Capítulo 24

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Austin se había marchado de Inverness en compañía de Pietro, pero en cuanto había llegado a Edimburgo le había parado en el asiento de su lujoso coche, cuando este había tratado de ir tras él.

—No, ahora quiero estar solo. Tengo cosas que hacer, problemas que enfrentar.

Pietro le miraba con aquellos ojos tan azules, pero nunca diría que su mirada era limpia.
Las ganas de mandar sobre Austin irradiaban por todo su cuerpo, pero vio como solo asintió.

Cuando estaba abriendo la puerta del coche, Pietro lo agarró y lo besó. Quizás fuera un beso de despedida, pero también era uno de estoy aquí y eres mío, Austin eres mío.

Salir de ese coche y del beso de Pietro le costó unos segundos de más.

Cuando estuvo en su propio apartamento encontró todo tal y como lo había dejado, o casi. La cama seguía revuelta, tan revuelta como la dejaron él y Sinclair. Solo le había dejado una nota, pero se había sentido tan incorrecto haberlo hecho con él, no creía sentir algo más allá por su compañero, y en el fondo se alegraba.

No podía lidiar con algo más, con más frentes, con más emociones. Había vuelto para encerrar al asesino, su vida sentimental debería quedarse al margen.

Pero cuando entró en la comisaría y solicitó el alta, Sinclair estaba allí.

Aún le parecía increíble, hasta hacía solo unos meses hubiera jurado que le odiaba, que sentía un profundo desprecio por Austin y todo lo que él significaba.

Nunca pensó que de él obtendría tanto consuelo, tanto apoyo. Nunca pensó que se acostarían juntos, y que después desaparecería. ¿Le debía una disculpa?

No lo tenía tan claro, nunca se prometieron nada, pero eran sus brazos a los que había recurrido cuando estaba destrozado.

Fue Sinclair quien le sostuvo cuando el personaje y la persona llegaron a puntos en común, y estos eran demasiados hondos y oscuros.

Los labios de Sinclair, finos de por sí, ahora eran unas líneas delgadas y apretadas, pero sus ojos, duros, estaban llenos de otra cosa. ¿Alivio, rencor, anhelo?

—Sinclair—le saludó, de nuevo sus labios se fruncieron—. Tom, siento haberme ido así, pero realmente necesitaba distanciarme.

Pero fueron interrumpidos por Tilabe.

—Abercrombie, a mi despacho.

Austin se giró no sin antes echar un último vistazo a Sinclair, su expresión era de alivio.

Su jefe le desagradaba profundamente ya antes, ahora sinceramente no solo era que le resultara un hombre desagradable sino que comenzaba a dudar de su habilidad como policía.

Por lo cual si alguna vez le tuvo aunque fuera un poco de respeto, ya no era así.

—¿Se ha cansado ya de jugar a hacerse el sensible? Es su culo el que ahora está en peligro, Abercrombie.

—Es que acaso nunca fue así, ¿quiere decirme que mandarme con Pietro Lascia fue un tiro al aire? O peor, ¿le daba igual si atrapábamos a ese asesino?

—No diga estupideces, incorpórese y vuelva a la investigación.

—Por supuesto que lo haré, y no por usted y este cuerpo de policía, sino por los que han muerto.

—Hágalo por lo que le salga de los cojones, y váyase de mi despacho inmediatamente si no quiere que le abra un expediente disciplinario.

Austin y Tilabe se retaron con la mirada, pero Austin no veía el caso en seguir, algo que su jefe vio claramente.

Sugardaddy: Edimburgo (II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora