Capítulo 28 Amanecer

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Enamorarse es lo más peligroso del mundo porque le entregas a la otra persona tu corazón y el poder de destruirlo.

Yo sé eso de sobra. Antes de Sebastián he sufrido bastantes decepciones amorosas. Supongo que todos alguna vez hemos pasado por eso. Las personas subestiman el dolor emocional, el dolor que se siente después de que alguien en quien confiaste te decepcione. Si de verdad te importaba esa persona sientes que tú corazón se rompe en pedacitos, que ya nada importa, que tu vida ya no tiene sentido sin él. Y a veces somos tan masoquistas que seguimos mirando sus fotos, sus mensajes y escuchamos sus audios, sólo para que su recuerdo nos duela aún más y termine por triturar las pequeñas y frágiles piezas que quedaron de nuestro pobre corazón.

¿Qué tonto no?

¿Por qué razón entonces le entregamos nuestro corazón a otra persona?

La respuesta es simple. Porque queremos amar. Porque queremos vivir y sentirnos enamorados. Sentir esos tontos nervios, esa adrenalina, ese deseo y esa pasión. Todo el mundo busca la pasión. Pasamos nuestra vida entera buscando el verdadero amor. Unos pocos afortunados lo encuentran, otros no y otros ya lo tienen y sin darse cuenta lo pierden. Quien diga que no quiere enamorarse está mintiendo. Tú sí quieres enamorarte, lo que no quieres es que te vuelvan a romper el corazón. No quieres que te vuelvan a mentir. No quieres que te vuelvan a joder la vida y que acaben con tu estabilidad emocional, porque eso sí no se recupera de la noche a la mañana. Y aún así, volvemos a caer. Confiamos una y otra vez en qué esa persona será diferente.

Pues si. Los humanos somos tontos, nadie es perfecto. Simplemente somos personas humanas, repletas de imperfecciones, de virtudes y defectos. Si de verdad quieres vivir tienes que lazarte al precipicio, tienes que tomar los riesgos y ser valiente.

Y justo eso estaba haciendo yo en este momento. Me lancé al amor con todo, sin riendas y sin frenos. Me enamoré jodidamente de Sebastián y le entregué mi virginidad junto con mi corazón. Si lo rompía me iba a doler hasta el alma, pero al menos voy a poder decir que yo sí sé lo que es estar enamorado de verdad. Que mi primera vez si fue por amor. Yo elegí quererlo a él y asumiré las consecuencias de mis actos.

Ahora me encuentro desayunando con Sebastián. Si esto fuera una película romántica les diría que me desperté junto con el Sol, que hacía un precioso día y que mi novio me trajo el desayuno a la cama. Pero no, esto tiene una pizca más de realidad. La verdad es que me desperté a eso de las cuatro de la madrugada porque tenía hambre y muchas ganas de hacer pipí. Que les puedo decir, luego de perder mi virginidad lo hicimos otra vez y me cansé mucho. Necesitaba recargar energías y rellenar mi pancita. Así que tuve que levantar a mi novio a empujones, que dormía como una roca, para que fuera a la cocina a traerme algo de comer. Ahí aproveché para ir al baño, acearme un poco y vestirme. Olía a sudor y fluidos corporales. También tuvimos que cambiar las sábanas de la cama porque había una pequeña mancha de sangre.

Luego de eso nos volvimos a dormir y no nos despertamos más hasta las ocho de la mañana. En este momento Sebas, Sofía y yo estamos esperando a que Fred y Stella traigan el desayuno. Cuando por fin llegan empezamos a comer.

—¿Quieres una dona de chocolate o un pastel?—Me pregunta mi novio acercándome el plato con dulces.

—No, no puedo comer nada de postres ahora.

—¿Por qué? Te encantan—Dice sorprendido.

—Los gimnastas tenemos una regla de no comer nada de dulces días antes de las competencias.

—¿En serio? ¿Ni una pequeña dona para desayunar?

A ver, lo de la regla es verdad. Si tienes una competencia debes cuidarte, dormir lo suficiente, enfocarte y no ponerte mala del estómago que es lo que nos pasa a las gimnastas usualmente al comer dulces porque seguimos una dieta estricta. Y además, Fred, el padre de mi novio y también mi entrenador está aquí presente. Debo comportarme.

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