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𝐂𝐚𝐩í𝐭𝐮𝐥𝐨 𝟏𝟏: 𝐌𝐚𝐧𝐨𝐬 𝐝𝐞𝐬𝐧𝐮𝐝𝐚𝐬

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Delilah se sintió avergonzada. Este sentimiento la abordaba por dos motivos: el primero era lo estúpida que se sentía al haber pensado que Diana se había ido sin ella, mientras que el segundo era que el vestido de esta era mucho más bonito que el suyo. Existía hasta un tercer motivo, pero este no le causaba vergüenza, sino inseguridad: la pelirroja no tenía unos guantes de repuesto, puesto que allí nunca se usaban.

Este accesorio era importantísimo en la sociedad de Paralia. Tanto su institutriz como su madre la habían convencido de llevarlos siempre, metiéndole en la cabeza una serie de normas absurdos sobre ellos:

1. Aparecer en público sin guantes es un acto completamente indecoroso.

2. Si la manga es corta, los guantes deben de ser lo suficientemente largos para no mostrar ni un solo centímetro de piel.

3. Deben mantenerse puestos cuando se da la mano, se presenta para ser besada o cuando se baila. Solo se puede prescindir de ellos al cenar.

Le era muy difícil, de la noche a la mañana, quitárselos en un evento social tan grande como aquel.

—¿Delilah? —le preguntó Diana preocupada, al ver el pánico en los ojos de la chica. Al ver como apretaba con fuerza los enormes guantes blancos manchados de oxido, añadió:— Puedes quedarte con ellos puestos si te incomoda, solo quería que supieras que aquí no es lo más común...

Su prioridad en aquel momento era encajar en aquella nueva sociedad por lo que, con muchas dudas e inseguridad los guardó en su maletín.

Ambas salieron de los vestuarios, desde atrás, Delilah observaba con detenimiento el vestido de la joven. Era tan distinto al suyo, y a la vez muy parecido. También era corte imperio, pero su falda tenía un poco más de volumen, al igual que sus mangas.

La prenda en general tenía muchos pliegues y detalles, incluso en la parte de atrás habían unas decoraciones con forma de clavel. Por no mencionar las joyas incrustadas, características en cada uno de sus atuendos. El color de la tela también era más llamativo, mientras que el de Delilah era de un azul marino apagado, el de Diana era de un vivo color verde oscuro.

Al salir de los vestuarios se encontraron con Astro en el pasillo, la ausencia del rubio preocupó instantáneamente a Delilah.

El joven llevaba chaleco beige, una camisa blanca con un pañuelo del mismo color atado al cuello y unos pantalones marones oscuros.

—¿Y Víctor? —preguntó Delilah angustiada. El nudo en su garganta que había sufrido hace unos minutos amenazaba con volver a aparecer.

—Se ha encerrado en el probador y se niega a salir —explicó Astro a la vez que sacaba su reloj de bolsillo—. Quedan diez minutos, no tenemos tiempo.

—Si el estado de vuestras puertas es el mismo que el nuestro, no te será muy difícil tirarla abajo —comentó Delilah.

—¿Y meterme en problemas el primer día? No gracias, que salga cuando quiera.

—¿Quién en su sano juicio se querría quedar ahí encerrado? —cuestionó Delilah, el repulsivo olor volvió a invadir sus sentidos, por lo que reprimió una arcada— Yo he estado ahí 5 minutos y ha sido insoportable.

—¿Te ha dicho por qué? —habló Diana.

—Dice que no tiene ropa para el baile y que se van a reír de él.

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⏰ Última actualización: Apr 08, 2022 ⏰

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-𝐋𝐚𝐬 𝐁𝐫𝐮𝐣𝐚𝐬 𝐝𝐞 𝐏𝐢𝐜 𝐋'𝐈𝐧𝐟𝐞𝐫𝐧-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora