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La segunda noche no fue para nada sencilla, por más que la calmada respiración dormida de Isabella me recordara su presencia como un inhibidor de mi libido cada vez que me encontraba solo, lejos del dulce amparo de mi hija, ella volvía.

Asechándome en mis pensamientos, Alicia aparecía en mi cabeza con su mirada curiosa, aquella que iba solo dirigida para mí, pidiéndome que le mostrara los confines de las delicias que solo yo podía saber. Era imposible no imaginarla, cada vez que salía a tomar un poco de aire a las escalinatas del hospital, allí ella se aproximaba por una oscura callejuela, pidiéndome con palabras ocultas entre sus ojos que le mostrara que tan confidente podía ser aquella ciudad. Tan cauta y a la vez tan cómplice.

¿Podría mostrarle a Alicia su propio país de las maravillas? Claro que si, solo bastaba que pusiese mi boca en los lugares correctos y que unos pocos minutos transcurrieran para que se desplegara ante sus ojos el festín que venía cargando hace años, del cual aún parecía no encontrar comensal. ¿Debía hacerlo? Claro que no... Por más que la idea en mi mente se presentara como una suculenta manzana, el veneno sería demasiado, el precio sumamente alto y un solo paso en falso sería letal.

Apresarla en mis pensamientos era mi único consuelo, una fantasía idiota de un treintañero quizás demasiado solitario, eso era con lo debía conformarme para mantener mis instintos callados y mi alma atormentada en paz... Aunque luego de nuestro último encuentro aquello me parecía imposible, solo un movimiento me bastaría para perder la cordura y de una vez y por todas tirar todo por la borda y ahogarme en los extraños lagos helados que su vientre podría proporcionarme.

La culpa me atacaba, no por Vanesa y su molesto espectro que siempre me maldecía en silencio, sino por Isabella... Que ella llegase a enterarse de mis delirios prohibidos con su par realmente me atormentaba. Era bastante obvio que aquello me condenaría ante sus ojos, colocándola a ella como juez y verdugo sin siquiera saber mi historia. Quizás lo suponía, a simple vista se deducía que Vanesa y yo ya no éramos un matrimonio afectuoso ni mucho menos feliz, Isabella podía imaginar que yo tenía una amante en la ciudad o algo similar. A pesar de nunca preguntármelo, en cierta parte sabía que ella conocía lo inestable de mi situación actual... Me encantaría gritárselo, quizás romper en llanto en sus brazos diciéndole mis infortunios y como hasta el momento me mantenía fiel y casto a una mujer que ya no me amaba. Hubiera muerto y vuelto a la existencia en un instante, susurrando mis desventuras y como mi solitaria vida me encaminó a la obsesión por la imagen de su amiga bailando cerca de mí. Quizás eso me hubiese librado, quizás Isabella me otorgara su permiso para vivir lejos por un tiempo, quizás hoy sería más feliz y no tendría este dualismo de culpa y miedo... Quizás... Maldita palabra que se aferraba a mi vocablo y me hacía perderme en utópicas realidades que nunca existirían, porque el quizás no existe, quizás es un jamás... Quizás es un idílico sueño del que no puedo despertar por más que mis ojos estuvieran abiertos. Yo nunca abriría la boca. Isabella debe mantenerse alejada de esto.

No dormí, me mantuve en vela por más que eso significara luego andar arrastrando mis ojeras por el suelo. El susto pasado con mi hija más la suma de tener la venenosa idea del gusto compartido con Alicia eran para mi cabeza algo mucho más efectivo que la cafeína. Agradecí a los cielos por esa noche que pronto concluiría. Ese mediodía le darían el alta a Isabella y se quedaría en mi departamento con Alicia hasta que ella se marchara al día siguiente, teniendo a mi sangre cerca sé que ninguna idea lo bastante furibunda como para perturbarme aparecería. Solo debía aguardar en soledad...

Soledad, que interesante palabra que a veces puede confundirse y mutar en libertad. ¿Realmente qué necesitaba? ¿Estar solo? ¿Estar acompañado? ¿Buscar refugio en el silencio? ¿Esconderme en los brazos abiertos de una joven para calmar mis penas? Ni yo mismo lo sabía, pero seguiría aparentando que realmente tenía la respuesta en mi cabeza, mintiendo y mintiéndome, quizás así todo recobraría el aburrido orden natural que ahora comenzaba a extrañar.

Antes que ella llegue (PRÓXIMAMENTE EN LIBRERÍAS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora