Cap. 10

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Fue temprano en la mañana cuando lo despertó un llamado en la escotilla del Crest. Eran muchos empleados lantharianos que traían provisiones, municiones y herramientas para hacer los mantenimientos o reparaciones que Din pudiera necesitar. No tuvo que pensarlo mucho para decir que sí a casi todo, no tenía sentido negar una ayuda que le sería útil. Cargó al pequeño en su mochila y observó celosamente al personal ir y venir, trabajando diligentemente y en un respetuoso silencio, gran parte de la mañana.

Unas horas después, una guardia llegó en un speeder y descendió.

- Salud, Mandaloriano – le dijo haciendo una inclinación que a Mando le pareció exagerada. - El rey Theo pide verlo.

- Vaya que suena raro eso... - murmuró.

Montó en el vehículo con el pequeño y se dirigieron hacia el mismo edificio que contenía la sala del trono, pero en esta ocasión fue conducido a los niveles superiores, mucho más confidenciales y fortificados.

Lo hicieron esperar junto a una estancia pequeña, en donde Larr se encontraba en lo que supuso era un consejo bastante extraordinario, en el que tendrían que estar poniéndolo al día sobre todo tipo tópicos cruciales.

Para su sorpresa, apenas unos segundos después de que la mujer que lo escoltaba entrara para anunciarlo, empezaron a emerger todo tipo de personas de aspecto importante, dándole asentimientos respetuosos y mirándolo con curiosidad. Entre ellas estaba la princesa Muriel, que tomó su mano entre las suyas y la apretó, dedicándole una sonrisa.

Le indicaron que ingresara y el mandaloriano encontró allí a Cara y a Larr, ambos viéndose mucho mejor que el día anterior.

- Hey, Mando – el hombre se levantó sonriendo. ¿No se suponía que los reyes no debían hacer eso? Al menos, era evidente que había recibido los mejores cuidados médicos, porque no solo caminaba sin esfuerzo, sino que lo que ayer habían sido moretones y piel hinchada y reventada, hoy no eran más que pequeños raspones. Ofreció su mano y Din la estrechó. - ¿Todo bien de tu lado?

- Todo bien – asintió él. – Ayudaste mucho con las cosas que enviaste al Crest.

- Hey, es lo mínimo que puedo hacer. Te ganaste todo eso y más. Pero sé que no te gusta el jaleo, así que lo dejé en lo básico...

- Lo aprecio.

El pequeño balbuceó desde su mochila y Larr sonrió ámpliamente.

- ¡Hey, peque! ¿Cómo estás? – lo tomó con cuidado y lo sostuvo frente a él, acariciando su nariz con un dedo. – Me alegra verte así de bien.

- ¿Pintan bien las cosas acá? – Mando gesticuló hacia la sala de reuniones.

- Interesantes, por llamarlo de alguna manera – suspiró Larr. – Dentro de su demencia, Molth no destruyó el reino como habría podido hacerlo. Hay daños que tomará décadas reparar, pero al menos tenemos puntos de partida. Cara estaba informándole al Concejo de toda la mierda que ha visto en sus viajes. Kuiil también estuvo acá, brevemente, y se formaron comisiones de investigación. Sabía que no apreciarías que te arrastrara a hacer de testigo, así que te dejé ser – le dio un guiño.

- Me conoces bien – asintió Mando.

- Por supuesto que sí – Larr gesticuló a las sillas para que se sentaran.

- Creo que voy a darles algo de privacidad – sonrió Cara, dándoles una mirada cómplice. – Kuiil y yo iremos abordando el Razor, si no te molesta.

Mientras el otro hombre le entregaba el pequeño a la mujer, Mando asintió parcamente. Se había formado un nudo en su garganta, sabiendo que la partida sería pronto. Todas las cosas de las que sería importante hablar parecían amontonadas en ese nudo, negándose a salir.

De improbabilidades y órbitasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora