CAPÍTULO X

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CAPÍTULO X

Hacemos un recorrido por toda la aldea de muertos sepultados, y debería ser escalofriante o algo atemorizante, pero en realidad se convierte en un asunto divertido. Alado de Zeus, parece que cualquier realidad es puesta a una metamorfosis porque no da el mismo resultado que efectuó antes.

  Intento ver mi teléfono para saber algo de mi amigo Bill, pero encuentro la imagen de la pantalla distorsionada. No me preocupo ahora, tengo otra prioridad que inicia llenándome de sensaciones nuevas. Además Bill sabe cuidarse solo.

  Seguimos moviendo los muslos en una sincronía lenta.

-¿Qué harías si te cuento un secreto?

-Guardarlo. –Dictamino.

-La luna de esta velada, es más blanca que otras. Parece que se quedó pálida de vergüenza.

-¿Por qué tendría vergüenza la luna?

-De no ser la iluminación más preciosa. –Dice en mi oído Zeus.

-¿Me revelas otro secreto? –Le pido.

-Suéltalo.

-¿Cuál es tu verdadero nombre?

  Se queda en silencio, no mira más que al astro existente encima de nuestras cabezas. Cambia su posición y se sienta justo en el mármol de algún difunto.

-Todos merecemos olvidar algo. –Declara Zeus.

  De inmediato cuando él hace cita a aquella frase, pienso en mi obscuro tormento de hace etapas pasadas cuando las maquiavélicas almas molestaban mi mente y engendraron un recuerdo envuelto en temor. Algunos pensaron que hasta estaba loca. Lo comprendí sin chistar nada interiormente, pero las dudas que surgían debían ser aclaradas.

-¿A qué te refieres?

-¿Miras estas flores? -Apunta a las margaritas frescas que yacen en la lápida. –Todos merecemos olvidar algo. Por ejemplo, la persona que las ha colocado allí, merece olvidar el recuerdo que su ser querido, que jamás regresará.

  Lo comprendo, quizás. O trato de hacerlo.

  Me acurruco en su hombro, lo contemplo y me limito a quedar en la mudez por el tiempo más largo que se pueda. Por continuar la plática le pregunto.

-¿Quién crees que pudo dejar esas flores?

-¡Una amante de esas que no se dan por vencidas! –Respira un poco. –A lo mejor una madre, ellas son las que aman tanto hasta después de la muerte….

-¿Lo crees?

-Vengo muy seguido por este sendero y capturo en mi mente, a todos los visitantes. –Me confiesa el.

-¿Por qué gastar el tiempo en un cementerio?

  Noto que mis encuestas lo disgustan un poco, soy de esas personas que no se cansan de analizarlo en absoluto cada detalle.

  Coloca una mirada profunda por última vez sobre el lugar, me dá la mano y nos vamos de allí.  El paseo terminó. Ahora debemos despedirnos, seguir tal vez con nuestras rudimentarias vidas, o conocernos en un futuro más allá de presentarnos nombres falsos.

  Sonríe como si lo supiera y me presta un bolígrafo.

-Apunta tu número, de seguro te llamo.  Pero no dejes el de tu casa, si tu madre contesta, no sabrá quién es la mujer por la que pregunto, porque apuesto que tampoco te tildas como me mencionaste. “Helena”.

   El papel junto con el esfero están en mis manos, también una servilleta arrugada con el logo de algún sitio de comida.

  Tomo la decisión de escribirle una dirección y una hora. Doblo en varios pliegues la tela sucia.

-Espero vernos pronto. –Dictamino con seriedad.

  A la mañana siguiente, localizo a Bill.

-¿Dónde estabas anoche? –Pregunta

-Es exactamente lo que quería aclarar contigo. Me abandonaste en medio del peligro, y ni una sola llamada tuya.

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