CAPÍTULO VI

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Aquella vez, mi madre tuvo vacaciones (cosa rara en su trabajo ofuscado explotador). Me obligó a pasar juntas, además que mi padre llamó por teléfono ese día a comunicarnos que podría hacer video conferencia con nosotras.

  La labor de papá, era de ayuda social en África. Se inscribió a voluntad propia y no lo veíamos casi nunca, ni siquiera teníamos noticias del más que solo una vez alrededor de cada ocho meses.

  Era un buen médico, se desvivía por el mundo o las almas necesitadas.

  Conversamos la tarde entera; reímos, lloramos, peleamos un poco y hasta nos limitados a vernos.

  Encendí la televisión cuando ya termino la sesión, mi madre se arrimó a mí. Hubo un flash informativo que interrumpió el show de comedia que observaba.

-La policía reportó un accidente en masa, al parecer de muchos miembros de una secta (por Dios que dijo secta) juvenil. Competían en esta arena arriesgando su pellejo, en condiciones nefastas para un ruedo. Funcionaba ilegalmente en nuestra ciudad, pero hoy se detuvo a los cabecillas, limpiando las calles de ratas como éstas. –La reportera quedó muda, sin importar su discurso ya planeado cuando unos agentes de salud pública tomaron un cuerpo a sus espaldas.

  Calavera Kuis, se convirtió en un gran sepulcro de cadáveres ensangrentados, con cuerpos amorfos gracias a la gasolina, pedazos de órganos por la acera. Una escena tan sádica que el canal suspendió la transmisión, momentos después de que su periodista se desvaneciera en lágrimas y vómito.

  Como efecto, yo comencé a llorar. Sin una manera de detenerme, solo fluía en mí.

-¿Qué pasa?

-Mami, he sido muy mala contigo. –Balbuceé. –Te he engañado,  tú solo querías protegerme. ¡Perdón!

  A continuación le detalle todas mis competencias, aventuras y desventajas que tuve que ocultar acerca de mi pasión.

  Llamó a mi padre,  me sentí avergonzada por quitarle su tiempo tan valioso para que se entere de mi atrevimiento. Bien él podía estar salvando vidas de inocentes, no tener que cargar con el peso de una hija insensible que no se mutaba por todos los actos de humanidad que el hacía sacrificada mente, arriesgándose a matarse mientras otros imploraban unos segundos más, así estén colmados de tortura.

  Juré esa vez que no regresaría nunca a los duelos clandestinos en motocicletas. Esa promesa me dolió demasiado, más porque cortó sin piedad mis alas que apenas nacían. Las desplumó con una tijera enorme y me dejo inválida para no querer volar.

  O al menos por un buen tiempo….

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