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Al principio estaba consternado, como sí mis pies se hubieran atornillado al piso de madera me quedé quieto, no entendía nada de lo que estaba sucediendo. Solo podía limitarme a ver como el fantasma de Alicia huía despavorido con mi abrigo encima.

Los segundos pasaron como sí fueran horas, había roto el lapso temporal, todo se volvió tan lento que hasta parecía que había olvidado como respirar. Tenía su sabor en mi boca y aún mis manos ardían por el contacto con su piel. El rojo deseo que antes me había cubierto lentamente mutaba a un morado mortuorio, sentía que tenía un difunto en medio de mi garganta, quitándome el aire y tapando mis palabras.

Cuando por fin pude salir de ese shock, no lo dudé un instante, salí del trance con la única razón de encontrarla. Quería saber sus razones, sus miedos y sus preocupaciones. Era claro que ella había reaccionado de manera positiva a mi intervención, su boca abierta y los ligeros suspiros que la misma me regalaban solo habían sido una confirmación de lo que mis temores gritaban: A Alicia yo le gustaba. Pero la sencilla idea de que ella en su cabeza se negase a sí misma la realidad vivida me tenía aterrado. ¿Qué pasaría sí le contaba lo vivido a Isabella? ¿Con qué cara podría enfrentarla?

Sabe Dios que mis acciones no fueron malintencionadas, ni mucho menos no correspondidas... Necesitaba encontrarla.

La busqué por el edificio y al no hallar rastro de su estela, excusándome con el guardia que apenas se había percatado de la nueva presencia que había irrumpido, me marché a casa. Torturándome a mí mismo en el recorrido mi mente se dividía en un dualismo completamente masoquista que atentaba contra mi existencia. Por un lado, me sentía enardecido, deseoso de encontrarla y lanzarla a la parte trasera de mi auto solo para calmar de una vez y por todas todo aquello que ella había ocasionado; pero, por el otro lado, me sentía asqueroso, una bestia degenerada. Un animal furioso que quizás estaba persiguiendo un espejismo, llevándome conmigo a una inocente.

Si las conclusiones que yo creía correctas estaban erradas, no me alcanzarían lágrimas en mis ojos ni palabras en mi boca para disculparme... Debía aclarar esto lo más rápido posible.

Cuando llegué a mi departamento la tormenta estaba en su punto de éxtasis, bañándome completamente en los escasos siete pasos que dividían la puerta de acceso al edificio de mi auto me metí a las fauces del condominio apresurado. Prácticamente trepé las escaleras, no me sentía para nada cansado, las grandes cantidades de adrenalina que ahora me protegían evitaron que me quedase sin aliento.

Cuando por fin entré a mi departamento busqué desesperado una silueta femenina, allí encontré una, pero no la que me interesaba realmente encontrar. Isabella miraba la televisión despreocupada, totalmente pasmada por mi repentina llegada, cuestionó algo asustada. —¿Qué sucedió?

Rápidamente idee una mentira, sí ella seguía ignorante de todo no la incluiría en el problema. —Nada, cariño, solo me apresuré un poco para quitarme la ropa mojada...—Disimulando, continué—¿Dónde está Alicia?

—¿Qué? ¿No te lo dijo?— Preguntó curiosa para luego responderse ella misma. —Claro, lo que le sucedió pasó luego de que salió de la galería—Rememorando, concluyó— Me dijo que pasó por un teléfono cuando venía en camino para aquí. Que tenía una mala corazonada... Llamó a su casa y la atendió su hermano pequeño contándole que su madre había enfermado. Me dijo que te agradeciera por prestarle tu saco, lo dejó colgado en el baño para que se secara, luego tomó su mochila y se marchó.

—¿Ahora? ¿Con este clima se marchó?— dudé impresionado, no pude disimularlo.

—Si, hace un instante se fue.

Antes que ella llegue (PRÓXIMAMENTE EN LIBRERÍAS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora