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En la posada que Ernesto e Ismael habían alquilado, mientras se preparaban para la cita, platicaban sobre lo sucedido el pasado fin de semana en la fiesta de Fanny.

—Sigo pensando que no deberías precipitarte en tus juicios sobre Soledad.

—Es que me gusta, me gusta tanto —explicaba Ernesto —. Estoy seguro que es ella la doncella que busco. Claro, sólo basta constatar que sea de sangre azul e hija de Reyes. Lo que me intriga más es saber a que tipo de monstruo me voy a enfrentar. Tal vez hoy mismo me daré cuenta de ello. Hoy nos veremos a la salida del Instituto.

—Con frecuencia el monstruo aparece cuando ya ambos se aman. En realidad, es el amor el que lucha y no una sola persona.

—¿Cómo?

—Sí, nadie rescata a nadie. Es el amor de ambos, el que lucha por mantener a las dos personas juntas viviendo felices. El amor cobra vida propia y ayuda a ambos a permanecer juntos.

—Se nos hace tarde. Apúrate. Tú también vendrás —interrumpió Ernesto a quien no le interesaba otra cosa que no fuera Soledad.

Ismael y Ernesto salieron de la posada y se dirigieron hacia el IPNB. Llegaron y vieron como una gran cantidad de jovencitas, luciendo uniforme escolar, marchaban por los diferentes caminos.

Por un momento pensaron que ya era demasiado tarde. Pero afortunadamente al llegar hasta la plaza de la fuente encontraron a las dos amigas esperándolos.

—¡Hola! —saludó Soledad toda efusiva y un poco nerviosa. Alicia agachó la cabeza y también tendió la mano para que Ernesto depositara un suave beso. Ismael hizo lo mismo con ambas.

Ernesto le guiñó un ojo a Ismael para que lo dejara solo con Soledad. Ismael lo entendió e invitó a Alicia a dar la vuelta sobre la gran fuente.

—Qué bonita tarde —dijo Soledad cuando ya se habían quedado solos.

—Sí, aquí todo es hermoso, como tú —contestó galante Ernesto. Soledad se ruborizó un poco.

—¿De dónde eres? ¿Dónde vives? —preguntó Soledad.

—Vengo de un lugar muy distante. Ahorita estoy viviendo en una posada que alquilamos.

—¿Ismael es tu amigo o tu hermano?

—Oh, no. En realidad es... ¿cómo te diré?, es como mi guía, mi asesor.

—Ah, claro, es como tu guardaespaldas.

—¿Guardaespaldas? ¿Qué es eso?

—¿No sabes? ¿Pues de dónde vienes? Un guardaespaldas es alguien que te cuida.

—Entonces sí, digamos que si es como mi guardaespaldas.

—¡Qué extraño eres! ¿Y qué haces por estos rumbos?

—Estoy buscando una hermosa doncella para casarme con ella. Aunque no sé casi nada de ella —soltó Ernesto sin más preámbulo.

—¿Y cómo piensas encontrarla si no sabes casi nada de ella?

—Bueno, sé cómo debe ser.

—¿Y cómo debe ser? Digo, si se puede saber

—Sí, bueno, pues, debe ser linda, amable. Además, claro, ella debe ser hija de Reyes. De sangre azul —contestó Ernesto muy serio.

Soledad no supo porque razón, tal vez por su infinita sed de ser amada, tal vez por la gran necesidad de sentirse aceptada, y vivir por lo menos un día de felicidad; sonrió y pensó que ella era la doncella que él buscaba. Y sin pensar a profundidad lo que decía, lo dijo porque se sintió aludida con la descripción de Ernesto. Ella pensaba que Ernesto hablaba en un tono de broma cuando dijo "de sangre azul"

—Pues mi papá es Rey y mi mamá es Reyna —dijo coquetamente. No eran mentiras, pero tampoco sus labios sonaron a verdad.

—¡Lo sabía! —gritó Ernesto para sí mismo lleno de felicidad. Había encontrado a la doncella. Ahora sólo faltaba que esa doncella se enamorara de él.

—¿Dijiste algo? —preguntó Soledad.

—No, nada. Bueno, que me gustaría seguir conociéndote.

Mientras del otro lado de la fuente, Ismael trataba de hacer hablar a Alicia, pero ella no emitía sonido alguno. Así que Ismael pronunció un casi interminable monólogo sobre la importancia de soñar y luchar con todas nuestras fuerzas por lo que queremos.

—Aquello en lo que piensas, si lo deseas con mucha intensidad, terminas por conseguirlo —decía Ismael.

—Claro, como lo que sucedió con Cecilia —Alicia contó toda la historia del golpe con el pensamiento.

Ismael no entendió muy bien. ¿La magia también existe en la Realidad? Afortunadamente Ernesto y Soledad llegaron hasta ellos con la noticia que al día siguiente, los cuatro irían al teatro. Ellos pasarían por ellas hasta el gran palacio de gobierno, donde vivía Soledad.

Al terminar la entrevista Ernesto estaba feliz y Soledad casi hubiera tenido un día completo de felicidad a no ser por la incertidumbre de ignorar si Ernesto se refería a ella cuando dijo: debe ser hija de Reyes. Por desgracia, Soledad sabía la respuesta. Pero, ¡por favor! ¡Ella tenía derecho a soñar! ¡Tal vez si era ella a quién él estaba buscando! ¿O tú que crees?

—No, pues, no tengo ni idea. Pero ya siga Don Chema, por favor que mis padres no tardan en llegar por mí —pidió Canddy, la joven alumna. Pero en la Institución estaba sucediendo algo sorpréndete. Alrededor de Don Chema había más de diez alumnos que lo escuchaban atentos, desesperados por saber el resto de la historia.

—Calma, calma jóvenes, les diré lo que sucedió después.

El príncipe de soledadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora