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—Volvamos con Ernesto e Ismael —Don Chema continuaba extasiado con su narración, como si en ello le fuera la vida mientras que Canddy, la joven alumna lo escuchaba muy atenta—. Después de mucho deambular por grandes e inmensos territorios de la Fantasía, por fin llegaron al famoso puente que dividía la Fantasía de la Realidad. Ismael y Ernesto se detuvieron por breves minutos a contemplar el gran puente colgante. Se miraron a los ojos. Ambos estaban listos. Ernesto muy nervioso, pues visitaría por primera vez un mundo completamente nuevo. Sin embargo, ya para Ismael está sería su segunda visita. Lentamente comenzaron a caminar por el centro del puente.

—No mires para abajo —aconsejó Ismael.

Debajo del puente se veía un enorme precipicio. Ernesto no hizo caso del comentario y dirigió su mirada hacia las negras profundidades. Se espantó y empezó a sentir nauseas.

—Quiero vomitar —dijo Ernesto.

—Te lo dije.

En instantes todo comenzó a oscurecerse. Una repentina niebla cubrió todo a su alrededor. A pesar de que poco podían ver siguieron caminando hasta que poco a poco nuevamente comenzó a esclarecerse. En instantes, en un abrir y cerrar de ojos, sin saber cómo; estaban en la Realidad, habían llegado a una ciudad del mundo real. A una ciudad llena de jovencitas, como tú, que tenían la ilusión de encontrar al príncipe de sueños.

Caminaron por varias horas observando todo a su alrededor hasta que decidieron detenerse para comer y descansar un poco.

—Pero si todo es igual que en la Fantasía —dijo Ernesto que contemplaba todo a su alrededor.

—Te equivocas —repuso Ismael —. Aquí todo es real. Mientras que en la fantasía todo es imaginario. En Fantasía también todo existe, todo lo puedes ver, todo puede ser, pero nada es real.

—No entiendo.

—Aquí puedes tocar, puedes sentir (dolor, alegría, frío, calor,) puedes oler, vaya, en pocas palabras; puedes vivir de verdad.

—Pero si en la fantasía también puedes hacer todo eso: puedes sentir, puedes oler, puedes vivir.

—Sí Ernesto, pero en la Fantasía nada es real. ¿Lo comprendes?

—Pues, no sé, creo que sí.

Entraron al mesón que les pareció el más limpio. El tabernero, un hombre gordo y bajito de estatura, los atendió de inmediato. Es que el aspecto de ambos inspiraba respeto. Ambos tenían un porte de caballero y un andar elegante que los identificaba de inmediato como personas destacadas.

Fue gracias a la conversación que tuvieron con el tabernero como se enteraron que por la noche se ofrecería una gran fiesta en honor de una señorita, hija de uno de los hombres más importantes de la ciudad.

—Es la hija de uno de los ministros del gobernador, creo se llama Fanny —comentó el tabernero.

—¿Gobernador? ¿Qué es eso?

—Es como una especie de Rey. Aquí a los gobernantes les llaman así —le aclaró Ismael.

De inmediato, ambos comprendieron la gran oportunidad que tenían de averiguar si tal vez en esa fiesta se pudiera encontrar la doncella de sangre azul que Ernesto buscaba. Todavía se sintieron más emocionados cuando el tabernero les amplió la información diciéndoles que a esa fiesta asistirían una gran cantidad de hermosas doncellas. Pues era la celebración de 15 años de la hija de uno de los más importantes colaboradores del Gobernador.

—¿Oiga y nosotros podemos ir? —preguntó Ernesto.

—Claro, a este tipo de celebración todo mundo está invitado.

—Disculpe, señor, ¿cómo se llama esta ciudad? —cuestionó Ismael, a quien el ambiente le parecía conocido.

—¿Son forasteros? Claro, ya lo decía yo, de inmediato se nota que son extranjeros. Bueno, bienvenidos a ciudad Dependencia. ¿Y de dónde vienen?

—¡Dependencia, dijo? —saltó Ismael.

—Sí, amigo.

—¿Qué sucede Ismael?

—No, nada, sólo que yo ya estuve aquí, hace tiempo...hace dos años. No puedo creer que otra vez el destino me haya conducido hasta aquí. ¿El mundo en la realidad es enorme y yo otra vez aquí?

—No entiendo, Ismael —arguyó Ernesto.

—¿De donde son ustedes, caballeros? —insistió el tabernero e Ismael continúo en silencio.

—Venimos desde la Fantasía —contestó Ernesto.

—¿La Fantasía? ¿Dónde es?

—Está muy lejos y muy cerca de la vez, basta cerrar los ojos —contestó Ismael en un tono cortante y todavía muy pensativo, como recordando algo o a alguien.

Ernesto quedó muy contrariado y con ganas de saber que le había sucedido a Ismael, pero pronto abandonó ese pensamiento al darse cuenta que tal vez en la fiesta estaba la doncella que buscaba. Apenas terminaron con sus alimentos, allí mismo alquilaron una posada para poder asearse y asistir lo más pulcramente presentables. Pidieron la dirección al tabernero; Ernesto quedó muy fascinado por que ¿quién sabe? Tal vez en la fiesta realmente estaba la doncella de sangre azul que buscaba.

El príncipe de soledadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora