Pelea interna I

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Alejandro

Estaba solo en la habitación, sumido en la penumbra. El reflejo en el espejo del baño le devolvía una imagen que apenas reconocía: un rostro agotado, marcado por profundas ojeras que hablaban de noches sin descanso. Las líneas bajo sus ojos se habían vuelto más pronunciadas, un color oscuro que parecía hundirse en su piel pálida.

Se llevó las manos al rostro, sintiendo la piel tirante y seca bajo sus dedos. Un leve temblor recorrió sus manos, algo apenas perceptible, pero ahí estaba, un síntoma más del cansancio extremo que lo envolvía. Sus ojos ardían, no solo por la falta de sueño, sino también por la presión constante que sentía detrás de ellos, como si algo invisible estuviera empujando desde adentro, amenazando con estallar.

—Llevo dos días sin poder dormir bien —murmuró para sí mismo, con la esperanza de que decirlo en voz alta aliviara, aunque fuera un poco, el peso en su cuerpo.

El cansancio no solo era evidente en su reflejo, sino también en cada uno de sus movimientos. Se sentía torpe, como si cada paso fuera más pesado que el anterior. La luz tenue del baño acentuaba la palidez de su piel, y la leve curvatura de sus hombros dejaba en claro el agotamiento que lo dominaba. Alejandro se masajeó las sienes, intentando aliviar la creciente presión en su cabeza. Pero el dolor, un martilleo constante, no se detenía.

La presión en sus sienes era implacable, como si un tornillo se apretara lentamente en su cráneo, aumentando la sensación de constricción. Cerró los ojos, tratando de ahogar el dolor que ahora se extendía desde la base de su cuello hasta la parte frontal de su cabeza. Era un dolor sordo y profundo, como una banda elástica demasiado ajustada alrededor de su cráneo.

Los dolores de cabeza, que durante un tiempo habían cedido terreno, habían regresado con más fuerza, y ahora eran constantes. Ya no eran solo un síntoma del cansancio, sino una presencia palpable, como si algo estuviera mal, muy mal.

Alzó la vista hacia el espejo una vez más. Su visión parpadeaba ligeramente, como si los bordes de las cosas se volvieran borrosos de forma intermitente. Respiraba con dificultad, como si su pecho estuviera demasiado pesado para permitir el flujo normal de aire. Y lo más alarmante de todo: sus manos empezaban a temblar más visiblemente.

Se sentó en el borde de la cama, soltando un suspiro cansado. «Quizás solo necesito dormir», pensó. Pero el dolor en su cabeza era un recordatorio constante de que no todo era tan simple.

Se negó a ir al médico, convencido de que podía manejarlo. Así que, en lugar de buscar ayuda profesional, había pedido a Georgie que consiguiera algo para el dolor. Lo único que consiguió fueron un par de pastillas que le habían dicho que bastaba con tomar una, pero él había tomado ambas. Y aun así, el alivio fue breve; el dolor volvía, implacable, tan pronto como el efecto desaparecía.

"Administren mas dosis"  " tenemos que manternerlo vivo" 

Se puso de pie, pero sus piernas vacilaron. El suelo se sentía inestable, como si estuviera moviéndose bajo sus pies. El dolor en su nuca era más intenso ahora, irradiando hacia la base del cráneo y bajando por su columna. Sintió un escalofrío recorrerle la espalda, pero no era de frío, sino de agotamiento extremo.

Entre el bosque y la RealidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora