🍁 Prólogo

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Era otoño. El viento arrullaba las copas de los árboles con tranquilidad mientras la oscuridad abrumadora se encargaba de hacer lucir al bosque más profundo y tenebroso.
Era una noche despejada que sumergía el ambiente en algo inquietante para algunos, fascinante para él.

Caminaba por el bosque, dejando que algunas ramas y hojas crujieran con su andar. La noche era fresca y sin embargo, estaba sudando.

Llegó a los límites del bosque donde la creciente población comenzaba a hacer presencia, algunas antorchas alumbraban la vereda y alguno que otro guardia vigilaba las calles.

Era bien sabido que una presencia abismal melodeaba el lugar.
La gente vivía con miedo, en especial las noches como ésta.

Caminó tratando de lucir natural aunque era más que consciente de que no lo era. Su única motivación es que pronto llegaría a su casa, la más grande del pueblo.

Giró en una esquina y por fin la pudo ver.

Era inmensa y la más iluminada del lugar. Había velas por toda la casa, alumbrando cada rincón, todas las noches.
Caminó despacio, tratando de pasar desapercibido hasta llegar detrás de una carroza, la cual podía proteger y cubrir su cuerpo.

Observó cada ventana, agradeciendo que no hubiera cortinas cerradas en la mayoría de ellas. Pero no lo veía. No estaba en ningún lado, ni arriba ni abajo.

Cuando estaba apunto de irse, abatido, observó una silueta caminar por la vereda que al acercarse a la casona, al ser iluminada con su luz, pudo ver con claridad.

Era él.

Su corazón bombeo rápido y sus manos comenzaron a sudar. Era bonito, demasiado.

A veces venía a verlo, y no es que sea una especie de acosador, si no que su presencia lo tranquilizaba. Le hacía olvidar por unos momentos sus problemas, sus inseguridades, su vida... y aunque estaba seguro de que tal vez aquel sentimiento de calidez no era mutuo, no le importaba, estaba bien con solo sentirlo él.

Sin darse cuenta, una sonrisa tímida estaba plasmada en su rostro. Avergonzado, negó con la cabeza, tratando de borrarla pero entonces un fuerte dolor surcó su pecho.

Debía irse.

Se despidió mentalmente del chico bonito, creyendo en su inútil ilusión que algún día podría agradecerle todo lo que ha hecho por él sin darse cuenta.

Con algo de tristeza, caminó con dirección al bosque nuevamente. Quería correr, sabía que debía hacerlo, pero eso podía levantar sospechas así que sólo iba a paso veloz.

Una vez a salvo, entre las ramas y oscuridad, pudo correr, tan rápido como sus pies le permitían. Debía alejarse de aquel pueblo tanto como pudiera.
Y lo hizo, hasta que un fuerte dolor volvió atravesar su cuerpo entero, haciéndolo caer de rodillas.

Oh no.

Se arrastró hacia un árbol, con la respiración agitada y el cabello escurriendo gracias al sudor que había estado haciéndose presente, empapando su playera a su paso.

Sabía lo que venía y sin embargo tenía miedo. Siempre lo ha tenido.

Sus manos comenzaron a doler y casi sin querer, las miró, conociendo con claridad lo que encontraría. Sus dedos tronaron, podía escucharlos, sentirlos. Veía cómo se movían a su antojo, cómo se doblaban, como si de plastilina se tratara. Arqueandose tan atrás que la punta del dedo tocaba el dorso de la mano.

Pero aquel dolor fue acompañado por uno más fuerte. Sus pies. Tan idiota se olvidó de quitar los zapatos.
¡Nooo, un par menos!
Sus dedos también tronaron, al igual que el talón y tobillo para luego, comenzar a crecer tanto que el zapato se abrió como si de un pedazo de tela vieja se tratara.

Sus rodillas dolían, sus muslos, su estómago, sus brazos. Todo. Todo ardía y ardía como el infierno. Tal vez de ahí venía.

El dolor era insoportable, aquel que te roba cada aliento, sin dejarte poder gritar o sufrir, porque parece clavar miles de agujas en el cerebro sin dejarlo concentrar en un solo dolor. Eran todos a la vez.

Entonces sus piernas, ya no eran humanas. Eran grandes, toscas, peludas.
Sus dedos del pie tenían garras gigantes, con las que podía trepar fácilmente. O matar.

Su pecho ahora estaba lleno de pelo y era más duro. Sus brazos, ya no eran brazos del todo, eran otras patas grandes, musculosas, con garras también, tan filosas que de un sólo zarpazo podía arrancar cualquier cosa, herir a cualquiera.

Pero aún no terminaba, venía lo peor.

Las venas de su cuello comenzaron a marcarse en su piel, parecían bombear sangre mil veces más rápido, como si pudieran explotar en cualquier momento. Y tal vez sería lo mejor para él. Sentía la sangre agolparse en su cerebro, haciendo que su presencia doliera tanto. No estaba seguro del porqué no se había estrellado contra una roca ya.

Sus ojos estaban llenos de lágrimas, de dolor, de miedo, de desesperación, de cansancio. Sus dientes mordían sus labios tan fuerte que de seguro ya habían sangrado. Incluso podía sentir como la saliva salía de su boca, era tanto el esfuerzo que hacia, que éste líquido salía sólo.

Y entonces llegó la última fase.

Su quijada tronó, así como su cráneo minutos después.

Todo se volvió negro, pero aún era consciente. Del dolor sobretodo. Podía sentir su piel desgarrarse, mientras su quijada empleaba otra forma. Más alargada. Amoldandose de manera perfecta para poder poner más dientes en ésta, incluyendo sus colmillos.

Su cráneo se achicaba, no sabía que pasaba con su cerebro pero deseaba que aquello algún día le matara.

Cómo siempre, en los últimos momentos se desmayó, tal vez por solo unos segundos, pero podía sentir la calma que anhelaba cada día de su vida. Siempre pensaba que lo mejor sería que algún día ya no despertara.

Hasta que caía de nuevo en la realidad. Con otra perspectiva.

Y ahí estaba de nuevo. Con su postura encorvada, sus grandes colmillos, sus orejas picudas, su respiración de bestia, su pelaje asqueroso, sus garras afiladas, sus ojos brillantes y su hambre insaciable. Su sed de sangre.

Aquella noche, era luna llena y eso significaba una sola cosa. La bestia había despertado.

Holaa ya regresé

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Holaa ya regresé. Espero que les guste y que los cambios que he hecho no les decepcionen):

Nos leemos ^^

𝐻𝑜𝑚𝑏𝑟𝑒 𝑙𝑜𝑏𝑜 ~ 𝑀𝑖𝑛𝑠𝑢𝑛𝑔 🍁Donde viven las historias. Descúbrelo ahora