30 ❱ LAZOS

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Las pulsaciones de mi corazón resonaban como un tambor en mi cabeza. Había comenzado a respirar con agitación, quizás por la excesiva cantidad de veneno que había ingerido, quizás por la rosa que, clavada en mi pecho, acortaba a cada segundo mi vida.

Llevé una mano temblorosa a la flor, más cuando la jalé en sentido contrario, el dolor que circuló por mi pecho me obligó a doblarme de rodillas en el suelo, cerrando con fuerza los ojos y soltando un alarido, cuando un chorro de sangre salió despedido de aquella herida.

—No intentes arrancártela. —Pisces se mantenía expectante de lo que me ocurría, como si aún no pudiera confiarse en que la victoria estaba en sus manos—. Esa rosa ha extendido sus raíces en tu corazón, por lo que quitártela a la fuerza significaría una muerte entre desespero y agonía. Te sugiero que aguardes pacientemente a la dulce muerte que te conducirá la Bloody Rose.

Mierda, ¿qué puedo hacer?, pensé, comenzando a perder la cordura y entrar en un estado de desasosiego. No podía simplemente resignarme a esperar mi muerte pacífica, y tampoco podía arriesgarme a quitarme aquella rosa, cuyas espinas se habían extendido por mis puntos vitales. Veía las gotas de mi sangre caer al suelo, y mis manos convulsas rasgaron la tierra.

«No puedo morir. No puedo morir. No puedo morir».

Aquella frase, cuya voz no me pertenecía, comenzó a repetirse sin cesar en mi cabeza. Levanté de pronto la mirada del suelo, a la par que un velo carmesí comenzaba a cubrir mi visión de los Gold Saints que tenía ante mí. ¿Quién hablaba? ¿De dónde provenía aquella voz?

«No puedo morir. Debo sobrevivir, por ella, debo...».

Una claridad impropia del lugar en el cual me encontraba me envolvió. Tuve una leve visión del cielo azul en mi cabeza, muy breve, ya que de pronto volví a mirar el suelo, donde unas manos, que no eran mías, se aferraban a él, y un hilo de sangre se deslizó desde alguna herida del brazo hasta la punta de los dedos.

Sintiendo que la claridad cegaba mi visión por leves intervalos, regresé mi atención a aquel que se hallaba a duras penas de pie ante mí. La luz del sol hacia resplandecer aquella sagrada protección dorada, la cual se hallaba bañada de su propio líquido vital. Un largo y sedoso cabello del mismo color que el cielo caía por su rostro, aquel que presentaba una serie de heridas que, muy a su extraño modo, no disminuían el atractivo propio de aquel individuo, del cual no podía establecer una clara comparación con el Gold Saint de Pisces, Aphrodite.

Con movimientos lentos, el individuo se llevó una rosa a sus ensangrentados labios, al tiempo que un torbellino carmesí surgió de su cuerpo, y la visión dió por finalizada de manera brusca.

Volví de regreso a la realidad, dando una gran bocanada de aire. Levanté una mano para examinar mis ahora pálidos dedos. Había vuelto a ser yo misma.

—Oh, Minos... —Llevé la vista al cielo—. ¿Acaso... Esas fueron tus memorias? ¿Tus últimos instantes con vida antes de sucumbir a manos de un Gold Saint de Pisces?

Había comprendido que fue él quien puso esos recuerdos en mi corazón. Por un instante creí verlo, de pie con la cabeza en alto, contemplando el vasto firmamento bajo el cual se halla retenido, implorando para que yo no me diese por vencida.

«No corras el mismo error que yo, Stella» su voz sonó lejana, pero resonó en mí con claridad. «Levántate, y si es por obra del trágico destino que tu fin esté pactado para este momento, asegúrate de expirar el último de tus suspiros de pie y dándole honor a tu nombre».

—Lo he entendido —dije en voz baja, sonriendo con amargura—. No pienso marcharme sin llevar a esos dos conmigo. Ten eso presente, Minos.

Con el cronómetro de mi vida dando su cuenta regresiva, me tomé unos instantes para acarrear todo el aire que mis adoloridos pulmones podían retener y, poniendo mi espíritu en comunión con el espacio que me rodeaba, estallé mi Cosmo hasta los límites que era capaz de alcanzar. Incrementando mi furia con un grito feroz, el suelo se batió a mis pies mientras un torbellino de luz magenta surgió de mi ser.

𝐌𝐀𝐑𝐈𝐎𝐍𝐄𝐓𝐀 ⊹ saint seiyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora