CAPÍTULO VII

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Siete meses, sin una probada de la gloria.  Francamente estaba olvidando como se palpaba tener a mí acompañante sosteniéndome el cuerpo, llena de metales pero mi amiga más sincera: La moto.

-Estamos en el juego, lo hemos logrado. –Espetó Georgia en la llamada telefónica.

-¿Qué?

-Mi gente, hizo un arreglo con los patrulleros. Nosotros tenemos el control ahora, como siempre fue antes.

-¿Y cómo lo ….

-Deja de hacer preguntas, lo que interesa es el producto final. –Gritó un poco molesta. -¿Competirás o no esta noche?

  ¿Esta mismísima noche? Era una propuesta desprevenida, sin anticipación de caer como balde de agua helado. Ninguna advertencia que postule que esa idea estaba llena de mala suerte.

-Iré. –Declaré. –Pero nada de sorpresas, no quiero ver agentes por el sector. ¿Oyes?

-Ya, si deseas trae a tu amigo. Pero debo aclararte que el precio de la entrada empieza a recaudar a todos, hasta competidores.

  Eso solo insinuó, inestabilidad de los fondos de Calavera Kuis, pienso que la inversión que donaron a la policía tuvo que ser magistral y agotó con magnitud grave a la cantidad fundamental que los ayudaba a subsistir.

  Lo mas extraño he intachable asunto “importante”, era la competencia.

  Semanas tras semanas se hizo parte de la costumbre ir a escapadillas a mi lugar preferido, allí nadie le temía a la desgraciada muerte y olvidé por completo hasta que existía, siendo honesta me sentía eterna. Con los minutos bajo mi influencia, las horas ciegas y cual magnitud de tiempo ya enceguecida.

  Debo sugerir un asunto, toma la debida precaución: Al deceso no le ganes el miedo. Conservar cierto recelo a la defunción, es óptimo para el desarrollo tuyo o demás familia.

¿Por qué insinuó todo esto? Bien, el peor día que ha registrado mi historial, fue por culpa de una notificación en mayo.

  La misión de mi padre, debía retornar el mes ya citado, entre los primeros números del calendario. No nos emocionamos puesto que posponían su regreso desde hace algunos años. Aquella vez fue distinta.

  Timbraron una, dos y cinco veces. Mi madre estaba en casa conmigo. Un amigo de papá que conocimos unos meses antes de la partida se presentó tras la puerta.

  Leyó un discurso lo mejormente estructurado en la memoria de Jhon. A, Duzz.

  Jamás lloré tanto, no deseo entrar en detalles de la recuperación y es debido a que no me siento del todo restablecida. Han pasado dos o tres años, mi madre se sentía fatal. Al comienzo enfermó de trastorno depresivo grave con coexistencia de derrame cerebral, le trajo la invalidez en sus piernas irremediable. Miles de admoniciones médicas, con galenos demente que se autoproclamaban capaces de curarla, llenando su ficha de pastillas, tratamientos poco ortodoxos, anestesia, rehabilitaciones y en alguna ocasión una cirugía a bajo precio en el Instituto más clandestino que he catalogado.

  Su empresa entendió el asunto, debido a que no caminaba demasiado ni hacia un esfuerzo físico en su función, le permitieron continuar empleando. Recibió apoyo por su jefe y pienso que tiene suerte, porque yo no he obtenido comprensión por nada NI NADIE. Excepto claro, mi motocicleta y la execrable velocidad.

  Bill aconseja algunas soluciones a mi dolor interno, pero por mas palabras que el balbucea yo no expulso esto. Georgia se enteró por un comentario inapropiado de mi amigo, y me ofreció algunas pastillas, las que me negué a tomar.

  El resto de mis esperanzas, recobraban y perdían fuerzas dependiendo del quejumbroso día.

  Ahora no me parece primordial fijar otra escena en el transcurso de mi vivencia, así que dejaré de hablar en periodo pasado. Comenzaré a dictar a segundo un montón de etapas nuevas, mi renacimiento. Como soy una persona poco convencional, en especial por el hecho de ser mujer de carreras en moto dentro de esta sociedad mediocremente machista, podrían acontecerme cosas insólitas decido dejar plasmados mis actos en la faceta adolescente que me encuentro y a la vez ya no: dieciocho (años llenos de mierda).

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