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Joel salió del cuarto de baño ese día mientras hacía un lazo con los cordones del pantalón deportivo en su cintura. 

Agarró la chaqueta que había preparado la noche anterior— una sencilla, grande y no muy cálida— y se la puso sin hacer demasiado ruido. Ya había regado las margaritas del balcón, así que por fin se pudo calzar también con los zapatos de deporte. Posteriormente, desvió la mirada hasta la cama. 

Y ahí, en el silencio de un nuevo día, Erick todavía dormía enredado en las sábanas. Parecía un muñeco de terciopelo; suave y frágil. 

Joel jugó con sus dedos nerviosamente cuando se acercó. Su corazón latió más fuerte en el momento en el que se dejó caer con delicadeza al colchón, y estiró una mano trémula para rasgar un mechón de cabello carbón hasta detrás de su diminuta orejita. Le acarició la mejilla con los nudillos, al mismo tiempo que atrapaba su labio inferior entre los dientes de manera sádica. 

Pero es que era tan bonito… Era el omega más bonito. 

Su aroma ya había comenzado a cambiar debido al embarazo. Joel pensó que podría simplemente morirse en cuanto detectó un rastro más dulce en la ropa de su armario. Se sentía un drogadicto controlado, pues se sentía necesitado de olerlo, pero le daba vergüenza pedirlo. Y encima estaban esperando a un niño… A un pequeño bebé. Él no podía creerlo del todo, para ser honestos. 

Joel respiró profundamente. Estiró la misma mano, ahora para tirar de las sábanas y tapar mejor al omega. Erick ronroneó en satisfacción todavía dormido, provocando una sonrisa en el alfa. 

Él se levantó después de eso y salió de la habitación, guardando las manos en los bolsillos de su chaqueta. 

Habían algunos guardias por los pasillos, que le saludaron con inclinaciones de cabeza y palabras cortas. Joel correspondió, dejando que sus mechones húmedos debido a la ducha previa se movieran por culpa del movimiento de un lado a otro. 

Entonces, se vio en la obligación de detener sus pasos cuando la presencia de Israel se cruzó frente a él. 

Joel iba a la cocina, y al parecer Israel salía para comenzar su día con una reunión. Vestía de traje y llevaba un maletín en la mano derecha. Los dos se miraron con intensidad en el momento en el que fue imposible huir del contacto. 

Israel alzó la barbilla, con el ceño levemente fruncido. 

—¿Dónde vas? 

—A desayunar. 

—Tienes trabajo que hacer. 

—Encárgate de tu trabajo y déjame a mí hacer el mío. 

Y su padre dio un paso adelante, con las facciones calmadas y el temple tan neutro como siempre. 

Cuando habló, Joel palideció levemente. 

—No trates de ocultarme nada, Joel. Me entero de todo. 

Él negó con la cabeza. 

—No sé de qué estás hablando. 

—Lo sabes. Dile a Erick que mandaré a un médico pronto. 

Joel se quedó congelado en su lugar. Lo miró fijamente a los ojos, sin saber qué contestar o qué demonios pudo fallar para que Israel se hubiera enterado. Al fin y al cabo, a esas alturas tampoco podían ocultarlo mucho más. 

Sin embargo, cuando Israel se dio la vuelta para marcharse, Joel lo sostuvo del brazo con fuerza para retenerlo. 

—Si le tocas un pelo a mi omega, podré acabar contigo. 

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