CAPÍTULO XII

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-No quiero ir, además el negocio constaba de que haremos presencia una vez cada semana y ayer ya fuimos. No me agrada ese matadero. –Repuso Bill.

-Entonces me marcho yo sola. –Le chantajeo.

-¡No puedes! ¿Qué excusa le inventaras a tu madre?

-No sé Bill, pero si tú fueses conmigo…. Podría mentir que vamos a ver a tu abuela porque está enferma.

-Yo no tengo abuela Jim.

-Mi madre no tiene idea. –Reniego fríamente.

-¿Tu chico mitológico  te dejo plantada verdad?

  Me quedo en silencio, presiento que dirá que no me conviene. Pero tengo esa ligera sensación de que si voy a las carreras, habrá más oportunidades de verlo.

-Nos encontramos en el estacionamiento del río Wolphis. –Decreto.

 Apenas arribo el lugar, sé que estará ahí mi amigo. Jamás me ha defraudado.

-¿Tienes dinero para los boletos?

-Si no fuera yo tu dispensador de dinero ¿Qué harías Jim?

-Esta noche soy Helena, recuérdalo.

  Me encamino hasta la entrada de Calavera Kuis. Me escolta Bill con sus brazos, por los tacos.

Voy directamente hasta la pista y veo al chico misterioso.

  Paso por ahí como si no supiera que está presente, de repente sé que tiene su mirada posada en mí. Se aproxima lo suficiente para que escuche su respiración.

  Bill sabe que debe irse, y solo lo hace. Me indica que irá a la taberna por algo que lo tranquilice.

-Estuve permaneciendo en el sitio que quedamos. –Reclamo.

-Jamás confirme que iría. –Expone Zeus. –Solo te pedí tu número, además.

  Volteo a verlo para poder plasmarle mi cara de molestia. Me quedo un momento impactada por su tatuaje, lo componen elementos que en armonía son uno solo. El rayo, el roble, un águila y un impetuoso toro. Forman la palabra que también representa su nombre.

  Pienso que la anterior noche, no logré percibirlo porque estaba cubierto en una chompa de cuero. Esta ocasión tiene una playera que exhibe casi la mitad de su pecho.

-¿Qué pasa?

-Nada. ¿Por qué la pregunta? –Le respondo.

-Te me quedas viendo. Y supongo que imaginas algo, me atrevo a pensar que en tu ilusión estoy agregado yo.

-¿Tratas de decir que estoy pensando en ti desnudo?

-¿Lo haces? –Cuestiona el.

-No. En lo mínimo. –Reprocho.

  Se limita a reír con una sonrisa enorme, que me hace sentir incómoda.

-¿Sigues molesta por que no fuí a tu llamamiento?

-Posiblemente. –Doy unos cuantos pasos hasta su vehículo. –Pero ya sé cómo puedes poner el marcador a mano. –Me callo, porque quizá lo siguiente que diré es una mala idea. –Préstame tu moto. Competiré.

-La última vez te caíste.

-Fue porque tenía el cuenco de atrás con una trampa. –Formó mi rabia un nudo en la garganta.

-Yo gano haciendo trampas.

-¿Me la vas a prestar o no? –Le advierto.

  Entonces retrocede un poco para darme paso hasta el asiento.

Me toma de la cintura para ayudarme a colocar mi pierna del otro lado y luego solo me desea suerte.

  Llego a la pista.

  A la distancia visualizo a Georgia, haciendo negocios con mi misterioso muchacho. Eso me da confianza, sé que apostó por que triunfaría.

  Toco los rayones que tiene la pintura y sigo preguntándome ¿De quiénes son?  Pero la duda se me esfuma entre el humo de los otros motores, que ya están en línea recta a punto de dar marcha.

   Sé que la carrera dos, siete y veinte son para mujeres. Pero en algunos casos a los “arriesgados” no les importa competir con gente del otro género. Por lo que me he puesto en la mixta. Aunque soy la única mujer por lo que analizo.

  Somos diecisiete, hasta donde llega mi mirada.

  La sensual morena aparece, y pronuncia el inmemorable discurso:

-Den honor a la vida, y que la muerte les tenga clemencia.

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