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Con el nerviosismo propio de quien contempla la cuenta regresiva de una bomba, el sudor caía por mi frente imitando de manera sincronizada a la lluvia que nos había atacado durante toda la temporada. Estaba sumamente asustado, no por mí, realmente ya era indiferente a los arranques de Vanesa y el filo de sus uñas, aquellas que tenían un marcado gusto por mi piel, sino por Alicia.

Sentada una al lado de la otra, el contraste entre ambas era notorio. Por un lado, estaba una imponente mujer, con todo el significado de la palabra, mostrando su ropa costosa y un cargado maquillaje que atentaba contra el Dios creador tapando las pecas que alguna vez me hicieron suspirar y, por el otro, estaba Alicia... Pequeña, joven, sumamente delicada y con proporciones corporales que dejaban en claro que no aguantaría una bofetada de su par robusta, la cual solo miraba al escenario.

—Espero que Isabella no se ponga nerviosa, realmente estuvo demasiado ansiosa todos estos días por la dichosa presentación...—Apenas susurrando y amparada por la oscuridad, Vanesa le había hablado a Alicia, la cual solo giró su mirada hacia mí, haciendo que sus grandes pupilas me trasmitieran la desazón que poseía.

Yo solo pude asentirle con mi frente levemente, rogaba a quien fuera que quiera escucharme que no apareciera ningún contraste en mi joven amante. Necesitaba a la señorita Bonaterra, la joven correcta y recatada que lucía sus buenos modales como un azucarado menjurje dentro de la boca de una dionea. No hacía falta que apareciera Ali, la joven de la que yo me había enamorado, la bohemia y quizás tristemente hermosa bailarina, la cual que con su libertad me había cautivado encaminándome a la propia locura donde había encontrado inspiración y, por favor... Que no asome su pálido rostro Odile... Esa doble y deliciosa personalidad que solo hacía gala de presencia cuando una demencia pasional cubría todo mi alrededor de rojo escarlata. No, Odile loca y desenfrenada debía estar encarcelada bajo llave sí no quería que Alicia saliera lastimada y yo sumamente apenado, tamizando el protagonismo de mi hija en un segundo plano.

Entendiendo quizás lo que quería decirle, la enferma señorita Bonaterra solo aclaró su garganta para luego hablar.—Espero lo mismo, aunque estoy muy confiada en cuanto a su presentación, estuvimos ensayando demasiado... Ya verá que le irá bien.

—¿La estuviste ayudando, Alicia?—Quizás encontrando en mi precoz romance una distracción para su aburrimiento, Vanesa estaba empeñada en hablarle.

—No diría que estuve ayudándole, más bien trabajando en equipo... Es bueno tener una compañera para practicar.

Adelantando su torso sobre la butaca del frente, Vanesa giró su cabeza y con todo el desdén posible me miró, opacando por completo la presencia de Alicia que parecía más pequeña que nunca.—¿Isabella se ha estado alimentando bien?

Lo nuestro era compartido, quizás era la única unión genuina que aún poseíamos después de tantos años habitando el mismo lecho frío, ambos éramos sumamente indiferentes ante el otro.—Sí, le he estado cocinando todos estos días.

Afirmando con la cabeza en un gesto soberbio que tan bien le salía, Vanesa no volvió a dirigirme la palabra. Yo tampoco tenía contemplado intercambiar más diálogos, para nuestra fortuna no fue necesario.

El profesor de Alicia tomó lugar en el escenario, empezando a enumerar la serie de destrezas que se evaluarían y como estas serían cuantificadas para llegar a un veredicto. En otra situación me hubiera reído demasiado a causa del repetitivo chiste que significaba ese sujeto, pero la seriedad era casi una norma de etiqueta ante tan morbosa situación. Tenía a mi amante y a mi esposa sentadas juntas a un costado y, para mi suerte, no sentía ni un ápice de culpa, más sí un profundo temor.

Antes que ella llegue (PRÓXIMAMENTE EN LIBRERÍAS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora