CAPÍTULO V

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No me negué a que Bill me acompañara, efectivamente me apolillaba las entrañas tanto estrés.

  Una caminata con algo de adhesión, era buena idea. Al parecer la primera buena idea que decidí después de esa notificación extra natural.

  Un solo reflector estaba prendido en la menuda calle 23, nada se escuchaba de alrededor. Y lo único que se percibía era la sofocante neblina, la tradición que otorgaba la noche en la ciudad de Sherklains.

-Hemos esperado unos veinte minutos, nadie viene. Debió ser una pasada. –Soltó el hombre, con los nervios emergiendo en su expresión.

  Era una probabilidad muy grande, en el instituto las muchachas no me querían. Detestaban mi sola existencia, por tener al chico más sexy de todos bajo mis pies y no hacer mayor cosa que llamarlo “amigo”. Un bullying fatal en los años de mi estadía, me condenaron a cambiar la personalidad de “pequeña niña” a una total insensible granuja, con mi mismo género (pero como es previsto, la ira se expandió y creó un odio profundo también por el resto al no hacer nada por auxiliarme, TODOS menos Bill).

-Las personas del lejano paraíso obscuro, comentan que a esta hora los infantes deben estar en sus camas, esperando el beso en la frente por sus mamis. –Comentó Georgia. –Pero eres atrevida, eso me gusta. Desafías la infernal neblina de Sherklains. ¿Serás igual de astuta en retar a los miembros de Calavera Kuis?

  Casi me orinaba en los pantalones antes de descubrir que la emisora de la llamada había sido ella.

-Debo presentarte a mí a mi…. –Aun no terminaba mi línea cuando de repente Ted también surgió de entre la bruma con dos vehículos.

-Uno es para ti. –Delató la mujer.

-¿Qué quieren a cambio? –Indagó Bill.

-¡Vamos!, solo que tu novia se divierta un poco. –Añadió Ted.

-No somos novios, Bill es mi amigo. –Aclaré. –Pero estoy de acuerdo con él en preguntar porque me la otorgan.

  Dentro de mí eso no paso por mi cabeza, lo único que anhelé al ver la motocicleta negra, imponente y temible era en montarla.

-Solo queremos que de un vistazo a las carreras, ella muestra esa pasión en sus ojos. Nació para esto.

-Aun así, Georgia parece que hemos elegido mal. –Comentó Ted. –No se digna en tomar tu regalo. ¡Es cobarde!

  Aquellas palabras hicieron que yazca en mi un desafío tremendo, solo desee demostrar lo contrario, darles a conocer la parte admirable de mí que tomaba incitaciones para ganarlas. Ése lado que ni yo aún he averiguado.

-Dejemos que la princesa lo disponga. –Argumentó Georgia, colocando el vehículo tan cerca de mí, que pude oler su cuero del asiento.

  Me hubiese encantado contar en estas páginas que me negué a aceptar la oferta, que simplemente rechace la oportunidad que unos completos desconocidos me dieron. Ansiaría redactar que solo corrí a casa y me acosté para olvidar tantas situaciones de promoción extraña. ¡Pero no fue así! Confesaré que admití con una sonrisa el afán de poseer esa moto, compre ahí mi boleta a un tranvía que nunca para. A un espectáculo en donde la gente paga para ver si mueres o no. La adrenalina es tan grande que empiezas a correr hasta cuando no estas encima de tu transporte, tomas con tanto desasosiego el diario vivir que tus venas explotaran en algún momento.

  El problema con las drogas, no es que sean dañinas o peligrosas al estar en contacto con el individuo… sino su gran adicción. Calavera Kuis se convirtió en eso, en mi éxtasis frenético sin marcha atrás.

  Amé tanto la sensación de colapso y velocidad en un solo sorbo, que no quería dejar de beber ese elixir.

  Era tan apresurado el tiempo, que en un abrir y cerrar de ojos ya me encontraba en los dieciséis.

  Mi madre no se daba cuenta del rumbo nuevo que tuvo mi caminar. Solo lo sospechaba, tramaba una posible conclusión de mis “fugadas en la noche”.

  Hasta que…

  Hubo lo que llaman los medios “El gran ataque de fallecimientos”.

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