Capítulo 23

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Capítulo final

Larr se limpió las lágrimas con dos dedos, tomando aire profundamente.

Vio el casco de Din en el suelo y, sin entender cómo había llegado allí, se agachó para recogerlo. Se lo entregó y el hombre se lo puso sin mirarlo y se quedó inmóvil, con los hombros echados al frente y la cabeza gacha, como si llevara el peso del mundo en los hombros.

El otro hombre se acercó a los monitores de las cámaras externas y vio al Caza Ala-X del Jedi alejándose del Crucero y hacia el espacio, llevando consigo su pequeña carga invaluable. Tras unos segundos se perdió en medio de las estrellas.

El médico asintió y se volvió a las demás, suspirando profundo. Observó a Din, que aún no se había movido.

- Está hecho, Mando – le dijo suavemente, pero el hombre no contestó. Miró a Shand y le dio un asentimiento que ésta correspondió. Luego vio a la princesa mandaloriana, que lo observaba con intensidad. – Está hecho.

La mujer apretó los labios. Miró al mandaloriano y luego a él, y tomó aire.

- Lamento la pérdida de su pequeño – les dijo cautamente. – Sin importar que ésta fuera la misión de nuestro hermano, entiendo que haberla concluido pueda ser fuente de pesadumbre.

- ¿Pesadumbre? – Larr levantó las cejas. Cara se acercó a él, como si supiera la gran tentación que era para el hombre estallar allí mismo. Pero éste tomó aire profundo y se incorporó sin violencia. – No hables de esto, Katán – dijo suavemente.

- Por supuesto – dijo la mujer. – Por supuesto que no lo haré. Pero hay cosas que deben ser discutidas y que incluso la gravedad de la aflicción no puede posponer.

- El Sable – adivinó.

- La autoridad que confiere el Sable– aclaró ella –, naturalmente. Ahora que por fin no está en manos enemigas, sino que ha regresado a manos mandalorianas, es imperativo designar un soberano. El futuro de toda una nación... de todo un planeta, depende de ello.

- El Crucero es tuyo – dijo Larr. Señaló al oficial Imperial inconsciente en el suelo. – Gideon es tuyo. Demonios, el Sable es tuyo si lo quieres.

- Debe ser ganado en combate – le recordó ella.

- Pero éste no es momento para un combate – siseó Larr. – Y ni siquiera hemos aceptado esos términos.

- Tú no eres quien decide eso – informó Koska acercándose también. El hombre y Cara se volvieron más a ella, escudando al mandaloriano se había sentado en una de las sillas, con los codos sobre las rodillas. La princesa mandaloriana los observó sin urgencia. – No pueden interponerse a esto. Es la ley.

- Sí que puedo interponerme – indicó Larr. – Es mi derecho como esposo, ¿no es verdad? Además, pensé que la ley en Mandalore no era una sola. Ustedes son Lechuzas Nocturnas. Mi riduur es Hijo de la Vigilia. ¿Quién dice ahora mismo qué leyes están por encima de otras, mmm? ¿Sobre todo cuando ésa insignia de poder – señaló al Sable aún en el cinto de Mando - no se encuentra en tus manos en estos momentos?

Las mandalorianas guardaron silencio. Sabiamente, la princesa hizo un ademán a Koska, que se rezagó unos pasos.

- Este asunto no puede quedar indefinido – le dijo con tono razonable. – Mandalore necesita un soberano urgentemente. Lo ha necesitado por décadas. Es necesario recuperar el planeta y llamar a todos los mandalorianos de vuelta a casa, para que juntos lo llevemos a la gloria de antes.

- Pensé que el soberano estaba definido – insistió Cara tranquilamente. – Es Mando, ¿no?

- ¡Él no quiere gobernar!

De improbabilidades y órbitasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora