Para muchos en Flood Island, Daysi Colón era una salvadora.
Iba mucho más allá de engendrar al fruto sagrado de la isla. Ella era una salvadora porque se entregaba con fervor. Trabajaba si hacía falta noche y día en el cutre y putrefacto rincón que habían agenciado a la salud, y se deshacía en pedacitos minúsculos para recomponer hasta la perfección los que le faltaban a sus pacientes.
Toda la isla sabía de ella. Era magia; con manitas delicadas y cuidadosas y voz dulce, que siempre tenía las palabras adecuadas entre labios finos y sonrisas tersas.
Un día, la enfermedad irremediable de uno de sus pacientes se impregnó como un veneno irrevocable entre sus venas doradas. Quebró el interior de la serena omega, dejándola en cama lo que fue un mes de suplicios y torturas para sus seres queridos.
Se marchitó.
Y lo que la melancólica omega vislumbraba en sus tenues momentos de lucidez, siempre era una cabellera carbón y unos ojitos húmedos, tintados por lágrimas amargas. Siempre, mientras Erick le colocaba un paño de agua gélida en la frente, escuchaba la promesa que su hijo le hacía; asegurando que todo estaría bien, que mejoraría.
Pero Daysi sabía de esas cosas. Daysi sabía que ese era su fin.
Entonces ella negaba con la cabeza, con las pocas fuerzas que su cuerpo mantenía. Y Erick miraba a su alrededor, a la miserable vela que se fundía en plena madrugada frente a ellos, dejando a la vista con sus llamaradas una habitación carente de seguridad. No habían medicinas, ni remedios, ni cura alguna a ese maldito destino programado.
—Vamos, mamá— susurraba él cada noche—. Aguanta un poco más. Vamos.
Y ella le sonreía, de esa manera que rompía el pecho de Erick.
Tres meses después, la noticia de la muerte en la familia Colón se convirtió en el rumor de la semana.
Daysi Colón falleció cuando el candilazo pintaba el cielo, en un triste amanecer que se fundió en la mente de Erick eternamente. Así como la imagen tétrica que le regaló su madre al cerrar sus ojos por última vez, con una sonrisa culpable en sus fauces.
Él siempre recordará la forma paulatina en la que el agarre en su mano se desvaneció, y el tacto de su piel perdió el calor a medida que ambos cuerpos se quedaron inmóviles durante horas eternas. Los dos inertes. Uno latiendo por los dos.
Erick jamás había pasado por ese proceso.
Lo primero que hizo fue levantarse de la cama, sin ninguna lágrima en su rostro de porcelana. Fue a ver a su padre, dispuesto a contarle la noticia definitiva, por mucho que él no hubiera estado implicado jamás en la salud de su familia. Cuando lo encontró, se estaba fumando un cigarro en la entrada, tumbado en el sofá. Al mirarlo, Erito exhaló y se llevó una mano al pecho.
—¿Ya ha muerto?— preguntó, arqueando una ceja.
Erick asintió, sumido en un ensimismamiento aterrador que no le dejaba asimilar la situación.
Erito lo miró de arriba a abajo. Chasqueó la lengua y le dio otra calada a su cigarrillo.
—¿Y qué haces ahí parado? Ve a buscar a Mike para que se lleve el cuerpo a enterrar y hazme el desayuno, que tengo hambre.
El entierro fue tan sombrío como pintaba ser.
Todo Flood Island acudió. Rodearon ese hueco en lo alto de la colina y rezaron juntos para que el alma de Daysi subiera al cielo, en vez de descender a las tinieblas. Rogaron por la buena fé, por el bienestar y el descanso eterno. Demasiada palabrería. Todo mierda.
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Play || Joerick
FanficLa escondida ínsula de Flood Island jamás fue un lugar que destacara por sus ostentosos logros. Sus habitantes bien sabían que las riquezas estaban alejadas del alcance popular, de la naturaleza que los llevaba a sobrevivir entre maltrechos callejon...