33 ❱ FINAL

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Hay un dicho de Buda que reza: «No hay suficiente oscuridad en todo el mundo para apagar la luz de una pequeña vela.» Una pequeña llama que se resiste a extinguirse a pesar de la oscuridad que la rodea; una pequeña flor que, a pesar de crecer en un lugar engullido por la muerte, se niega a formar parte de ella. Esa pequeña parte que jamás sucumbió a los designios de un ser Sempiterno que anhela la perdición de toda una especie y su mundo; esa pequeña parte que permaneció unida a través de un frágil hilo que sujetaba las remembranzas de mi humanidad a través del don de amar propio de nuestra corrompida raza. He de suponer que quizás esa pequeña llama, esa bella flor, fue la que Athena descubrió en los corazones de nosotros los mortales. Un sentimiento capaz de penetrar los confines del universo y sobreponerse a cualquier cruento destino que los Inmortales quieran imponernos.

Acabo de dar un recorrido a lo largo de mi aventura que dió inicios aquella noche en Roma, cuyo destino fue presagiado con la llegada de Rhadamanthys a mi vida. Ahora, a solas en Discanterion, me encuentro siendo víctima de mis memorias más recientes, algunas que me hacen sentir remordimiento, otras una profunda nostalgia.

—¿Eres tú quien se ha contactado conmigo?

Toda la Primera Prisión fue bañada con un Cosmo cálido y deslumbrante. A través de un aura dorada, ante mí se figura una bella muchacha de vestido blanco, cuya serena mirada me transporta a ya lejanos momentos de paz y alegría plena. Es una mirada cargada de poder, de amor, de fortaleza; una mirada propia de una diosa, de la Diosa de la Guerra.

—Usted lo has dicho. —Me he levantado del estrado, donde permanecía sentada con las piernas cruzadas, y camino hacia ella—. Hay algo que deseo hablar usted, Athena.

El Gold Saint que la acompañaba, aquel que está protegido por la constelación de Virgo, se interpone entre nosotras.

—Tenga cuidado, Athena. No podemos fiarnos de ella.

He levantado ambas manos en señal de sumisión.

—De haber querido hacerles daño, lo hubiese hecho cuando estaban ocultos en las ruinas de la Séptima Prisión —me jacto.

Athena toca el brazo de su soldado, y parece ordenarle con la mirada que se abstenga de interferir.

—¿Qué tienes para decirnos?

Extendiendo una mano adelante con la palma hacia arriba, hago que se materialice un libro antiguo de pasta dura y letras góticas doradas. Se lo entrego a Athena.

—Quisiera darles esto. Supongo que estarán interesados en la información de este libro.

La joven acepta el libro, y a medida que lo va ojeando, sus ojos se dilatan ante la sorpresa.

—¿Acaso esto es...?

Asiento.

—Es información acerca de Elysion, lugar donde Hades oculta su verdadero cuerpo.

Tanto la Diosa de la Guerra como su soldado intercambian una mirada llena de impresión.

Fue el rubio el primero en hablar:

—¿Por qué nos das esto?

—No quiero que piensen en mí como una aliada —refuto—. Solo... Estoy haciendo lo que mi corazón cree que es lo mejor.

𝐌𝐀𝐑𝐈𝐎𝐍𝐄𝐓𝐀 ⊹ saint seiyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora