¡Celos!

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Robin llega de su viaje y todo vuelve a la normalidad. Si es que este intento de familia ha sido normal alguna vez. Las niñas regresan el miércoles con su madre y nos quedamos solos en casa para ver películas, ir a bailar y llegar tarde a casa, caminar desnudos cuando y como queramos y hacer lo que nos plazca como una pareja joven. El Viernes salgo antes del trabajo y decido que quiero sorprender a mi hombre porque estamos de mes aniversario. Y si, sonará muy cursi pero me permito unas pocas veces al año ponerme así.

Compro algunas velas aromáticas, aceites y ordeno una cena para llevar en su restaurante italiano favorito. Lleno la bañera, enciendo las velas y arreglo la mesa para cenar. Puntual entra por la puerta el hombre que me alborota los latidos y... Viene con cara de pocos amigos.

-Hey- saludo cuando entra directo al salón y se sienta en el sofá. Estoy en mi pijama corto de seda que uso sólo cuando las niñas no están y camino hacia él con dos copas de vino en mis manos.

-Hola.- me contesta a secas y me quedo en el sitio mientras mi sonrisa y emoción por la sorpresa desaparecen.

-¿Qué pasa?- Robin es el hombre con más paz interior que conozco. Sabe mantener la calma muchísimo más que yo en ciertos momentos y saber eso y ahora verlo a punto de explotar como una bomba de gas instala en mi una ansiedad latente.

-Tenemos que hablar.- está serio como una tumba. Trago. Esa palabra nunca trae nada bueno. Todo el paquete de inseguridades incorporadas que poseemos las mujeres explotando en mi cara y ahora no es sólo ansiedad sino que me atacan el pánico y los nervios.

-Okey ¿Qué pasa?- me siento a su lado, dejando las copas de vino olvidadas en la mesa de café y él me mira. Luego niega y se pasa la mano por el cabello. Jamás lo he visto así de irritado o molesto.

-Tú sabes que pasa.- está enojado y no entiendo el porqué.

-Perdon, pero no se de que hablas.- me permito soltar una risita bufada por lo absurdo de la situación y para quitarle un poco de drama a lo que sea que está por salir de su boca.

-No te hagas, todo ésto es culpa tuya.

-¿Perdona?- Lo miro incrédula. Mi ceja izquierda alzada de forma altanera. Ahora estoy empezado a enojarme yo. A nadie le gusta que lo acusen de algo y muchísimo menos si te reclaman y no te dicen que has hecho mal.

-Me escuchaste. Llamé hace rato para saludar a mis hijas como todos los días y Belle me dice que estaban depilando a su hermana ¡Depilando! ¡por el amor de dios!- caigo en el asunto. De eso se trata todo el mal humor. Robin está teniendo una pataleta por los vellos de Emma. -Le reclamo a Zelena por estar haciendo semejante locura y ella me reclama a mí y encima me dice que tú la pusiste en un compromiso por hablar de depilaciones con Emma.- ¿Qué yo que?

-Ey, ey, ey, ey... será mejor que le bajes dos a la intensidad.- intervengo.

-No estoy para mentiras, Regina. ¡Esto es serio!.- ¡Regina!. No bueno si es serio.

-A ver, a ver. Uno, te calmas que así no vamos a resolver nada. Dos, yo no hable de depilaciones con tu hija ella solita llegó con el tema.- intento defenderme y apaciguar las aguas porque la vena en su frente está a punto de reventar.

-Pero tú le seguiste el juego...- el enojo me hace ponerme de pie de un salto.

-¡Robin, por dios!. Tú hija tiene once años, casi doce. Está en la edad del coqueteo, de que quiera verse femenina. Normal que se quiera depilar ¿no?

La novia de PapáDonde viven las historias. Descúbrelo ahora