Cap. 11

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Resultaba que la princesa Muriel sabía todo lo que había que saber para comenzar a gobernar Lantharia. Había conocido y seguido durante décadas todos los movimientos políticos y administrativos de su padre, sus ministros y sus aliados, con el nivel de detalle que solo podía brindar la confidencialidad de su propio título. También, tenía muy claro cómo las cosas debían cambiar.

Con esta convicción y después de la nueva asignación, Larr se despidió de ella, de los demás príncipes y princesas y de otra gente lanthariana de aspecto importante, antes de abordar el Razor Crest.

- Tengo un regalo para ti – le dijo la nueva regente a Mando, mientras se daban las despedidas en el puerto, bajo la mirada celosa de un pequeño cuerpo de seguridad. – No sé cuál sea la costumbre en tu pueblo, pero me gustaría que lo tomaras como un regalo de bodas. La cosa es que... mi hermano me dijo que te preguntara si lo querías, antes de dártelo.

El mandaloriano miró al otro hombre, que estaba abrazando fieramente a algunos de sus hermanos y otras personas que Mando no conocía, y luego miró a Muriel.

- No sé qué pasaría si rechazo el regalo de una reina... – confesó. – Pero estamos bien con lo que tenemos ahora mismo.

- Regente – corrigió riendo la joven. – Y, por supuesto, te llevas lo más valioso del reino – lo señaló con un dedo avizor, una sonrisa entre amigable y amenazante. - Pero sé que lo cuidarás bien, porque voy a estar muy pendiente de ustedes. En todo caso, si alguna vez estás corto de medio de transporte, avísame. Podré darte una mano.

Mando asintió y tras unos minutos todos abordaron.

El Razor se elevó, alejándose de este cuartel general y hacia la atmósfera.

- Bueno, si me preguntan, esa pequeña aventura gastó mi cuota de suerte de un año – anunció Cara en la cabina de pilotaje. – Así que, si pudieras darme un empujón al pacífico Nevarro, para poder volver a darle palizas a malos pequeños, estaría más que agradecida.

- Y yo creo que Arvala7 queda a unos pocos saltos de allí – dijo Kuiil. – Mis broog deben haberse vuelto salvajes de nuevo.

Mando asintió, ingresando las coordenadas en la nave.

La ex Rebelde puso una mano sobre el hombro a Larr, que tenía a Grogu en un brazo, haciéndole cariños.

- Así que, rey Theo – le dijo.

- Vete a la mierda, Cara. Llámame Larr.

- No insultes en frente del pequeño – dijo Mando.

- Mier... Digo, perdón peque.

- ¿Ahora qué? – preguntó la mujer. – Ya que eres monarca, ¿vas a gobernar desde afuera, o a volver a lo tuyo y practicar medicina en pueblitos remotos?

- Buena pregunta. – El hombre apretó los labios. - Supervisaré lo que hacen en casa, claro, pero parece que Muriel lo tiene todo bajo control por ahora. Probablemente continúe con algunas investigaciones que tengo aplazadas. Aunque primero – señaló al mandaloriano con la cabeza –, voy a acompañar a este par a Tython. Hay mucho por hacer aún antes de encontrar a un Jedi que pueda encargarse del peque.

- Aww – la ex Rebelde levantó al niño, poniéndoselo en el brazo y acariciando su abdomen. – Deberían quedárselo y criarlo como a su pequeño. Son perfectos para él.

- Ahsoka Tano fue muy clara – negó Mando, manipulando unos controles y sonando resignado –: lo mejor para él es que esté bajo el cuidado de uno de su propio credo. Es demasiado poderoso como para que yo lo entrene.

- Cierto – dijo el otro hombre. – Un niño debe estar con los suyos. Nos encargaremos de que esté en las mejores manos.

- Más les vale – amenazó la mujer. – Porque si no, los encontraré a los dos.

De improbabilidades y órbitasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora