6 ❱ PLANES

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Terminé por caer dormida debido al agotamiento físico y mental, y cuando desperté, noté que ya había amanecido. Me enderecé en el asiento trasero sintiendo un entumecimiento que se prolongaba desde mi cuello hasta la última de mis vértebras. Me refregué los ojos para quitar un poco la pereza y bostecé.

Questa vita di merda è orribile.

Recordé que llevaba maquillaje en los ojos, y ahora había desparramado el tinte negro por todo el rostro. Bufé y me incliné hacia adelante para usar el espejo retrovisor e intentar emparejar un poco el desastre. Bufé con más fuerza al darme cuenta de que casi no había diferencia entre la profundidad de mis ojeras y el lápiz delineador.

Miré a mi alrededor para ubicarme en tiempo y espacio. El fulgor del sol encandiló mis ojos por un instante, por lo que tuve que colocar ambas manos en mi frente para hacer sombra. Parecía que estábamos en una especie de granja, rodeada de plantaciones y árboles. Lejos de eso, no había nada más para señalar. Ni siquiera se veían farolas, y el asfalto de la carretera parecía haber terminado mucho atrás, porque el camino era de tierra.

Estábamos en medio de la nada, pero me aliviaba saber que la policía ya no nos seguía, y que el peculiar dúo no había hecho nada conmigo estando yo dormida e indefensa. Por el contrario, me habían cubierto con una chaqueta que reconocí como la que llevaba Aiacos, y que mi vientre se hallaba cubierto con un vendaje, al igual que las cortaduras de mis extremidades hechas por el vidrio de la ventana cuando me arrojaron por ella.

Reconocí a mis dos acompañantes fuera del coche, sumidos en lo que parecía una discusión con un tercero que desde mi posición no lograba identificar.

Aiacos se dio cuenta de que me había despertado. Caminó hacia el auto para darle golpecitos a la ventanilla con el dedo índice.

—Espabila y trae tu Surplice.

Luego regresó con Rhadamanthys y con la persona que no conocía. Era un hombre de mediana edad con una vestimenta que me decía que era un granjero, quizás el dueño de esas tierras. De una estatura baja, siendo que me ni siquiera lograba llegarme al hombro, poseía un singular y deforme rostro, de esos sujetos que inspiran más lástima que temor.

Me bajé del coche haciendo un enorme esfuerzo por levantar a Griffon aún a costa de mis heridas, no sin antes ponerme la chaqueta de Aiacos para cubrir la falta de ropa decente. Intenté estirar la falda del vestido para no generar pensamientos confusos en el desconocido, pero no hizo falta tanta preocupación hacia mi imagen, porque el hombre se encontraba sonriendo de oreja a oreja mientras estrujaba su gorra.

—Este buen hombre nos permitirá quedarnos unos días en su hogar. —Aiacos posó su codo en el hombro del granjero—. A cambio le he dado el dinero que gané anoche, y también tu automóvil.

—¡¿Qué?! —exclamé, mirando a Rhadamanthys para saber si lo que decía era verdad, pero el susodicho se hallaba apartado y cruzado de brazos como si no quisiera tener nada que ver con mi ira. Volví con Aiacos—. ¡¿Le diste mi coche sin decirme nada?!

—¡Gracias, gracias! —Alegre, el hombre estrechó mi mano, mientras mi mirada furiosa estaba centrada en el muchacho de cabellos violáceos, quien ríe encogiendo sus hombros.

—Fue un buen trato a cambio de dejarnos quedar el tiempo necesario —intentó persuadirme, tomando mis hombros mientras me giraba en dirección de la casa—. El buen hombre vive solo, y prometió que no le diría a nadie acerca de nosotros. Tendremos techo, comida y abrigo los días que queramos.

—¡¿Y era necesario hacer ese intercambio?! —le susurré a Aiacos sin que el desconocido me oyera.

No era que yo pecara de avaricia; era sólo que había trabajado mucho para poder conseguir aquel vehículo de alta gama, y dejarlo ir sin más se sentía peor que una puñalada.

𝐌𝐀𝐑𝐈𝐎𝐍𝐄𝐓𝐀 ⊹ saint seiyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora