—Es ella, Ismael. Ya no tengo dudas —le explicaba Ernesto a Ismael mientras caminaban por las tranquilas calles de Dependencia, con rumbo a la posada que habían alquilado, con la noche como único testigo de la conversación.
—¿Estás seguro?
—Sí, claro que sí.
—En cuanto la vuelva a ver, se lo diré. Estoy seguro que ella me aceptara y seremos felices por siempre. No creí que sería tan fácil —mencionó Ernesto lleno de energía.
—Cuidado, hay una ley que dice: "lo que fácil llega, fácil se va". Además, esta vez tienes que escucharme. Soy tu asesor y deberás escucharme. Existe una trampa.
—¿Una trampa? —se interesó Ernesto. Se detuvieron antes de ingresar a la taberna.
—Sí, una trampa difícil, y a veces imposible de observar. Si no la observamos a tiempo a la larga trae muchos problemas.
—¿De qué trampa me hablas?
—A esa trampa se le llama enamoramiento —Ismael exponía en un tono melodioso y profundo—. El enamoramiento es una ilusión del amor. Por eso no todos consiguen verla. Cuando te enamoras, pierdes el sentido de la Realidad. Tiendes a ver todo como te imaginas que es. Pero se trata de ilusiones. Pero como el enamoramiento te trae una sensación de alegría, de bienestar, y de una multitud de sensaciones agradables, no ves lo que en Realidad sucede a tu alrededor.
—¿Pero qué eso no es amor? —preguntó Ernesto.
—¡Exactamente! El amor te trae sensaciones similares. Pero el enamoramiento se basa en las ilusiones, en deseos. Ernesto, estamos en la Realidad. El amor se sustenta de la verdad, de lo que existe y no de lo que crees que puede existir. El enamoramiento te ciega mientras que el amor te abre los ojos.
El aspirante a príncipe de cuento no escuchó porque ya había caído en la trampa. Su cabeza ya se encontraba imaginando la manera como conseguiría visitar a Soledad hasta el Instituto Para Niñas Bien. "Seguramente tendré que rescatar a Soledad de esa prisión", pensaba Ernesto. Y casi se podría apostar que, al conocer a las religiosas, para Ernesto, ellas serían el monstruo.
—Ernesto, no olvides las señales que se te dieron. ¿Ella cumple con las características?
—Pues ella vive en el palacio, es hija de los Reyes, ¿qué más señales? Además, el corazón me lo dice, eso no falla.
—Sólo te pido que le concedas más tiempo a la relación, sólo podemos escuchar a nuestro corazón cuando está libre de deseos, de ilusiones. Aunque suene contradictorio, un corazón enamorado no puede hablar de verdadero amor.
Contra todos los consejos de Ismael, muy temprano, el lunes, Ernesto se alistaba para visitar a Soledad. Ismael seguía en su papel de guía, las decisiones le correspondían al joven.
—¿Qué piensas hacer?
—Pues, visitar a Soledad. Tengo que decirle que la amo. Rescatarla de la prisión donde la mantienen cautiva.
—Escúchame Ernesto, por favor. Con eso no se juega. Primero deberías tratarla más. Espera hasta el próximo fin de semana para que la puedas ver sin problemas.
—No, Ismael, yo la quiero ver ahora.
Ernesto salió desesperado en dirección al IPNB; Ismael detrás de él, como su noble asesor comprendía que cualquiera decisión que tomara debía acompañarlo, no podía dejarlo solo.
Al llegar Ernesto trató de entrar al Instituto por la puerta principal. Por supuesto, una de las encargadas le negó la entrada. Como lo había dicho Alicia, tenían prohibido las visitas. Justo cuando se retiraban pensativos, el camión encargado de recoger la basura hacía maniobras para estacionarse frente al Instituto. "Eso es", pensó Ernesto.
—Amigo, disculpa, ¿ustedes van a entrar al Instituto?
—Claro, todos los días pasamos a la misma hora para recoger la basura —respondió un mozalbete todavía sentado la cabina del camión. Bajó y comenzó a colocarse los guantes.
En pocas palabras Ernesto explicó sus intenciones y no después de ofrecer algún poco de dinero consiguió el uniforme completo de recogebasura para entrar disfrazado. Era un overol color anaranjado intenso, casi chillante. Ante la mirada burlona de Ismael, después de algunas breves indicaciones todo se encontraba listo.
Ernesto volvió a tocar el timbre del Instituto.
—La basura —anunció, esta vez lo dejaron pasar sin miramientos.
Entró hasta el Instituto mientras Ismael a la distancia todavía lo veía un poco sonriente, pues vestido con aquel uniforme se veía muy graciosos; le quedaba muy grande.
Ya dentro de la institución caminó hasta los contenedores de la basura, mientras echaba vistazos discretamente por todos los salones, sin embargo, no veía a Soledad. Ernesto se concentró intensamente en la imagen de Soledad; cuando con un gran asombro vio que por uno de los pasillos, caminando directamente hacia él se encontraba ¡Alicia!
—Alicia —le masculló.
Alicia volteó a verlo, pero al parecer no lo distinguió.
—Soy yo, Ernesto.
Alicia lo contempló por unos instantes; lo reconoció.
—¿Qué haces aquí? —preguntó admirada.
—Vine para ver a Soledad. Dile que venga, por favor.
—¡Estás loco! Si te ven hablando con ella la pueden sancionar. A mí, en este momento, si me ven, me pueden castigar —Alicia, temerosa, se alejaba.
—Está bien. Sólo dile que mañana a esta misma hora vendré. Por favor, dile, y que sea ella quien decida si viene o no. Necesito hablar con ella. No puedo esperar hasta el viernes —musitaba Ernesto consternado.
Alicia ya no contestó, se alejó apresuradamente. Ernesto terminó no sin un poco de asco por sacar toda la basura.
Durante el resto del día las clases se desarrollaron normalmente en el Instituto. Fue a la hora de Recreo cuando Alicia tuvo la oportunidad de hablar con Soledad lealmente.
—¿Adivina quien estuvo aquí? Hace un rato.
—¿Quién? —preguntó Soledad
—¿Ernesto? —se adelantó Cecilia.
—Sí, adivinaste otra vez.
Sentadas en una de las bancas al interior del Instituto conversaban las tres amigas.
—¿Y qué te dijo? —preguntó entusiasmada Soledad.
—Pues nada, quería verte. Pero yo le dije que no era prudente. Por eso me dijo que mañana vendría a la misma hora.
—En serio que lo amo —confesó Soledad.
Las amigas se sorprendieron por el comentario, pero terminaron por sonreír, pues Soledad así siempre era de exagerada. Ellas ignoraban que hablaba en serio.
—Pero Soledad, es muy peligroso que hables con él, aquí. Si te ven las superioras te pueden suspender. ¡Te pueden expulsar!
—Oye, ¿y cómo le hizo para entrar? —a Soledad no le importó el comentario de Alicia.
—Mañana lo sabrás —se rió un poco Alicia. Las clases continuaban.
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El príncipe de soledad
Teen FictionTodo comenzó en la famosa Real Academia Para Príncipes. "Joven Ernesto, la doncella que le permitirá convertirse en príncipe de cuento es hija de reyes de algún país de la realidad, es de sangre azul. No sabemos al tipo de monstruo que deberá enfren...