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Ya solos en la habitación, Ismael daba sus primeros consejos.

—¿A que le temes? ¿Al fracaso? ¿A no tener éxito? Déjame decir que el fracaso no existe. Además, si no lo intentas: ¿Cómo sabrás si eres capaz de hacerlo?

Ernesto se encontraba deambulando de un lado para otro escuchando atentamente las palabras de su asesor. Era verdad, su corazón ya estaba un poco contaminado por la soberbia y el egoísmo, pero nadie se puede engañar a sí mismo. En el fondo de su corazón, Ernesto reconocía que lo que le aterraba eran sus propios temores. Sentía no estar lo suficientemente preparado aún a pesar de haber sido el mejor alumno de la clase.

Ernesto era inteligente y supo reconocer a tiempo que de permanecer con esa actitud poco ganaría. Además, ¿qué pensarían sus compañeros?, ¿qué pensarían sus padres? Con la inteligencia que proviene de la cabeza trató de sincerarse con su asesor. Después de todo ¿Quién más podría ayudarlo? Es verdad, estaba apanicado y sentía un nerviosismo recorrer todo su cuerpo, pero tuvo la suficiente sutileza para comprender que Ismael, además de su asesor, podría ser su primer mejor amigo.

Es que Ernesto desde su ingreso a la Real Academia había permanecido aislado casi en su totalidad de los demás. Siempre se apartaba con el pretexto de estudiar. Cuando debía convivir con los otros lo hacía como un trámite. Él nunca hablaba de sus sentimientos a no ser que alguna clase lo exigiera. Sin embargo, había adquirido tanta inteligencia que eran sentimientos disfrazados y nadie parecía darse cuenta. Pero ahora la situación era diferente porque ya no se trataba de meros ejercicios, sino de la vida misma.

—Ismael —dijo Ernesto que ya empezaba a vislumbrar todo el potencial de su maestro asesor a pesar de su corta edad—, lo que me detiene es esta sensación de pensar que con todos mis conocimientos y virtudes mi destino no sea ser príncipe de cuento.

—Mira —contestó Ismael complacido al ver que Ernesto solamente padecía los síntomas de la confusión y no era ningún caso perdido—, ser príncipe de cuento más que un destino es un viaje. La mitad de ese "final feliz" consiste en caminar y buscar. ¿Qué sé hace para encontrar? Muy fácil: ¡Buscar!

Ernesto escuchaba atento, tal vez porque en cierta forma había recordado el primer requisito para aprender: "reconocer que no sabemos". Hasta ahora empezaba a comprender que quizás no tenía ningún conocimiento porque desde hacía algún tiempo se había cegado a nuevas enseñanzas creyendo que ya lo sabía todo.

—Hay una ley en el universo que dice —continuaba Ismael citando conocimientos que había adquirido a lo largo de su corta vida—: es más fácil que algo en movimiento se mantenga en movimiento. Y a la inversa, una vez que un objeto se encuentra en reposo es más fácil que así se mantenga. Con esto quiero decir que la mitad de la realización de una tarea consiste en iniciarse.

—Lo entiendo. Pero, pero... es que yo no quiero defraudar a mis padres. Ellos creen en mí, fui el mejor estudiante y, sin embargo, no estoy seguro...desconfió de mi destino.

—Ernesto, sólo hay una forma de averiguar tu destino: viviendo y enfrentando cada día los retos que se te presenten. No te preocupes, es normal sentir temor ante las aventuras que cada día se nos presentan. Pero, escucha, nadie, ninguna persona sabe lo que le depara el día de mañana y sin embargo la vida continúa porque esa es la esencia de la vida: vivir. Bueno, ya no te preocupes; mira, en la vida siempre, aunque no lo creas, siempre tendrás mínimo dos opciones. Así que yo te doy dos opciones: ¿o sales en busca de esa doncella o te quedas a esperar a que ella venga por ti?

Ernesto sonrió por la ironía de Ismael al lanzar la pregunta. Imaginó la escena de un cuento donde una princesa saliera a luchar contra dragones para rescatar a su príncipe. ¡Imposible! Las mujeres no rescatan a los hombres. Y si así fuera, esa mujer no sería una princesa y por supuesto, el final nunca sería feliz.

—¡Vámonos! —por fin dijo convencido Ernesto. Él intentaría rescatar a la doncella y enfrentar su destino. Tomó la mochila con todo lo necesario (dinero, ropa adecuada a la Realidad, algunos objetos personales ordinarios). Ambos salieron de las instalaciones de la Real Academia rumbo a la Realidad. Pues Ismael había dicho que el amor puede estar en cualquier lugar: "donde haya un ser vivo ahí puede estar el verdadero amor. Porque todo ser vivo fue creado para amar".

Los padres de Ernesto derramaron algunas lágrimas cuando lo vieron partir. Habían invertido mucho en él. Además, era un viaje sin tiempo definido. Más que un viaje en busca de un título cualquiera, era un viaje en busca del amor verdadero, de ese que conduce a la felicidad eterna. Sus padres lo despidieron con lágrimas en los ojos y a pesar de lo nublado de su vista pudieron ver que ya nada podían hacer, era su vida y la forma como terminara dependía única y exclusivamente de él.

El príncipe de soledadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora