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Cuando Ernesto entró en su habitación ya lo esperaban sus padres. Lo abrazaron, lo besaron y lo llenaron de elogios.

Sus padres, que tenían su propio cuento, y gozaban de gran popularidad entre toda la población de la Fantasía, pero sobre todo de la Realidad, como una de las parejas más felices, se sentían orgullosísimos de que su hijo hubiera llegado a estas instancias. Y con los más altos honores. Ninguno de los dos dudaba que su hijo lo consiguiera. Su madre, la más entusiasmada de ver a su hijo ya convertido en todo un hombre, no pudo contener las lágrimas y las vertió a grandes cantidades. Pero su padre, un poco más atento, descubrió que algo no andaba bien con Ernesto.

Según el cuento de los padres de Ernesto, y seguro sabes a cuál me refiero, su madre había permanecido dormida durante mucho tiempo debido al hechizo de una bruja malvada, hasta que un apuesto joven (papá de Ernesto) con un beso de amor la despertó. Pero parecía que su madre no había despertado del todo porque había quedado un poco adormilada.

—¿Hijo, te sucede algo? Deberías estar emocionado y percibo que estas muy incomodo —inquirió el padre.

—Sí, padre —comenzó Ernesto despacio—. ¿Te das cuenta? A todos les facilitaron un poco la búsqueda, ¿y a mí? Ni siquiera me dijeron donde empezar. ¿Lo comprendes? Todos ya saben que tipo de monstruo van a enfrentar, menos yo. Estoy seguro que el Rector lo hizo como una forma de venganza. Creo que no soporta que yo haya sido el mejor alumno.

—¿Por qué lo dices cariño? —argumentó la madre; había dejado de llorar para escuchar a su retoño.

—Y para colmo de los colmos: mandan conmigo al maestro más joven y menos experto —Ernesto seguía quejándose—. ¿Qué puedo aprender de ese tipejo si es casi tan joven como yo? No, aquí hay malas intenciones.

Sus padres lo escuchaban atentos. En cierta medida no podían creer que su hijo estuviera hablando así de la escuela más prestigiosa de toda la Fantasía. Sin embrago, el padre, que había sido alumno, ya empezaba a comprender el origen de las frustraciones de su hijo. A pesar de ello siguió escuchando respetuoso.

—Miren, les voy a explicar porque pienso lo que estoy diciendo —siguió Ernesto en su empeño por demostrar la mala jugada que el Rector le había formulado—. Hace unos meses, en una de las clases, el Rector me reto a una partida de ajedrez y lo vencí frente a todos mis compañeros. Creo, y sin dudarlo, que a partir de ahí me agarró coraje. Claro, ahora se desquita enviándome a una misión casi imposible.

El padre de Ernesto; gran amigo del Rector, sabía que si se le había asignado esa doncella y los datos limitados era por una razón positiva y no por un acto de venganza. Trató de aconsejar a su hijo porque vio el miedo en todo su cuerpo. Además, tristemente comprendió que los ojos de Ernesto ya comenzaban a nublarse con aquello que impedía ver con claridad. Tener la visión nublada era el principal enemigo de todo joven aspirante a príncipe de cuento. Afortunadamente, el padre; con certeza, visualizó que hiciera lo que el hiciera esa venda del corazón sólo podría ser retirada por él mismo.

—Hijo, no puedes darte por vencido antes de ni siquiera haber comenzado —arguyó la madre—. Además, piensa que la doncella, al igual que tú es de sangre azul.

Terminó de decir la madre y comenzó a empacar una mochila con lo más indispensable. A la puerta llamó un joven y no esperó a que le contestaran para entrar.

—¡Listo Ernesto! —dijo entusiasmado el joven. Ernesto se le quedó viendo manifestándole su gran descontento de verle. Pero Ismael, joven en edad, poseía toda la preparación y el conocimiento para emplearse como asesor.

—¿Nos vamos a la Realidad o tienes miedo?

—No, no estoy listo, pero no tengo miedo —se defendió.

—¡Entonces, vamos ya!

—Sí, vámonos —dijo irónicamente—. ¿A dónde? ¡No te das cuenta que ni siquiera sabemos a donde tenemos que ir! ¿Sabes cuantos países, cuantas ciudades hay en la Realidad?

Los padres de Ernesto quedaron un poco desconcertados. En verdad Ismael era joven, muy joven. Al verlos juntos más que alumno y asesor parecían compañeros de clase.

—Cuando sabes lo que buscas es más fácil encontrar —dijo Ismael y después se dirigió a los padres de Ernesto—. Creo que deben despedirse por que a partir de este momento la búsqueda comienza y es una búsqueda que él solo debe realizar.

La madre salió un poco preocupada. Todavía imaginando que todo era un complot en contra de su hijo. Sin embargo, su esposo la tranquilizó diciéndole que en la vida siempre, aunque no lo parezca o nos cause dolor y tristezas, todo funciona de manera correcta.

Reconocieron que en su hijo había un problema, pero quedaron tranquilos al saber que la institución le daba las herramientas necesarias para vencerlo. Y es que no era natural que el alumno más destacado en clase se estuviera negando a salir en busca de la doncella que le proporcionaría su título como príncipe de cuento.

El príncipe de soledadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora