«Tráeme la cabeza de Athena, y yo te recompensaré».
Varios días transcurrieron desde que aconteció aquel encuentro con nuestro Amo del Inframundo. Día y noche, mi cerebro seguía reproduciendo aquellas palabras. Cada vez que recordaba el hecho de que Tiziano estuvo a pocos pasos de ser un Santo de Athena, un nudo exprimía mis entrañas. Deseaba, como nunca en mi vida, que mi mente se apagase por unos minutos; deseaba no tener que pensar, que mi existencia desapareciera de la faz del mundo, tener la misma libertad que un ave para surcar el cielo azul y volar lejos de los problemas.
Pero yo no era un ave, mi cielo no era azul, y mi libertad estaba condicionada; por primera vez desde mi llegada sentí que aquellas paredes me oprimían, que drenan mi energía, que me hacían comprender en carne propia el significado de la frase "estar muerta en vida". Ser parte del funcionamiento del Inframundo me hicieron comprender el peso del destino que cada ser humano entreteje a lo largo de su existencia; ver aquellos condenados pagar por sus pecados es algo desconcertante, pero aún así, solo son meras existencias cuyos propósitos son lamentarse y suplicar por clemencia. Los demonios internos, aquellos que viven en las mentes de los vivos y se alimentan de sus debilidades, puede llegar a ser una agonía peor a la que una deidad controladora de la muerte puede crear como castigo.
Incluso nosotros, Jueces del Inframundo, sabemos muy bien que no se deben menospreciar las calamidades del mundo mortal.
Sumergí mi cabeza en la alberca, aún sabiendo que no podría morir por algo como la falta de aire, aunque en ese instante lo hubiese deseado. Necesitaba fuerzas para darle cara a la realidad y enfrentar el mundo que me rodeaba; así tan destruida como estaba por dentro, mi deber debía ser cumplido.
Así que salí del cuarto de baño, sequé mi cuerpo y me cubrí con una bata, a falta de energías como para vestirme. Me dejé caer de espaldas en la cama, mirando el techo pero con una jauría de pensamientos destructivos dañando mis ánimos. El silencio del lugar no hacía más que agravar la situación; le había ordenado a todo ser de Ptolomea, vivo o muerto, que abandonaran mis aposentos, bajo la advertencia de que llevaría como almuerzo a Cerberus a aquel que se atreva a quebrantar dicha orden.
Un toque en mi rodilla me hizo sobresaltar, pero mis alarmas se calmaron cuando comprendí que se trataba de Aiacos quien, vaya a saber cómo ni cuándo, se hallaba sentado en el borde de la cama. Su vestimenta era la típica sotana propia de su distinción como Kyotō, aunque debajo de ésta no llevaba su Surplice.
—¿Cómo entraste? —le pregunté.
Él se encogió de hombros.
—Soy un Specter. Nada me impide moverme a través del Inframundo.
—¡Hay una barrera en Ptolomea! —exclamé—. La única manera de entrar en esta parte del palacio es pasando por los guardias.
—¿Crees que un montón de soldados inferiores me darán órdenes a mí, un Kyotō del Inframundo? —Inquirió con gran altanería, poniéndose de pie y acariciando su cuello con molestia—. Por cierto, tienes un guardián curioso; ese enano temblaba como azogado, pero aún así se interponía ante mí con una lanza.
—Marchino —pensé en el pobre hombrecillo, el cual solía sentirse intimidado ante la presencia de un superior como nosotros—. ¿Qué hiciste con él?
Aiacos sonrió forzosamente, como quien es atrapado con las manos en la masa haciendo alguna travesura.
—El enano se resistió hasta el final, y ya sabes que la paciencia no es una de mis mejores cualidades. —Se sentó en el sofá con las piernas cruzadas—. Tuve que emplear Galactica Illusion para que me dejara en paz. ¡Pero no te preocupes por él! Sólo lo mandé a volar, no lo desintegré. Con suerte habrá caído en el Río Flegetonte.
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𝐌𝐀𝐑𝐈𝐎𝐍𝐄𝐓𝐀 ⊹ saint seiya
Fanfiction❝ 𝐄res como las malvas que crecen en los cementerios; de una belleza singular, y al igual que ellas, floreces a pesar de que te encuentras rodeada de muerte ❠ ❨人形❩ ⸻ 𝐒𝐓𝐄𝐋𝐋𝐀 es elegida como Kyotō, una de las máximas autoridades que rigen el In...