CAPÍTULO IV

44 5 0
                                    

Mi vida era una constante duda que se sumergía en cosas tan efímeras como la misma adolescencia marca y dicta.

  Una noche llena de sonidos de lo desconocido, oí unos golpes en mi ventana, era parecido a arañazos. Sé que no estaba dormida porque tenía mis sentidos totalmente alertas a ese misterioso acontecimiento.

  Existía una sombra, corrió dando saltitos por las tablas viejas de la alcoba, tarareaba una melodía infantil. Se detuvo justo enfrente de mí y cerré duramente los ojos, aplastando con tenacidad las pestañas.

  Conté en mi cabeza hasta el treinta y luego temerosa, llena de dudas o curiosidad quizá… pero los volví a desplegar.

  No se había marchado, continuaba con una sonrisa maquiavélica frente a mí, sangrándole las encías y brotando ese espeso liquido de su boca, dándose de risotadas escandalosas y muy grotescas.

-¡GAUDETE! ¡VRIJEME! ¡அதைநேரம் ¡ -Manifestó una voz en un unido intento por decir varias lenguas al mismo tiempo.

  Era la niña, me habían localizado de nuevo. ¡ESTABAN AQUÍ! A lo mejor nunca se fueron, y ahora no se marcharán por nada. Desean algo, algo de mí.

  Intenté moverme, pero me quedé inmóvil frente al pavor que me consumía tan de prisa. El sudor continuaba chorreando y temblaba sin parar.

  Una hora paso, cuando reanudé mi sueño. El descanso fué forzoso porque mi inquieta mente solo quería estar vigilando el alrededor.

  La segunda vez que me desperté, sentí un cuerpo encima de mí con un peso latoso, abruptamente robaba todo mi espacio, empecé a asfixiarme y con dificultad lograba meter aire en mis pulmones estrechados.

Las cobijas sobre mi cara, me cubrían de ver al semejante.

-¡QUITATE, MALDITO ENTE! –Capté a decir.

-¿Ente? –Pronunció con admiración. -¡Por Dios que alguien no tuvo una buena noche! –Acompañó una risotada a la voz de Bill.

  Se alzó y junto con él a las sabanas.

-¡Feliz cumpleaños, Jim! Tu madre me ha dejado subir al cuarto para poder despertarte…-Añadió. –Creo que dejo un desayuno especial para ti. Me he comido solo la mitad, puedo jurarlo.

  Intenté esconder mi palidez, en realidad pensé que era otra “visita paranormal”.

-¿Te sucede algo cariño?

-No. –Afirmé cortante. –Vamos pronto, muero de hambre.

  Caminé ocultando el ángulo de mi espalda, porque estaba segura de que se hallaba húmeda por el sudor de anoche.

-Te traje un obsequio. –Me susurró mi amigo. –No te vayas a emocionar, solo lo hice porque las situaciones han coincidido.

  Sacó de su bolsillo una caja, al destaparla ojeé un hermoso collar con un dije de motocicleta carmesí. La cadena era notablemente plata, ni tan largo ni tan corto. Era perfecto.

-No has dejado de introducir en las conversaciones indirectas a cerca de lo que querías, pero como sabrás, no tengo los fondos para regalarte una moto. Este es un adelanto de lo que te compraré en un futuro probable. –Expuso el.

  Salimos todo el día, sin un horario de regreso…. Al fin y al cabo no se cumplen catorce años todas las veces. Para mi suerte cayó en un día feriado, así no tuve asistencia en el instituto.

  Cuando arribamos en mi casa, había dos recados en la contestadora. El primero era de mi madre, deseándome bendiciones y buenas  energías para este comienzo y bla, bla, bla.

El segundo me frustró un poco, eran pequeñas bullas desintonizadas en una mezcla de voces; al final del mensaje citaron una dirección, aliada del “ven sola”.

-¡Necesito asistir! –Aclaré a Bill.

-Podrían ser ladrones, o secuestradores. ¡Pésima idea!

-Esto no te incumbe, solo te establezco lo que haré, no te pido autorización bobo. –Repuse en notación rebelde.

  En realidad me moría del miedo, no pensaba en ladrones o secuestradores, creí de inminencia que las almas al fin encontraron un medio por el cual comunicarse. Precisaba conocerlas, saber hasta qué punto podrían estar interesadas en mi esencia, o en lo que quiera que buscaban. Ver si eran del todo malditas, a menos de que estén solo frustradas por envidia de que yo poseía la vida.

  Como planté antes: Lo necesitaba.

  Mi curiosidad siempre ha sido más grande que otras sensaciones, así que Bill, entendía que sus puntos éticos no funcionarían.

-Iré contigo entonces. –Exigió mi amigo.

ESPECTRALDonde viven las historias. Descúbrelo ahora