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Erick aceptó. Por su propia cuenta. 

Él no podía regresar y vivir con su padre como si nada hubiera ocurrido. Él sabía que no había absolutamente nada en esa casa que lo atara a Erito, ni siquiera el ADN. Regresar, en su mente, no era una opción. 

Y tampoco era una opción esconderse en el hogar de sus amigos, como si tuviera miedo a afrontar a todo Flood Island. Porque los rumores ya habían comenzado. Todo el mundo sabía que Erick vivía ahí ahora, y eso seguramente incluía a su padre. Erick no podía arriesgarse a que fuera a buscarlo, como si tuviera autoridad sobre él. Y mucho menos podría soportar que todo Flood island se interpusiera entre la relación con su padre. 

Lo más triste, es que Erick sabía que volvería. Si Erito lo buscaba, a él no le quedaría de otra que regresar, aunque fuera lo último que estaba en su mente. 

Así que cuando ese alfa, sin sonrisas y con un traje que fácilmente podría costar toda la comida en los puestos especiales del sábado, lo miró a él y le propuso un hogar alejado a cambio de enlazarse; Erick aceptó. Porque a él ya no le quedaba nada más que perder. De él solamente quedaban las cenizas. 

Se debería sentir valorado, porque en el momento en el que cargó la pequeña bolsa con su ropa al asiento encuerado de ese vehículo, supo que aquella propuesta no se la hacían a todo el mundo. Sin embargo, se sentía sucio y usado. Él no hacía eso porque quería. Lo hacía porque estaba aterrorizado y no le quedaba de otra. 

Estaba aterrorizado por culpa de Erito. Aterrorizado de él y de sí mismo. 

Sentía repudio cuando se miraba en el espejo y destacaba su piel. Esa piel caramelizada por la que tantos babeaban, y de la que él solamente apreciaba cicatrices; de las cuales la mitad ni siquiera se pintaban en su dermis. 

No podía aguantar más de un minuto mirándose. Siempre terminaba por apagar la vela del cuarto, agradeciendo la oscuridad. 

—Ya estamos llegando— comentó uno de los guardias que viajaba con él. 

Erick no le había prestado demasiada atención. Podría doblarle en edad y llevaba mirándolo el tiempo suficiente para que él se sintiera incómodo, al mismo tiempo que se acercaba la bolsa de su ropa al pecho. 

Él quería eso. Tenía que recordarlo, para que no se le olvidara. 

Pronto, por las ventanas tintadas, destacó un camino de piedra que paulatinamente se iba rodeando de árboles inmensos, que daban privacidad y tapaban la lejanía. 

Y, de pronto, se vio frente a una mansión gigantesca, grotesca. De esas que Erick ni siquiera se habría atrevido a imaginar. ¿Eso estaba en Flood Island? ¿Desde cuándo? ¿Por qué ahora no recordaba absolutamente nada? 

Era descomunal, con tres pisos y una fachada oscura, por la cual destacaba un sendero vertical de hiedra hasta el extremo más alejado. Parecía tétrica como ninguna, sin duda, más al mismo tiempo tenía un aroma reconfortante a madera y comida recién horneada; como esos panecillos que tienen mil cuadraditos y están crujientes. 

Su estómago rugió. 

Erick se ruborizó inmediatamente, porque el guardia ladeó una sonrisa y alzó la barbilla frente a él. 

—Te daremos de comer antes de presentarte a los jefes. 

—Oh, um...— murmuró él, con vergüenza—. Sí… Vale. Gracias. 

El guardia sonrió con ironía. Erick decidió que era un buen momento para que la tierra lo tragara, y que tal vez no lo escupiera hasta pasada una larga temporada. 

Play || JoerickDonde viven las historias. Descúbrelo ahora