Capítulo 25

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Nikolai abrió repetidas veces la foto que David le había mandado, Jules en Edimburgo. No es como si la ciudad no estuviera abierta a cualquiera, pero en ninguno de los escenarios que imaginó con el profesor en el pasado, este aparecía en Edimburgo.

De hecho, no estaba allí por él. Sino en un congreso en el que ni siquiera aparecía como ponente ni como participante.

Sin embargo, estaba allí.

La luz no era la mejor, pero sin duda era él, era su perfil marcado, sus gafas de montura al aire que le daban ese aire intelectual tan lejano a Nikolai. Era la postura de su cuerpo relajada, hablando de algo que probablemente le apasionara.

Era Jules, y estaba en Edimburgo, y él estaba sentado en su despacho mirando una foto. No iba a salir corriendo a aquel pub, no iba a hacer nada si Jules no contactaba con él, y por el silencio total desde que había vuelto de Londres, sabía que no le contactaría.

Bloqueó la pantalla de su teléfono móvil, pero este volvió a encenderse. Una nueva foto, jodido David, pero no podía estrangularlo, le había quitado de encima al irlandés.

En la nueva foto que le envió, Jules parecía estar mirándole, de frente, en una postura que solo invitaba a acercarse.

Nikolai tomó las llaves de su coche y dejó el despacho, mientras sus hombres se movilizaban tras él. Con un simple gesto de su mano se quedaron clavados en su sitio. No los quería con él, allá donde iba sin duda no los necesitaba.

Edimburgo era realmente pequeña comparada a las dimensiones de Londres, por lo que en menos de 15 minutos estaba frente a las puertas del pub desde el que David le había mandado las fotos. Cuando entró estaba demasiado oscuro como para ver bien las caras, al menos, hasta que te acostumbrabas a las penumbras y la alta música de fondo.

Y entonces le vio, estaba riendo con esa risa franca y abierta que tan bien conocía. No se acercó, aún le miraba de lejos. Hasta que Jules le vio.

Siempre se había mofado de esas escenas de cine donde el chico encuentra a la chica, se miran y el amor lo llenaba todo. Allí no había nada de eso, no era amor, no como lo solían mostrar en esas películas. No hubo sonrisas, no hubo inclinación de cabeza. Pero había algo y los dos lo sabían.

Nikolai se acercó y Jules se separó de su grupo de colegas.

Estaban cerca, pero no lo suficiente. Fue Jules el que dio un paso hacia un lado, y después otro hasta apartarse del grupo más grande de personas en el pub, hasta que los llevó a una zona más solitaria.

¿Iban a hablar? No, no hablaron, porque ellos rara vez lo hacían. Pero sí se besaron, Jules lo empotró contra la pared para ser más precisos.

Se sentía bien, rara vez era Jules el que tomaba la iniciativa en sus encuentros, era más una cuestión de acoso y derribo por parte de Nikolai.

Le tomó el rostro con ambas manos, queriendo verlo, verlo bien de verdad.

Era él, y no tenía nunca suficiente, Nikolai le quitó las gafas, y Jules volvió a atacarle la boca. Notaba la pared con molduras de madera contra sus costillas, pero le daba completamente igual.

—Vámonos—le gimió Jules en los labios—, llévame a tu casa.

Nikolai sabía que aquello era imposible, si Jules daba un paso dentro del mausoleo ruso a todo lo excesivo sería un blanco tan fácil que estaría poniéndoselo en bandeja a sus enemigos.

Y no es porque no tuviera unos cuantos en su casa.

Lo arrastró de aquel pub, ambos montaron en su coche y lo llevó al primer hotel que se le ocurrió.

Sugardaddy: Edimburgo (II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora