EPÍLOGO - Parte 1

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Notas: Me emocioné escribiendo este epílogo y tuve que dividirlo en tres partes... Oh well. ¡Espero lo disfrutes!

* * *

Esa noche, Larr soñó con su madre.

Era algo no había esperado desde la última vez que lo viviera, cerca de una década atrás, cuando en un último sueño su madre, una figura apenas reconocible a lo lejos, gritara su nombre llamándolo a casa mientras cargaba un bebé que él había pensado después que era su hermana menor.

Entonces Larr había despertado ahogado por el peso de la culpa, ésa que en sus horas de vigilia parecía tan irrisoria. Ahora, este nuevo sueño lo trastocó desde que fue consciente del mismo, porque la Reina estaba allí, lo suficientemente cerca para que él detallara y recordara cada uno de sus rasgos, esa cicatriz en su ceja, esa nariz recta, y lo miraba a los ojos con unos del mismo tono que los propios, solo que inmensamente llenos de sabiduría y edad. Le habló como nunca le había hablado en vida, la cual había durado hasta que él tuviera catorce años: le habló como a un hombre.

Y tras los párpados cerrados de éste hombre se sucedió una oleada de palabras, recuerdos y emociones presentes y pasadas, reales a irreales, que lo dejó jadeando y sollozando hasta después de despertar. Mientras intentaba grabar en su mente todo lo soñado, se dio cuenta de que a pesar de su emoción y alivio, estaba raramente aprisionado y en unos segundos descubrió por qué: Din lo rodeaba con un brazo poderoso, apartando cabello de su rostro, casi gritando su nombre, con miedo en su voz.

Le había costado volver a la realidad, no queriendo dejar ir las últimas impresiones de ese sueño, el rostro severo y hermoso de su madre y sus palabras por las que aún ahora estaba hambriento. Pero dejó que sus ecos se perdieran en un sonido igual de fascinante: la voz de Din, llena de preocupación, prometiéndole que estaba a salvo, preguntándole de qué pesadilla se trataba en esa ocasión.

Porque Larr había tenido pesadillas cada noche desde que arrivaran a Lantharia. Los malos recuerdos y los miedos o remordimientos se infiltraban en su sueño de forma bastante lógica unas veces, y otras de forma puramente caprichosa.

Se le había ocurrido que era la manera en que su reino le cobraba veinte años de abandono.

Din, por su parte, dormía muy poco. No parecía muy sorprendido por esto, más bien estoicamente resignado y definitivamente más ocupado con la tristeza de su reciente pérdida que debía sentirse profunda e inacablable, el tipo de tristezas que nunca se van por completo.

Desde que descendieran de ese Caza Imperial, inmediatamente después de terminada la toma del Crucero de Guerra de Moff Gideon y la entrega del pequeño a ese Jedi misterioso, luego de que Larr se identificara a las unidades centinelas que controlaban el ingreso al planeta y que fuera recibido por sus hermanos, consejeros, otras personas de aspecto importante y una guardia intimidante (que resultó ser su guardia personal), el mandaloriano se había cerrado por completo al mundo, solo gesticulando y haciendo uso de un vocabulario monosílabo cuando era estrictamente necesario.

A Larr no le había sorprendido. De hecho, habría esperado algo mucho peor y estaba todavía esperándolo. Su hermana se lo había dicho unas horas después de que los curaran a ambos tras su llegada, con una sabiduría que le recordaba a su madre: "cuando el amor sigue, pero lo amado ya no está, toma tiempo darse cuenta de cuánto uno les echa en falta realmente y qué significa en verdad su ausencia".

Él le había sonreído.

- Parece algo que se te ocurriera después de la muerte de la Reina – le había dicho.

- Tuve mucho tiempo para pensar después de que ella muriera – informó ella. - Y también después de que tú desaparecieras.

- Pero tú tenías cinco años cuando me fugué...

De improbabilidades y órbitasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora