Un día, cuando aún tenía diez años. Paseábamos en los callejos a plena luz del sol (el único momento en que mamá me dejaba ir por mi cuenta, pues su trabajo no le permitía tenerme en un aislamiento entero como desearía). Hallamos con Bill unas increíbles motocicletas estacionadas en el aparcamiento del rio Wolphis. Eran cuatro pares, lucían imponentes con su sola presencia, relucían y en mi mente solo pasaba un susurro diciéndome “Móntala”.
-Debo subirme en alguna. –Espeté.
-¡Definitivamente no! Pertenecen a rufianes, de lo más seguro. Ellos no son amables. –Argumentó mi amigo con la cólera incontenible. –Además, serán pronto las tres y aún no hemos almorzado nada, no podremos correr sin energía, si deciden aparecer esos conductores ¡Huir sería imposible!
Hice caso a la sugerencia presentada, pero mi conciencia me gritaba, GRITABA, que necesitaba hacerlo. Era un llamamiento a arriesgarme, a tomar peligros que traigan emociones de nuevo en mi vida. Era apenas una niña que sus horas se transformaron en algo tan común y sobre todo tradicional, que la rutina me consumía los huesos y aparentaba ser un alma vieja, colmada de aburrimiento.
Cuando Bill me dejó en casa. Salí a los setenta minutos sola, escabulléndome de los vecinos que pudiesen ver mi camino y contárselo a mi madre.
Tomé antes, unas cuantas monedas por si las necesitaba, un abrigo y un mapa de la ciudad que me regaló el colegio la primera etapa de mi estadía allí.
Estuve arribando el sector del rio Wolphis media jornada de hora luego de salir de mi vivienda.
Me sudaban las manos, el pecho ansiaba por salirse de mi torso. Tantas sensaciones por anhelar algo “prohibido”.
-¡Ya no eres pequeña, Jim! ¿Qué esperas? –Me vociferé exteriorizando la voz.
-¿Has oído a esa chiquilla, Ted?
Giré mi cuello en dirección noroeste unos cuantos grados y observé a una mujer joven con el cabello naranja a la altura de sus hombros, las curvas provocativas y su ropa ajustada de cuero obscuro.
-¿Qué hace en el área de nuestras motos? –Indagó ella.
-Solo, me han llamado demasiado la atención. ¡No me haga daño! –Supliqué con las piernas temblando.
-¿Cuál debería ser mi motivo para herirte? –Se sonrojó. –Mi nombre es Georgia, él es Ted. –Apuntó a su acompañante. –Nosotros somos propietarios de estas hermosuras. –Afirmó direccionando su otra mano a los vehículos.
Pasamos unos segundos en silencio, y rodeé a las motos.
-¿Puedo?
-Claro, te damos un aventón si deseas. –Propuso Georgia.
Les pedí que me transporten hasta mi hogar, puesto que estaba a unos momentos de que mi mamá terminara su horario de trabajo.
-¿Ustedes compiten?
-Todos los días. En Calavera Kuis, es un lugar clandestino del cual las autoridades no están al tanto...
-¿Podría ir alguna vez?
-¡Con tu edad no! –Gruñó Ted, clavando la mirada a su aliada, quizá sabiendo lo que ella espetaría luego.
-Pero, eso no quiere decir que es un límite para ti ¿O sí?
-¡NO! –Rugió él. –los guardias se darán cuenta de inmediato que no tiene más de catorce.
-¿Cuándo cumples años, pequeña? –Preguntó Georgia.
-En enero, ahora mismo tengo diez. –Hable francamente, pues no estaba segura de lo que pasaría y por ende no quería mentirles.
-En el 2009, tendrás la longevidad que los requisitos solicitan para entrar en Calavera Kuis. –Inició a planear la mujer. –Estaremos aun en el negocio para ese entonces, estoy convencida. Te haré llegar la invitación. Yo misma, hoy lo prometo. Nunca rompo una sola promesa. –Esas últimas palabras las dijo tan cerca de mi oído que sentí unas cuantas gotas de saliva caerme encima.
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ESPECTRAL
HororLAS ALMAS DEL PURGATORIO DE VEZ EN CUANDO TOMAN VÍCTIMAS.... UN INOCENTE Y EL ESTÚPIDO SENTIMIENTO DE AMOR, MEZCLADO CON EL SADISMO.