Capítulo 13.

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Daniel.

Su reacción fue la más esperada, aunque me hubiera gustado mucho más, ver su cara cuando vio la magnífica sorpresa que dejé en su cuarto.
No fue nada fácil tener que estar pintando hacia arriba sin hacer que la pintura cayera o peor aún, arriesgándome a que sus padres me vieran y me acusaran como ladrón.

Seguía sin entender cómo una persona puede tener escaleras que den directamente hacia una habitación de tu casa, o peor aún, dejar la ventana abierta. En fin: Levana.

Talvez ahora me odiaría mucho más que antes pero qué más da, no creo que quiera volver a hacerme otra broma, ya sabe que si me hacen una, la regreso igual o peor. Sabía que los brillos le iban a molestar mucho más que cualquier otra cosa, pues ella misma me lo había dicho, y que mejor combinación que mi nombre con brillo. Ambas cosas que ella odiaba.

Seguí conduciendo hasta mi casa con una gran felicidad, ya estaba bastante oscuro y solitario y eso que aún no era tan tarde. Estacione mi coche justo a fuera y como siempre, las luces seguían encendidas y hasta que yo entrara se apagaban y se encendían las alarmas.

La cena estaba sobre la mesa de la cocina pero no tenía hambre, la ignore y solo me acerqué a tomar un poco de agua. Subí a mi habitación recordando lo molesta que se había puesto Levana, talvez hice la broma en un mal momento, se veía que realmente había tenido un mal día y mi broma la puso mucho peor.

Comencé a sentirme un poco mal pero recordé que ellos no se sintieron más cuando me aventaron al agua así que lo dejé pasar.

Deje mi celular y mis llaves en mi mesa de noche, apague las luces y trate de ponerme lo más cómodo posible para poder descansar. Me dolía el cuello, me sentía bastante cansado como si todo el día hubiera estado corriendo. Una sonrisa se formó en mi rostro al ver que tenía pequeños puntitos que brillaban en mi mano, debido a la pintura fluorescente que había usado.

Tuve que haberme metido a la ducha y estar ahí un buen rato pero, era bastante el cansancio que en menos de nada me quede muy dormido.

El sonido de mi celular me despertó, me frote los ojos para aclarar mi vista y lo alcance, deslice el dedo por la pantalla para contestar, ni siquiera me moleste en ver quien era.

—¿Qué onda bella durmiente, vamos a comer o qué? — reconocí al instante la voz: era John.

—Te veo en el centro comercial en treinta minutos — colgué. Vi la hora y ya era más de medio día. ¿Cómo había dormido tanto? Creí que era más pronto.

Me puse de pie y me metí a bañar. Ya no me cabía duda que la vejez se estaba apoderando de mí.

Rara vez salía a comer con John, era mi mejor amigo pero en cuanto me mudé, eran pocas veces las que salíamos así que, nunca negaba una salida con él, siempre las aprovechaba todas.

Él se había convertido en mi mejor amigo desde que tengo memoria. Fue mi primer amigo en el Kínder, aunque ambos no sabíamos aún nada sobre la vida, él siempre estuvo ahí para mí.

Mi infancia no estuvo pintada de carritos, ni balones, ni mucho amor por parte de mis padres, solo de mi abuelo. Así que la mayoría del tiempo me la pasaba llorando o aislado del mundo que me rodeaba. Fue entonces cuando conocí a John.

Era mi primer día en el Kínder, después de estar viviendo varios meses con mi abuelo, todo había cambiado en mi vida, ahora la mayoría del tiempo me la pasaba jugando con carritos, yo solo, porque el abuelo tenía muchos asuntos pendientes que arreglar sobre mí.

Estaba bastante nervioso, pero mi abuelo siempre me decía que si afrontaba las cosas con miedo era más probable que salieran mal, entonces decidido entre a aquel salón. Todos iban muy bien vestidos, tenían sus grupos de amigos, yo me senté hasta la parte de atrás y como siempre que estaba nervioso me daba por comer, saque mi almuerzo y comencé a comer.

Brillando bajo el agua. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora