Un día antes De todo

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Alejandro estaba en la cocina, desayunando en soledad

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Alejandro estaba en la cocina, desayunando en soledad. Era su día libre, pero no el de Sebastián. Sus rutinas coincidían solo los miércoles, y a veces en la cena. Sin planes para el día, se encontraba esperando la entrega del correo. Terminó su desayuno con calma y se recostó en el sofá, con la mirada fija en el techo.

—Yo no tenía la culpa —se quejó en voz alta, consciente de que nadie le contestaría.

Habían pasado ocho meses desde su llegada aquella noche. Con el otoño acercándose, algunas cosas se le escapaban de la memoria, incluyendo su propio cumpleaños. Sin embargo, tenía claro que, de no estar ahí, no tendría idea de dónde estaría.

Unos golpes suaves en la puerta, seguidos de una voz familiar, lo sacaron de su ensoñación.

—¡Alejandro! ¿Estás ahí?

Alejandro se despabiló y fue a abrir la puerta, disculpándose por no haber escuchado a Erik antes. Los ojos ámbar de Erik resaltaban, como siempre. Vestía con ropa impecable, a veces con una boina café que le daba un aire distinguido. Alejandro abrió la puerta de la mosquitera para que Erik entrara.

—Aquí tienes, revisa tu correo —dijo Erik con una expresión tranquila, entregándole una carta y dejando otra en el respaldo del asiento. La forma en que lo dijo le causó gracia.

—Iré a buscar un cuchillo —dijo Alejandro, levantándose, pero se detuvo al instante al escuchar un rasgado. Erik volteó a verlo con sorpresa, como diciendo "¿De verdad lo abriste así?".

—Si tengo manos, puedo abrirlo —respondió Alejandro casualmente.

Era una carta sencilla pero de apariencia formal, escrita a máquina y con la fecha en la parte superior izquierda. Lo importante era el sello claramente firmado. Si no fuera así, habría venido con una breve explicación y un rotundo no.

—¿Y bien? —preguntó Erik, mirándolo expectante con sus cejas marrones arqueadas.

—Todo bien, me aceptaron —respondió Alejandro, soltando un suspiro de alivio. Aunque no lo decía en voz alta, le preocupaba no ser aceptado y quedarse solo.

—Bueno, alégrate un poco, ¿no? Quita esa cara larga —dijo Erik, levantándose para ir a la cocina.

—¡Ya llegué! —anunció Ed, entrando con su típico cabello desordenado y una expresión seria. Observando a Alejandro sentado con la carta en las manos, exclamó—Te aceptaron, ¿verdad?

Erik asomó su cabeza desde detrás de la barra, con un vaso de agua en la mano. Ed vestía un suéter marrón y pantalones negros.

—Aquí tienes, los compré de paso —dijo Ed, sacando unos dulces de su pantalón y sentándose en el suelo, apoyado de espaldas al sillón.

—Gracias, pero solo hablan de mí y ni siquiera sé si ustedes quedaron —comentó Alejandro, molesto, mirando a Erik y Ed, quienes permanecían callados, esperando a que hablaran.

Entre el bosque y la RealidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora