𝙋𝘼𝙍𝘼𝘿𝙄𝙎𝙀 ▬▬ 𝘓𝘦𝘷𝘪 𝘈𝘤𝘬𝘦𝘳𝘮𝘢𝘯.

𝟏𝟎: 𝐑𝐞𝐞𝐧𝐜𝐮𝐞𝐧𝐭𝐫𝐨.

—Debe haber un error. —dijo colocándose las manos sobre su pecho que subía y bajaba agitado.

—No lo hay, mocosa. Hange me rogó cambiarte el lugar. Dijo que temía que la ahorcara en sus sueños.—expresó mientras volvía a abotonar su camisa de vestir.

—Y-yo... buscaré otro lugar donde dormir. No deseo incomodarlo con mi presencia. —dispuesta a acatar su propio dicho, se encaminó hacia la cama que tenía sobre ella su rota y magullada maleta, pronta para cargarla como un costal de papas.

—Ya es tarde para juegos, Maerion. Hay dos camas con perfecta y razonable distancia. Mañana podrás pedir otra habitación, ahora deja de comportarte como una mocosa malcriada, y ponte esto. —el ceño fruncido de Maerion le impidió decir otra palabra: no era necesario. Su rostro era un libro abierto. El capitán tomó unas prendas de su maleta y las arrojó hacia la chica que, demasiado tarde, quiso atraparlas antes de que se estamparan en su cara. El olor a detergente inundó sus fosas nasales.

—¿Qué es esto?

—¿De verdad piensas ponerte la ropa que se cayó al suelo? Deberías pedir que la lleven a limpiar, no pienso prestarte otra prenda más. —la chica sintió como la sangre de todo su cuerpo se acumulaba en su rostro al recordar el penoso incidente del que había sido víctima horas atrás.

Sin más remedio que resignarse, y presa del cansancio por un viaje que supuso más desgaste del que imaginaba, se dirigió a la puerta de donde había visto salir al capitán y se adentró en el cuarto de baño. Las hermosas paredes blancas hacían que la luz de las lámparas brillara con más intensidad. Una linda bañera de cerámica en el centro de la habitación la incitaba a usarla. Mucho se había imaginado qué se sentiría tomar un baño, y tentada por las sales y fragancias que reposaban sobre la bandeja de plata junto a un taburete cerca de la bañera, decidió que no sería tan mala idea.

Abrió las llaves de la bañera y con el agua fluyendo, cerró la puerta con seguro.
Media hora después, una muy relajada Maerion hizo aparición de nuevo en la recámara, con su ropa sucia doblada bajo el brazo.
Usaba un pantalón negro de algodón y una camisa gris, ambos un par de tallas más grande que lo que ella acostumbraba usar, pero suficiente para que no resbalaran de su cuerpo al caminar.

El capitán le dio una mirada fugaz, y regresó la vista al libro que leía junto a un sillón cerca de otro de los ventanales de la grande habitación.

El silencio era incómodo para la de gris mirar, y un poco también para el capitán, quien odiaba la hostilidad e incomodidad en el ambiente. Jamás ha sido hombre de muchas palabras, pero cuando era necesario, hablaba hasta por los codos. Y sentía que en particular, a la chica que ahora desdoblaba con cuidado la cama llena de finos —y totalmente innecesarios— cojines, le debía algo así como una explicación.

      —Oi— comenzó a hablar, sin esperar respuesta—, respecto a lo que escuchaste ayer...

      —No necesita darme explicaciones—interrumpió Maerion mientras se metía a la cama, adivinando a la perfección lo que quería decir el azabache.

      —No te estoy dando explicaciones. Solo iba a decir que fuiste muy imprudente al escuchar una conversación ajena.— el rostro de Maerion se desfiguró ante lo que ella catalogó como una enorme muestra del grande ego y orgullo que el capitán Levi poseía. Ya lo sospechaba, pero ahora lo confirmó, y vaya de qué manera.

      —¡Vaya! —expresó mientras reía con sorna. —Disculpe usted por no haber reventado mis tímpanos con un bolígrafo y así evitar haber escuchado su interesante conversación con la comandante. —su pulso se aceleró debido a la furia que comenzaba a emanar de su torrente sanguíneo. Por instinto empuñó las blancas sábanas en su mano, y alejó la mirada del capitán quien se mantenía sentado serenamente sobre el sillón individual. Seguía preguntándose como un hombre de tan peculiar tamaño albergaba dentro de sí tal personalidad de la patada. Definitivamente su imagen contrastaba de la peor manera con su carácter. Comenzaba a repudiarlo un poco.