America y Maxon han dado el primer paso para realizar el gran cambio en toda Illea. Sin embargo, secretos peligrosos y dolorosos siguen escondidos amenazando con hacer daño al reinado de ambos.
No todo será fácil. Tendrán que plantarle cara a nuevas...
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America
Brice dormía plácidamente en mi cama mientras trataba de avanzar algo de trabajo. Tenía que mantenerme despierta para validar mi teoría. Si Clarkson era el asesino entonces iría a por Brice.
Las sobras me estaban jugando una mala pasada. Aunque había ciertos sectores del palacio que se mantenían trabajando, la mayoría de trabajadores ya se habían retirado a sus aposentos.
Un bostezo se me escapó. Eran cerca de las tres de la mañana y mi cuerpo me suplicaba ir a dormir. ¿Me habría equivocado?
Ya no sabía que pensar.
Me levante para servirme un vaso de agua. Necesitaba ahogar mi cansancio en liquido para mantenerme despierta y el café era un poco amargo para mi gusto.
Estaba a punto de dar un sorbo a mi vaso cuando escuché a alguien tocar la puerta.
Estreché los ojos.
Sabía que no era nadie del servicio porque había ordenado que se retirasen temprano, pero tenía una leve sospecha de que podría tratarse de Aspen. Tal vez, solo quisiese darme una actualización sobre el paradero de Clarkson.
Pero no era Aspen sino el mismo Clarkson.
—¿Qué hace aquí? —dije incapaz de moverme. Se suponía que él intentaría entrar por otro lado y no venir directamente a mi habitación.
—Creo que saber el porqué. Vamos, hazte a un lado y déjame entrar.
—Eso no sería propio de una dama—arrugué las cejas.
Soltó una risa falsa.
—¿Y tú desde cuando has hecho cosas que sean propias de una dama? —me empujó y entró.
Iba a cerrar la puerta, pero, en caso necesitase pedir ayuda, era mejor tenerla abierta.
—Váyase de aquí—murmuré.
—Sí, eso haré, pero antes me la llevaré—. señaló con la cabeza en dirección a Brice.— No te metas en mis asuntos.
—¿La matarás?
—No es de tu incumbencia—pronunció con mirada afilada.
Tragué en seco.
—Sí lo es. Es la medio hermana de mi esposo.
—Cierra la boca.
Tomé valor y le planté cara.
—¿O qué? ¿Me matará? —levanté el mentón— No se le olvide que ahora yo soy la reina de Illea.
Vi como apretó su puño. Estaba segura que en su imaginación ya me estaba estrangulando.
—Pero no el rey. Una reina puede ser cambiada con facilidad por diferentes causas como la muerte.
