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Y así como lo había advertido, Alicia se trepó a mi auto permitiéndome que le abriese la puerta. Siempre refinada y de por demás cauta, se negó a besarme. Aquello no era un gesto de desprecio, no, todo lo contrario. Ella no quería pasarme su viral carga y así condenarme a una súbita enfermedad que entorpeciese mis labores. A pesar de eso, sí la abracé.

La tuve entre mis brazos mínimamente una hora, ayudándome con una cobija para hacerla entrar en calor. Era sorprendente como a veces mutaba, por momentos estaba delante de una mujer extremadamente sensata, para luego darme la vuelta y encontrarme con una niña temblante que pedía más de agarre para encontrar abrigo.

Estuvimos en su departamento hasta que el sol salió, cuando llegamos ya era tarde y ninguno de nosotros tenía la calma suficiente como para dormir, pero luego de entregarme sus papeles casi con pena y de surtirme un litro entero de té de manzana, ambos solamente quedamos callados viendo por la ventana de su balcón como poco a poco la ciudad se despertaba.

Era inusual compartir un poco de mi existencia con un semejante, Alicia también poseía los mismos huecos silenciosos que yo en su conciencia. Prácticamente estábamos solos aún en compañía y eso me fascinaba. En palabras mudas ambos nos gritábamos que nuestra estancia compartida sería gratamente agradable.

Sí, cada uno de nosotros teníamos nuestros propios demonios personales. Yo, por mi lado, sentía como desde mi nevera algo me llamaba y Alicia... Bueno, ella tenía esa suave capa azul de melancolía ahora mucho más tintada, próxima a ser de un negro nacarado. Poéticamente triste, estéticamente hermosa y armoniosamente dual. Eso era Alicia.

Al ya escuchar los ruidos matutinos de la urbe levantada, a regañadientes tuve que obligarla a subir una vez más a mí auto y llevarla al médico de mi confianza. Para mi suerte, ese doctor ya me conocía, también había atendido a Isabella aquella vez que en su estancia conmigo se abrió su mano con el filo de un cuchillo en un tonto accidente, no hizo preguntas, pero creo que intuía las respuestas.

La pobre Alicia fue examinada, tocada y pinchada, para luego ser diagnosticada. Quizás en un gesto de por demás natural yo mismo me puse de pie para escuchar su parte y recibí sus medicamentos poniendo especial atención en los horarios de su toma, pero pronto ella con un codazo me hizo caer en la realidad.

—Oye, tranquilo. Yo me encargaré de eso...—Pasando una de sus ahora calientes manos por mi frente y corriendo un mechón forajido, ella casi susurraba de manera confidente.—Pensarán que soy alguna hija extramatrimonial tuya.

Tenía razón, no había duda y eso me explicaba perfectamente el rostro casi de pena de ese doctor. Entendiendo que quizás daba un mensaje erróneo con mi trato, rápidamente delante de todos los presentes envolví su cintura en uno de mis brazos y descendí los centímetros que nos separaban solo para besar su cuello. Alicia casi se pone de una tonalidad vino a causa de su vergüenza, pero el médico levantó una ceja agraciado y de manera veloz miró al suelo con una sonrisa en los labios. Creo que era bastante claro, ella era mi disfrute.

Casi a modo de rutina, cuando ella me pidió que comprase una botella de agua para tomar sus medicinas, también traje dos grandes vasos de café conmigo. Ambos nos quedamos dentro de la carrocería del auto amparados por la calefacción mientras que veíamos, cercanos a la plaza principal, como los seres sin alma marchaban a su trabajo, mientras que sorbíamos con moderado recato de nuestras humeantes bebidas.

Cuando ella tragó sus medicinas me fue imposible no mirar el reloj de mi muñeca y calcular su próxima toma.—La siguiente te tocará a las ocho, así que cuando lleguemos te prepararé un baño caliente y descansarás.

Ella solo rio, causándome una inusual curiosidad para luego hablar.—¿Sabes qué decía mi madre cuando me enfermaba?—Notando mi rostro expectante, ella volvió a reír.—Que eso me pasaba por andar de irresponsable y que me aguantara.—Compartiendo su risa algo nostálgica, Alicia dejó de mirar por la ventana y me increpó con sus ojos aun levemente hinchados a causa del llanto pasado.—No hace falta que me cuides estos días, enfócate en tu trabajo. Cada día la fecha de la exposición está más cercana.

Antes que ella llegue (PRÓXIMAMENTE EN LIBRERÍAS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora