Epílogo

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—Leonardo, esto no puede quedar así. ¡Debemos encontrarla, por Dios! ¡Es tu hija! ¡Recapacita!

Aguantándome la risa, solo pude ser sincero. No podía darle mayor consuelo a una madre afligida. — No, Vane... Déjala tranquila, ella ya es mayor.

— ¡No, Leonardo! ¡Entiende, por favor! — Quebrándose en llanto, Vanessa solamente empezó a sollozar entre maldiciones. —Ella bebe demasiado, me he cansado de sacarla borracha de cada antro de mala muerte de esta asquerosa provincia. Isabella no está bien... Ya ni siquiera baila. ¡Tú tienes la culpa de esto! ¡Tú la volviste así! ¡La contagiaste de tus asquerosos vicios y ahora no sé dónde está mi hija!

Teniendo mi esperanza muerta, busqué un único consuelo que jamás llegaría. —Si vuelve dile que la amo.

— ¿Qué la amas? ¿De verdad, Leonardo? ¿Hace cuánto que no hablas con tu hija? — Desfalleciendo en ese mismo momento, Vanessa, con su voz entrecortada, exteriorizó lo que yo sentía. — Nuestra vida está mejor sin tu presencia, maldito borracho bueno para nada. Ojalá que te mueras y que jamás vuelva a escuchar tu nombre.

Cortando solo con la furia que una madre desesperada podía tener, la dulce Vanessa me sacó una sonrisa. Dios escuche sus plegarias y por fin decida hacer que este martirio se detenga. No entiendo como sigo vivo.

—Ella es muy parecida a mí... Demasiado parecida.

Lo sabía, podía presentir en cada bombeo de sangre contaminada donde estaba Isabella. Ella, buscando el reflejo borroso de su amor, contemplaba el olvido mientras que dormía con un cuchillo, para cortar sus alas entre sueños y sujetarla de nuevo a su lado. Su amor, nuestro amor, nuestra Ali.

Yo ya había pasado esa etapa, sabía muy bien que ella no vendría a buscarme, por eso decidí atraparla.

El piso estaba lleno de aquellos bocetos, incontables rayones que mostraban en perfecta sincronía sus ojos, sus labios y su cuello. Mientras que a los pies de todo ese desastre su figura en lienzo permanecía imperturbable.

Jamás vendí sus pinturas, las traje a casa para que me hicieran compañía y así poderla ver cada día tal y como la recordaba. Arte, dolorosamente histórico, imperturbable en el paso del tiempo, traía a mi memoria con cada estampa los momentos que pasé a su lado que ahora se colaban en mis ojos como dolorosas agujas.

Tan bella como siempre, el óleo mutaba en piel y el lienzo en sangre, Alicia salía de su marco y bailaba a mi lado hasta que yo cayese desmayado por su beso tinto. El dinero era inexistente, lo último que quedaba en mis ahorros bailaba con soltura en mi billetera. El auto apenas tenía gasolina y el calendario constantemente me marcaba una fecha que no debía pasar desapercibida.

—Creo que ya es momento, es hora de salir... Si tenemos suerte quizás Isabella nos esté esperando. ¿No lo crees? — Hablándole a su pintura, la misma que ahora me arropaba con su tierna mirada de sirena, continué. —Pero tenemos que ser rápidos, antes que ella llegue debemos tener todo preparado. Hay que apresurarse.

Dándole un beso a su rostro, la imagen de Alicia permaneció quieta entre sus pinceladas mientras que su fantasma bajaba en puntillas hacia mi lado y tomaba mi mano, acariciando el anillo que yo mismo le había dado.

Subimos a mi auto, apenas estacionado a un costado de la columna y emprendimos marcha a nuestro destino. La radio sonaba, el eco de su garganta me llegaba tarareando el ritmo de una canción lejana mientras que bebía el último sorbo de mi botella.

Con las ruedas tambaleando a paso lento, por fin llegué a nuestra primera parada. —Quédate aquí, volveré rápido.

Bastante alegre y con la cartera ahora vacía, retorné cargando conmigo el único champagne disponible y una bolsa repleta en golosinas. —Ahora sí, ya podemos irnos. Pero disfruta del camino, el viaje es nuestro destino.

Conduje por dos horas hasta llegar a nuestro páramo. Allí estaban las margaritas que yo tanto cuidaba y que una vez a la semana visitaba para regar con mis lágrimas. Acostándome encima, casi haciéndole el amor a la propia Alicia, sonreí mientras que descorchaba la botella. —Ahora sí, mi amor. ¡Feliz cumpleaños!

—Veintidós es un hermoso número, según recuerdo es la cifra de los locos. ¿Qué mejor para nosotros? Nunca extrañé mi cordura mientras que besaba la demencia de tus labios.

Besando aquella margarita, brindé en su honor y lancé parte de nuestra bebida a la tierra, para luego volver a recostarme mirando al firmamento mientras que una nube blanca impedía que los ángeles llegasen al cielo. —Pensaba que nos encontraríamos a Isa, ¿Tú la has visto, Ali? ¿Acaso ella ahora está contigo copiándote tu rutina?

Sin hallar respuesta, solo el silencio llegó acompañado de una brisa. —Contéstame, maldición... Por favor.

Empecé a tomar cada uno de los dulces y a enterrarlos con fuerza en su tumba, quizás ella necesitaba un poco de dulzura. —Contéstame, Ali...

—Por favor, te he buscado bajo la luz. ¿Dónde estás? Yo... Yo ya no quiero esta soledad... Por favor, no estás bajo las rocas ni entre los girones de las acuarelas. Aparece, aparece una vez, solo para mí... Dame ese beso que perdí, reclámame como tuyo. — Apretando la tierra con mis manos e intentando desenterrarla pronto mis uñas se partieron ante la debilidad que mis dedos transmitían, destrozándome las manos por completo, impidiendo que volviera a dibujar su sonrisa. — Vamos, aparece... Ya no estés enojada conmigo.

—Oh, ya entiendo... —Parando el ritmo de mis manos masacradas, mi propia sangre bañó las flores que tapizaban su tumba. —Discúlpame, pero, deberías conocerme. Soy un hombre de palabra, jamás faltaría a mi promesa.

Levantándome lentamente, en solitario me muevo por entre las hierbas mientras que la agónica locura que cargo es lo único que llevo. Me desplazo por la noche, inmensa, intentando que tu mano imaginaria se entrelace con la mía y que de nuevo volvamos a ser uno. Arte, sinfonías, pinturas y perfectivas.

¿Es mi locura el pretexto ideal para entregarte mi última muestra de amor eterno? No lo sé, pero te llevo conmigo atada en el pecho lista para recibir aquello que yo, solamente yo, podría haberte dado.

—Cásate conmigo, Ali. Aquí, en este preciso instante... Iniciemos nuestro viaje.

Me subí aquel viejo auto no sin antes cortar una margarita y colocarla detrás de tu oreja, desdoblé la maltrecha foto, aquella misma que nos tomamos en tu honor con la promesa de que adornase algún álbum y te miré de nuevo, desconociéndome a mí mismo a tu lado.

Éramos tan felices que no nos dimos cuenta, vivos al límite sin importarnos las consecuencias. La marcha se encendió y aceleré en un grito, con tu anillo en mi dedo me declaraste tuyo mientras que yo tomaba entre mis manos el recuerdo mío y lo hacía añicos entre tus labios.

Caímos en el lago, en ese lago tan helado que tu velas por la noche y donde yace tu verdugo. La muerte compañera me espera, casi anunciando con sinfines de coros de querubines mi partida, el agua entra, apareció mi salida.

Pero, mientras que todo se esfumaba en ese negro trazo, pude sonreír, sintiéndome maravillado. Te vi a mi lado, con tu redecilla negra sobre tu suelto pelo largo, el maquillaje adornaba tus ojos mientras que usabas el vestido que yo mismo te había regalado. ¿Odile o Alicia? Ninguna importaba... Por fin estábamos juntos de nuevo, nuestro viaje comenzaba.

Fin

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Y así me destrozo el corazón yo misma para que nadie se atreva a tocarlo.

No se imaginan cuanto he llorado.

¡Gracias por acompañarme en esta aventura!

Deséenme suerte, la necesitaré.







Ann

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Libro dedicado a mi Santa Patrona.
Me merezco una segunda oportunidad.

Antes que ella llegue (PRÓXIMAMENTE EN LIBRERÍAS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora