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Pov Salvador

Se que sonara extraño, pero cuando la vi atravesar la puerta de la casa olvidé por completo todas las preguntas que quería hacerle.

Estaba diferente.

Sus mejillas rojas, sus labios apretados en un gesto de enojo y sus ojos azules chispeaban.

Si... definitivamente, estaba enojada.

Había pensando que ella se encontraría mal, confundida, o incluso asustada.

Pero no, ella estaba tremendamente bien. Tanto que más bien parecía que me castigaría por haber cometido una terrible travesura.

-Podemos hablar en privado.

Realmente estábamos solos, pero en medio de la sala corríamos el riesgo de que alguien apareciera e interrumpiera.

Así que asentí y la seguí hasta mi habitación.

-¿Paso algo?

Intente confundido.

-En realidad sí.

Dijo volteando a mirarme.

Quería saber qué pasaba. Pero algo me decía que no seria nada agradable.

-Y...¿me lo vas a decir?

Interrogue cuando el silencio se prolongó más de lo necesario.

-Quiero hacerte una pregunta importante y quiero que me contestes con la verdad ¿Por qué te fuiste de Londres hace diez años?

Aquella pregunta me tomo por sorpresa.

Sentí como la sangre dejaba de circular por mi cuerpo y los colores se marchaban de mi rostro.

Aquél era un tema delicado, demasiado.

Pero luego recordé que ella había confiado en mí. Me había confiado su secreto más doloroso. Quizás era el momento de hacer lo mismo.

Me senté en un mueble y ella se sentó frente a mi.

-Me fui...por...me fui por amor.

Dije finalmente y sus ojos azules se llenaron de lágrimas.

-Es...—Cerro los ojos y apretó los parpados—Fue...por...Andrea?

Y entonces fue mi turno de mostrarme confundido.

-¿Que Andrea?

Ella me miró molesta, como si yo le estuviese mintiendo descaradamente.

-¿Cómo que Andrea? No soy tonta. Desde el primer instante note que había mucha tensión entre Andrea, Blas y tú. ¿Fue por ella?¿Te enamoraste de la esposa de tu mejor amigo?

Aquello era técnicamente así, pero no era Andrea exactamente.

-Te voy a contar, pero no tienes permitido interrumpir.

-Te escucho.

Se apresuró a decir y yo suspiré llenandome de valor.

-Ella se llamaba Olivia y para mí, era la chica más hermosa e inteligente del mundo. La conocí cuando tenía diez años y desde el primer instante, la elegí para que fuera todo en mi vida. Mi mejor amiga, luego mi novia, mi esposa y también...la madre de mis hijos. Yo no era ambicioso, solo la quería a ella. Y por muchos años creí que ese sueño se podía realizar—Era triste, pero ya no dolía recordarla. Era como hablar de una vieja historia, una leyenda antigua. Pero no la triste historia de mi vida—Pero ella quería otra cosa. Ella deseaba algo diferente. Y se comprometió con mi mejor amigo. Blas no la soportaba. Blas le era infiel y a cada segundo le recordaba que jamás la amaría. Pero ella aún así, deseaba casarse con él. Y hubiese pasado si no fuese por Andrea. Andrea fue un antes y un después en la vida de Blas, de Olivia y en mi vida también. Blas la dejo plantada en el altar y unas semanas después se casó con la Española que nadie conocía. Andrea no solo sería su esposa, también la madre de su primer hijo y todo eso en cuestión de meses. Yo creí que sería mi oportunidad, que finalmente pordria realizar mi sueño de estar con ella, con Olivia. Y ella me hizo creer que si, que se había fijado en mí y que me daría una oportunidad. Tarde descubrí que estaba loca. Intentó matar a Andrea y por su causa estuvo a punto de perder a su bebé. Fue presa y después....se suicidó.

Listo...lo había dicho todo. Por primera vez en mi vida todo aquello había salido de mi garganta y aún me quedaba, me quedaban cosas por decir y deseaba que aquella maldita mujer lo escuchará desde el infierno donde se debía estar quemando.

-La amabas mucho.

Dijo Genobeba, pero no hablaba conmigo. Su voz sonaba rota.

-¡No!—Exclame alto y ella levantó la mirada a mi rostro—Era una obcesion, una locura, una estupidez que me quito años de mi vida que jamás volverán. Yo creía que ella era la única mujer en mi vida. Yo creí que sería por siempre mi único amor. Y Dios sabe cuan equivocado estaba. Me costó entenderlo, pero lo hice.

Ella se mordió un labio insegura. Y yo me arrodille ante ella. Tomando sus manos entre las mías.

-¿Aún...la amas?

-Él día que te conocí, sentí mariposas en el estómago por primera vez en mi vida. Y a medida que pasaron los días, no solo te hallaba hermosa e inteligente. Fui capaz de ver otras facetas. Vi tus miedos, tu sonrisa, tu llanto, el lado oscuro y el lado iluminado de tu alma. Y sólo entonces entendí que a Olvia jamás la ame. Ame su recuerdo. Ame nuestra infancia. Ame una ideaologia que había creado con respecto a ella. Pero cuando te conocí descubrí que estaba en un error.

-¿Que intentas decir?

Interrogó arrugando la frente confundida.

-Que me enamoré. Me enamore de una rubia pequeña, mandona, peleona y en ocasiones demasiado tierna. Una pequeña rubia con heridas profundas que sé, que tendré que curar con paciencia. Pero incluso esas heridas las comencé a amar más que a nada en el mundo.

Sus ojos azules se llenaron de lágrimas y a mi se me encogió el corazón de ternura.

-¿Estas...estás seguro de lo que me dices?

Ella estaba nerviosa, y yo también.

-Tan seguro como que necesito el aire para respirar.

Ella sonrió entonces, con los ojos rojos, los labios hinchados, las mejillas sonrojadas y mojadas en lágrimas.

Pero era una sonrisa luminosa, y yo no pude evitar sonreír también.

-Yo...se que es díficil de creer. Porque a mí me está costando creerte. Pero...siento también lo mismo. Siento que si te alejas, te llevarás todo el oxígeno del planeta y me dejaras vacía. Jamás me había pasado. Pero hoy sé...que me enamoré. Me enamore como una idiota de ti.

Aquellas palabras que ella me dedicaba yo había querido escucharlas antes, de otra persona. Pero eso nunca llegó y ahora que por fin había una mujer que comenzaba a ver mi alma tal cual era, me daba miedo. Tenía pánico de arruinar las cosas.

Pero el miedo había condicionado mi vida por demasiado tiempo. Quizás había llegado la hora de dejarlo a un lado y mirar hacia el futuro. Hacia un futuro mejor. Junto a la mujer que estaba frente a mi diciéndome que me amaba.

Suspiré y los dos nos miramos a los ojos.  Y entonces, en un solo movimiento capture esos hermosos labios que ya comenzaban a temblar por el llanto.

Era un riesgo grande el que yo estaba tomando, pero ella también se estaba arriesgando y eso hacia que el peso fuera menor. De todas formas, que más daba...yo ya tenía el corazón hecho pedazos. Si ella lo rompía un poco más daba igual.

Valdría la pena.

Porque después de todo ella tenía heridas en el alma, tantas o más que yo. Y juntos podíamos curarnos.

Heridas Del AlmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora