IV.

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Luego de que Caspian nombrara a lord Bern, duque de las Islas Solitarias, zarparon en busca de los otros seis lores

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Luego de que Caspian nombrara a lord Bern, duque de las Islas Solitarias, zarparon en busca de los otros seis lores.

-No se que habrá sido de mis compañeros- expresó el lord. -Nadie sabe que habrá pasado realmente detrás de ese horizonte. Lo más probable es que nada y he de confesar majestad, que me siento un tanto avergonzado por haberme quedado aquí.

-He hecho un juramento, mi querido duque- respondió Caspian. -Encontraremos a los otros.

(...)

El vitoreo de la tripulación se escuchaba por todo el barco, quienes entusiasmados animaban a los reyes.

Caspian había retado a Edmund a un duelo para distraerlo un poco y el azabache aceptó con gusto. Ambos eran muy buenos espadachines, pero aún así se notaba que Edmund seguía siendo el mejor con la espada. Sus movimientos eran precisos, limpios y fuertes. Bastaron unas estocadas más para que ambos terminaran con la espada del oponente en sus cuellos, dando por terminado el combate.

-Eres más fuerte mi amigo- alagó Caspian.

-Tal vez un poco- presumió el chico Pevensie.

- ¡De vuelta al trabajo marinos! – gritó Drinian y todos obedecieron.

Los reyes se reunieron con Lucy y Reepicheep, que se encontraban sentados sobre unos barriles a estribor. Uno de los marineros se acercó a ellos para ofrecerles algo de beber.

-Gracias- dijo Caspian y luego de dar un gran trago, pasó su mirada por todo el barco. -Sabes Edmund, creo que deberías ir con T/N y hablar con ella.

El azabache lo miró sin ninguna expresión y asintió.

-Si me permite opinar majestad, el rey Caspian tiene razón- se atrevió a decir el roedor. -Tal vez, ella lo necesite.

Hacía tres días que habían abandonado las Islas Solitarias, mismos días que la pelinegra se había encerrado en su camarote. Reepicheep había logrado intercambiar pocas palabras con la joven, pero ella se negaba a salir de su refugio. Todos en el barco, incluyendo al pequeño Eustace, intentaron hacer que saliera, pero fracasaban en su intento; todos menos Edmund.

El rey justo se sentía tan culpable por lo que había sufrido la chica, que no era capaz de ir a tocar su puerta y preguntarle como se encontraba, la imagen de ella desangrándose no se iba de su mente.

-Edmund, no fue tu culpa- dijo Lucy adivinando sus pensamientos. Caspian bajó la mirada y luego miró a su amigo.

-Nada de lo que pasó fue tu culpa Ed- su mano se posó en el hombro del azabache dándole apoyo.

Edmund se zafó del agarre con un movimiento brusco.

- ¡Déjenme en paz! - alzó su voz. Todas las miradas se dirigieron a él. -Sigan con su trabajo- ordenó molesto y camino hacia los camarotes. Lucy y Caspian compartieron una mirada de preocupación.

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