Capítulo 12.

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Levana.

Todo lo bueno llega a su fin. Lo malo también, pero es más triste el final de lo bueno.

No quería llegar a mi casa, no por miedo, sino que tenía una mala sensación de tristeza, esos pequeños episodios de depresión. El fin de semana fue grandioso, me desconocí a mí misma porque la mayoría del tiempo estuve de buen humor.

Todos nos regresamos en el auto que habíamos llegado, solo que esta vez con diferente conductor.

No sabía que iba a pasar con los chicos después de la pequeña pelea con Mariana, fue raro el hecho de que Daniel me haya defendido. Pero, siendo realistas, la que sobraba en ese grupo de amigos era yo, nadie más. Después de esto no iba a buscarlos, si me incluían en sus planes pues perfecto y si no, pues también.

Daniel seguía algo enojado por haberlo empujado a la alberca, en todo el camino no nos había dirigido la palabra ni a mí, ni a los demás. Y aunque él no quisiera aceptarlo, fue una buena broma, no podía irme de aquel lugar sin haberle hecho por lo menos una.

Esta vez no dormí nada, no quería volver a despertar en el regazo de alguien, así que me ofrecí a conducir por algunas horas mientras Daniel descansaba un poco. No me quite los auriculares para nada y fue la mejor manera de mantenerme despierta, pero también la peor para que mi mente viajara a recuerdos horribles.

Las pesadillas seguían aún presentes en cada uno de mis sueños y por más que trataba de descifrar los, no podía. O solo era que tenía mucho tiempo sin ir a llevarle flores a mi mamá, tal y como siempre lo hacía.

El regreso a nuestra pequeña ciudad se me hizo mucho más corto manejando, cuando menos lo pensé ya estábamos sobre las calles principales.
Llegamos primero a mi casa, me despedí de todos y aunque Daniel se esforzó mucho por ignorarme termino ayudándome con mi mochila.

— ¿Estas segura que no quieres que hable con tus padres? — me pregunto Daniel. Le había platicado que consideraba más como mis padres, a los de Beli que a los míos, pues ellos se habían preocupado más en todo momento.

— Vamos Bristol, antes de ti me las arreglaba de buena forma, no hace falta — respondí tratando de no sonar grosera. Al parecer con él era peor su relación con sus padres, no me contó mucho pero sí que cuando él estaba chiquito ellos habían sido pésimos en su papel de padres y que ahora querían remediarlo todo.

Típico.

Me dedico una sonrisa y se devolvió al auto, una vez que se subió, se marcharon.

Busque mi llave encontrándola en mi bolsa del pantalón, abrí la puerta y para mí no-sorpresa, nadie estaba en casa.
Deje mi mochila tirada a un lado de la puerta y me dirigí a la cocina a comer algo, tenía muchísima hambre y aunque fuera de madrugada me comí un plato de cereal con leche.

Subí a mi habitación viendo que estaba tal y como la había dejado días antes. Me recosté a terminar de comer mientras mi celular comenzó a sonar. Eran mensajes del mismo grupo donde estaban todos agregados, comenzaron a mandar las fotos y videos que grabaron. No me moleste en verlas y deje mi celular junto con el plato de un lado.

Busque en mi cajón mis herramientas perfectas para poder descansar un rato más, aún no estaba lista para toda la mierda que debía enfrentar mañana.

Salí por mi ventana y volví a la  rutina de drogarme sobre las tejas de mi garaje, bueno, estaba segura de que esa rutina nunca iba a pasar de moda. Tome aire y por un pequeño momento me pregunte si todo iba a ser así siempre, siempre los mismos reclamos, la misma salida, los recuerdos persiguiéndome, la culpa sobre mis hombros, ¿algún día todo esto iba a cambiar?

Brillando bajo el agua. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora