me gustaría que fuera espectacular.

—Eres demasiado joven como para pensar en eso...—Tomando su taza vacía, la llevé al lavadero para simular ocupar mis manos y mente en algo, por más que cada pensamiento estuviese encaminado a ella.—Además, si en ese momento eres Odette, serías un precioso cisne blanco. Volarías antes de tocar el suelo.

Antes que ella llegue (PRÓXIMAMENTE EN LIBRERÍAS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora