Las clases en el Instituto para Niñas Bien eran impartidas principalmente por religiosas; aunque también ya en diversas ocasiones habían tenido maestros y maestras que no pertenecían a la orden religiosa.
Una de las maestras con quien más se habían identificado nuestras doncellas era una maestra de nombre Cristal. ¿Te acuerdas que ya la había mencionado?
—Ah, sí, la que estuvo enferma y por eso no pudo asistir al festejo de Fanny —contestó Canddy.
—Bueno, pues la maestra Cristal impartía la materia de artes, o sea, pintura, escultura y música —Don Chema se sentía un poco más emocionado al saber que la joven alumna le estaba poniendo atención—. La maestra Cristal era joven, muy joven. Tenía veinte años de edad. Era soltera y sin hijos. Empezó a laborar en el Instituto desde muy joven, poco después de cumplir los dieciocho años de edad. A su llegada, de inmediato se ganó el cariño de casi todas sus alumnas. Por sus formas cariñosas y amables pronto se convirtió en la maestra favorita. Con frecuencia recibía invitaciones de las alumnas a comer los fines de semana a sus casas. Es que con la maestra Cristal podían hablar de esos temas aparentemente prohibidos para ellas: los hombres, el amor y los sentimientos. Tal vez por la juventud, ella también se identificaba con las alumnas y accedía a compartir lo poco que sabía. Aunque, a veces como sucede con frecuencia la que más aprendía era ella.
Cristal había hecho una amistad especial con el grupo de amigas de Soledad. En varias ocasiones había asistido hasta el gran palacio de gobierno, donde vivía Alicia, y se la pasaban platicando las cuatro. La maestra Cristal era muy profesional y no se permitía ni les permitía olvidar los roles que desempeñaba cada quien. En el Instituto ella era la maestra y por lo tanto exigía el respeto necesario. Aunque afuera se trataran como excelentes amigas.
En el IPNB la mayoría de las maestras ya eran de edad algo avanzada. Y con ideas muy pero muy anticuadas. Claro, Cristal se salía de ese estereotipo y con frecuencia entraba en problemas con sus compañeras, no así con la madre superiora quien la trataba de una forma muy especial. A juicio de las demás maestras, Cristal era tratada con muchas consideraciones. No es que Cristal fuera de ideas liberales o de libertinaje. No. Simplemente estaba en contra de ideas arcaicas y pasadas de moda. Y es que el método de enseñanza en el Instituto era muy rígido. La frase que más repetían las religiosas del Instituto y que más molestan a sus alumnas eran: "Una señorita de sociedad no debería comportarse así", "ese comportamiento es impropio de una dama". El Instituto buscaba formar verdaderas damas de sociedad. Cristal, muy frecuentemente recordaba con tristeza su gran tormento y por eso comprendía un poco a sus alumnas. Tal vez las demás maestras ya habían olvidado que alguna vez fueron jóvenes. Además, se corría el rumor que las religiosas nunca habían estado enamoradas y por eso se comportaban muy amargadas. Pero Cristal era tan comprensiva e inteligente que también comprendía el comportamiento de sus compañeras maestras y estaba segura que si se comportaban así con las alumnas era por que deseaban lo mejor para ellas. "Tal vez si valía la pena esperar hasta salir del Instituto para conocer el amor", pensaba la maestra Cristal cuando la tristeza se apoderaba de ella.
Cristal sabía muy bien que, por su edad, le había tocado desempeñar el rol de educar mediante métodos menos anticuados. Pero Cristal también sabía que, si bien a ella le había tocado desempeñar el rol de la maestra comprensiva y amiga de sus alumnas y que su función era igual de importante y significativa como la de las demás, eso no desmeritaba el trabajo de las demás educadoras.
Cuando Cristal llegó al Instituto se le veía muy triste. Pero poco a poco la tristeza que los primeros meses se le vio reflejada en su rostro fue disminuyendo, aunque era evidente que seguía sufriendo.
Soledad fue la primera en descubrir las congojas de la maestra. En una noche, donde a causa de su propio dolor, no podía dormir, la descubrió sollozando.
—¿Por qué estas triste? —preguntó Soledad con mucha confianza.
—Es algo de lo que no quiero hablar... por ahora.
Soledad la consoló y ambas lloraron sus propias desdichas. Desde ese día nació entre ellas una amistad íntima y sincera.
Cristal terminó por prometer que algún día contaría el origen de sus lágrimas, cuando fuera el momento más prudente. Mira, casi pasaron dos años y Cristal no hubiera compartido su desdicha de no haber sido porque era algo que el destino le tenía preparado.
Para todas las alumnas, en especial para Soledad y sus amigas, era evidente que Cristal sufría una pena de amor. No obstante, para todas era una gran incógnita que pensaron jamás les sería revelada. En ocasiones, cuando el llanto durante la noche las despertaba y ellas acudían para reconfortarla quisieron conocer el motivo de su pena y tristeza, pero la maestra Cristal continuaba muda con su gran secreto.
Cristal físicamente era de pelo rubio, enrizado, muy bonita. Sus ojos color miel reflejan una dulzura que empalaga con sólo verla. Únicamente había algo raro en la maestra Cristal, continuamente estaba enferma. Además, era muy perceptible como el cuerpo de la maestra se había ido envejeciendo muy prematuramente. Todas creían que era una especie de enfermedad que adquirían las maestras, pues la mayoría de las maestras del Instituto lucían ojerosas y demacradas. Claro, todas las maestras tenían más de cincuenta años de edad, mientras que Cristal apenas cumpliría veinte. Incluso, se corrió el rumor entre las alumnas que tal vez todas las maestras eran jóvenes pero que sufrían un extraño hechizo al convertirse en maestras del Instituto.
Varias veces Soledad y sus amigas quisieron preguntarle a la maestra Cristal, por qué su piel en casi dos años había perdido la frescura con la que la conocieron. Su piel era de un color muy pálido, casi amarillo. Ella no contestaba nada y a veces le escurrían algunas lágrimas. Una verdadera incógnita para todas.
—Nunca seré maestra —les decía Soledad a sus amigas.
—No es por eso. Estoy segura que hay otra razón —decía la inteligente de Alicia.
—Por cierto, sino vas a ser maestra, ¿qué piensas ser? —preguntó Cecilia.
—Escritora —no vaciló ningún segundo en decirlo.
—¿Estás segura?
—Claro que sí. Yo seré la primera mujer en escribir el cuento de princesas más famoso que jamás se haya escrito —contestó Soledad con la misma convicción.
—Si lo deseas con todas tus fuerzas lo puedes lograr —dijo Cecilia. Ella sabía porque lo decía.
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El príncipe de soledad
Teen FictionTodo comenzó en la famosa Real Academia Para Príncipes. "Joven Ernesto, la doncella que le permitirá convertirse en príncipe de cuento es hija de reyes de algún país de la realidad, es de sangre azul. No sabemos al tipo de monstruo que deberá enfren...